/ viernes 24 de marzo de 2023

Rodolfo Walsh, el intelectual militante

Sus palabras y su vida se han convertido en símbolo de resistencia y ancla de la memoria, ante las discusiones políticas

Aunque cruelmente acribillado y desaparecido el 25 de marzo de 1977 ―e injustamente vedado de la misma fama que gozan otros escritores latinoamericanos del siglo XX―, en Argentina el escritor y periodista Rodolfo Walsh no ha podido ser enmudecido. Muy al contrario, sus palabras y su vida se han convertido en símbolo de resistencia y ancla de la memoria, ante las discusiones políticas entre grupos de derecha y de izquierda de aquel país, que este 2023 cumple 40 años de la recuperación de su democracia, tras el fin su dictadura cívico-militar de 1976.

Walsh sigue enseñando que el oficio del intelectual y el escritor no tiene mayor sentido en una sociedad si no se hace dentro de una perspectiva realmente consciente e involucrada con los conflictos en sí mismos. A diferencia de varios hombres y mujeres intelectuales que hemos tenido a lo largo de la historia de América Latina, él sí afrontó decisiones que le costaron la vida”, explica en entrevista con El Sol de México, la doctora Alejandra Amatto, profesora de Literatura en América Latina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Te podría interesar: La dictadura que mató a Rodolfo Walsh

“Digamos que es el ejemplo consecuente del pensamiento claro y la acción. Esto no quiere decir que todo el mundo tenga que hacer lo que él hizo, porque sí fue un hombre que pasó también a la acción armada; pero para él, en verdad, el trabajo del escritor no se podía quedar en la descripción y el análisis de problemas, sino en la intervención social.

“Ahora podemos hablar con mucha más libertad, no estamos en la situación de los sesenta, con una represión militar. Pero, creo que parte de estas libertades contemporáneas han sido gracias a personas como Walsh, que dieron su vida para que los represores no se quedaran enquistados en el poder”, detalla.

Hacia la militancia y el primer periodismo narrativo

Nacido en Río Negro, en enero de 1927, Rodolfo Walsh fue descendiente de migrantes irlandeses. Tras viajar a Buenos Aires en 1941 y realizar sus estudios de educación media en una escuela religiosa irlandesa, ingresó en la carrera de Letras en la Universidad de la Plata, la cual no terminó. Durante ese tiempo desempeño varios oficios y comenzó sus primeros pasos como corrector de estilo y traductor en distintas redacciones, lo que lo llevó a incursionar en el periodismo.

En esos años tanto la literatura de Walsh como su visión política, según Alejandra Matto, distaban mucho del trabajo político que lo caracterizó, ya que sus libros eran ficcionales, con gran predilección por el género policiaco, mismo que se puede ver en su primer libro de cuentos Variaciones en rojo, publicado en 1953; su opinión ante la política era “un tanto conservadora” e incluso “antiperonista”.

Esta opinión cambió cuando en 1956 fue testigo del levantamiento militar contra el gobierno del dictador Eduardo Lonardi, que con un golpe de estado derrocó la presidencia de Juan Domingo Perón un año antes. Durante las trifulcas callejeras en La Plata, sucedió el secuestro y fusilamiento de 12 personas civiles, los cuales habían sido muy poco documentados por los medios. Meses después, Walsh, mientras jugaba ajedrez, cerca de su residencia, al escuchar una conversación se enteró que había un sobreviviente, hecho que lo impulsó a investigar y los resultados de sus pesquisas terminaron en la publicación de una de sus más famosas novelas Operación Masacre, que dio origen al periodismo narrativo, nueve años antes de A sangre fría, de Truman Capote, considerada como la pionera del género. Walsh se anticipó casi una década.

“Él mismo se dio cuenta de que el formato del periodismo no le daba para poder contar la historia y que una nota no era suficiente para comunicar el alcance del horror que se estaba viviendo, así como la experiencia de los sobrevivientes, porque hubo más, que fue encontrando en la investigación, que construyó a partir de sus testimonios, cosa que no es meramente un proceso judicial”, precisa a este diario la investigadora y latinoamericanista de la UNAM, América Zepeda Cabiedes.

Periodista de Izquierda

Más adelante, Walsh, escribiría más libros y textos con una postura de izquierda y con el formato documental, como las novelas Caso Satanowsky (1957), ¿Quién mató a Rosendo? (1969) y el Informe Kissinger (1964), los cuales evidenciaron la persecución de líderes sociales y sindicalistas que se opusieron a otros regímenes dictatoriales de Argentina.

Alejandra Amatto, explica que la relevancia de Walsh fue bien reconocida por otros escritores, especialmente por los latinoamericanos de izquierda. Esto se puede ver al recordar su estadía en Cuba, en 1959, tiempo en el que fundó la agencia periodística Prensa Latina ―iniciativa de Fidel Castro y de Ernesto Che Guevara―, junto a otros grandes escritores como Gabriel García Márquez, Jorge Masetti y Carlos María Gutiérrez.

“Él formó parte de una izquierda que no sólo era peronista sino que también era sindicalista, de trabajadores, que abogaba por la reivindicación de los derechos laborales y políticos, que resistió al golpe de estado de 1955 y que participó en la clandestinidad políticamente, tratando de encontrar las zonas grises para dar una batalla, no sólo política, sino también cultural, dentro de un proceso regional y global, en el cual los escritores empezaban a sentirse interpelados por el compromiso político”, explica América Zepeda.

Sobre el contraste histórico que hay en el reconocimiento de la obra de Walsh frente a otros autores latinoamericanos Zepeda opina: “Tendemos a pensar que la literatura Latinoamericana es sólo el ‘boom’, pero esta idea también tiene en el fondo un sentido colonial, pues se pensaba que los autores tenían que triunfar en Europa para luego ser reconocidos en América Latina.

“Pensemos que Walsh era contemporáneo de Borges, quien sí tiene un impacto internacional, pero si vemos sus trayectorias políticas son muy distintas. Walsh era muy progresista y con una visión amplia de los derechos más integral, que no se ha valorado tanto porque pertenece a esas voces incómodas al régimen que fueron silenciadas”.

El fantasma de Walsh vive

Tras su activismo internacional, Walsh regresó a Argentina en 1961, publicó sus obras de teatro La granada y La batalla y los libros de cuentos Los oficios terrestres (1965) y Un kilo de oro (1967). En el ámbito político, a mediados de los setenta, formó parte del movimiento guerrillero peronista argentino Montoneros.

En 1976, el escritor fundó la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA), que buscaba difundir información ante la censura a medios de comunicación por parte del gobierno que había derrocado a Estela Martínez. Este mismo año marcó la vida de Walsh tras el asesinato de su hija en combate, como parte de los Montoneros. Un año después, Walsh, cuando había escrito y mandado a otros escritores y periodistas su texto más leído y que ahora se enseña en las escuelas en Argentina, Carta abierta de un escritor a la junta militar, en el que denunciaba el terrorismo de estado de la dictadura de Jorge Rafael Videla, fue emboscado en Buenos Aires, en una calle donde ahora hay una estación de Metro con su nombre, volviéndose una figura para la historia democrática del país sudamericano.

“Argentina sigue siendo una sociedad muy polarizada, para la que no ha sido sencillo el proceso de cambio hacia la democracia. Walsh ya no sólo es su literatura ni su labor periodística en sí, sino que es un ícono de una forma de hacer política y ser militante, la cual no se trata de una actividad de tiempos libres, sino que es el mismo sentido de su vida mediante la cual se ajustan todas las actividades en función de la militancia”, asegura América Zepeda, sobre el legado del escritor.

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Por su parte Alejandra Amatto habla sobre la herencia cultural que el autor argentino ha dejado: “Hay una escuela que Walsh dejó a la literatura argentina, es una tradición que sobre todo cobró fuerza con los escritores de los noventa del siglo pasado. Uno de los ejemplos más claros es el trabajo de la periodista Leila Guerriero, que de algún modo se volvió su discípula en muchos sentidos. Pero no sólo su influencia está ahí, pues él colaboró en varias revistas, periódicos y semanarios, por lo que su huella también se mira en las redacciones del periodismo argentino actualmente”, concluye.

Aunque cruelmente acribillado y desaparecido el 25 de marzo de 1977 ―e injustamente vedado de la misma fama que gozan otros escritores latinoamericanos del siglo XX―, en Argentina el escritor y periodista Rodolfo Walsh no ha podido ser enmudecido. Muy al contrario, sus palabras y su vida se han convertido en símbolo de resistencia y ancla de la memoria, ante las discusiones políticas entre grupos de derecha y de izquierda de aquel país, que este 2023 cumple 40 años de la recuperación de su democracia, tras el fin su dictadura cívico-militar de 1976.

Walsh sigue enseñando que el oficio del intelectual y el escritor no tiene mayor sentido en una sociedad si no se hace dentro de una perspectiva realmente consciente e involucrada con los conflictos en sí mismos. A diferencia de varios hombres y mujeres intelectuales que hemos tenido a lo largo de la historia de América Latina, él sí afrontó decisiones que le costaron la vida”, explica en entrevista con El Sol de México, la doctora Alejandra Amatto, profesora de Literatura en América Latina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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“Digamos que es el ejemplo consecuente del pensamiento claro y la acción. Esto no quiere decir que todo el mundo tenga que hacer lo que él hizo, porque sí fue un hombre que pasó también a la acción armada; pero para él, en verdad, el trabajo del escritor no se podía quedar en la descripción y el análisis de problemas, sino en la intervención social.

“Ahora podemos hablar con mucha más libertad, no estamos en la situación de los sesenta, con una represión militar. Pero, creo que parte de estas libertades contemporáneas han sido gracias a personas como Walsh, que dieron su vida para que los represores no se quedaran enquistados en el poder”, detalla.

Hacia la militancia y el primer periodismo narrativo

Nacido en Río Negro, en enero de 1927, Rodolfo Walsh fue descendiente de migrantes irlandeses. Tras viajar a Buenos Aires en 1941 y realizar sus estudios de educación media en una escuela religiosa irlandesa, ingresó en la carrera de Letras en la Universidad de la Plata, la cual no terminó. Durante ese tiempo desempeño varios oficios y comenzó sus primeros pasos como corrector de estilo y traductor en distintas redacciones, lo que lo llevó a incursionar en el periodismo.

En esos años tanto la literatura de Walsh como su visión política, según Alejandra Matto, distaban mucho del trabajo político que lo caracterizó, ya que sus libros eran ficcionales, con gran predilección por el género policiaco, mismo que se puede ver en su primer libro de cuentos Variaciones en rojo, publicado en 1953; su opinión ante la política era “un tanto conservadora” e incluso “antiperonista”.

Esta opinión cambió cuando en 1956 fue testigo del levantamiento militar contra el gobierno del dictador Eduardo Lonardi, que con un golpe de estado derrocó la presidencia de Juan Domingo Perón un año antes. Durante las trifulcas callejeras en La Plata, sucedió el secuestro y fusilamiento de 12 personas civiles, los cuales habían sido muy poco documentados por los medios. Meses después, Walsh, mientras jugaba ajedrez, cerca de su residencia, al escuchar una conversación se enteró que había un sobreviviente, hecho que lo impulsó a investigar y los resultados de sus pesquisas terminaron en la publicación de una de sus más famosas novelas Operación Masacre, que dio origen al periodismo narrativo, nueve años antes de A sangre fría, de Truman Capote, considerada como la pionera del género. Walsh se anticipó casi una década.

“Él mismo se dio cuenta de que el formato del periodismo no le daba para poder contar la historia y que una nota no era suficiente para comunicar el alcance del horror que se estaba viviendo, así como la experiencia de los sobrevivientes, porque hubo más, que fue encontrando en la investigación, que construyó a partir de sus testimonios, cosa que no es meramente un proceso judicial”, precisa a este diario la investigadora y latinoamericanista de la UNAM, América Zepeda Cabiedes.

Periodista de Izquierda

Más adelante, Walsh, escribiría más libros y textos con una postura de izquierda y con el formato documental, como las novelas Caso Satanowsky (1957), ¿Quién mató a Rosendo? (1969) y el Informe Kissinger (1964), los cuales evidenciaron la persecución de líderes sociales y sindicalistas que se opusieron a otros regímenes dictatoriales de Argentina.

Alejandra Amatto, explica que la relevancia de Walsh fue bien reconocida por otros escritores, especialmente por los latinoamericanos de izquierda. Esto se puede ver al recordar su estadía en Cuba, en 1959, tiempo en el que fundó la agencia periodística Prensa Latina ―iniciativa de Fidel Castro y de Ernesto Che Guevara―, junto a otros grandes escritores como Gabriel García Márquez, Jorge Masetti y Carlos María Gutiérrez.

“Él formó parte de una izquierda que no sólo era peronista sino que también era sindicalista, de trabajadores, que abogaba por la reivindicación de los derechos laborales y políticos, que resistió al golpe de estado de 1955 y que participó en la clandestinidad políticamente, tratando de encontrar las zonas grises para dar una batalla, no sólo política, sino también cultural, dentro de un proceso regional y global, en el cual los escritores empezaban a sentirse interpelados por el compromiso político”, explica América Zepeda.

Sobre el contraste histórico que hay en el reconocimiento de la obra de Walsh frente a otros autores latinoamericanos Zepeda opina: “Tendemos a pensar que la literatura Latinoamericana es sólo el ‘boom’, pero esta idea también tiene en el fondo un sentido colonial, pues se pensaba que los autores tenían que triunfar en Europa para luego ser reconocidos en América Latina.

“Pensemos que Walsh era contemporáneo de Borges, quien sí tiene un impacto internacional, pero si vemos sus trayectorias políticas son muy distintas. Walsh era muy progresista y con una visión amplia de los derechos más integral, que no se ha valorado tanto porque pertenece a esas voces incómodas al régimen que fueron silenciadas”.

El fantasma de Walsh vive

Tras su activismo internacional, Walsh regresó a Argentina en 1961, publicó sus obras de teatro La granada y La batalla y los libros de cuentos Los oficios terrestres (1965) y Un kilo de oro (1967). En el ámbito político, a mediados de los setenta, formó parte del movimiento guerrillero peronista argentino Montoneros.

En 1976, el escritor fundó la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA), que buscaba difundir información ante la censura a medios de comunicación por parte del gobierno que había derrocado a Estela Martínez. Este mismo año marcó la vida de Walsh tras el asesinato de su hija en combate, como parte de los Montoneros. Un año después, Walsh, cuando había escrito y mandado a otros escritores y periodistas su texto más leído y que ahora se enseña en las escuelas en Argentina, Carta abierta de un escritor a la junta militar, en el que denunciaba el terrorismo de estado de la dictadura de Jorge Rafael Videla, fue emboscado en Buenos Aires, en una calle donde ahora hay una estación de Metro con su nombre, volviéndose una figura para la historia democrática del país sudamericano.

“Argentina sigue siendo una sociedad muy polarizada, para la que no ha sido sencillo el proceso de cambio hacia la democracia. Walsh ya no sólo es su literatura ni su labor periodística en sí, sino que es un ícono de una forma de hacer política y ser militante, la cual no se trata de una actividad de tiempos libres, sino que es el mismo sentido de su vida mediante la cual se ajustan todas las actividades en función de la militancia”, asegura América Zepeda, sobre el legado del escritor.

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Por su parte Alejandra Amatto habla sobre la herencia cultural que el autor argentino ha dejado: “Hay una escuela que Walsh dejó a la literatura argentina, es una tradición que sobre todo cobró fuerza con los escritores de los noventa del siglo pasado. Uno de los ejemplos más claros es el trabajo de la periodista Leila Guerriero, que de algún modo se volvió su discípula en muchos sentidos. Pero no sólo su influencia está ahí, pues él colaboró en varias revistas, periódicos y semanarios, por lo que su huella también se mira en las redacciones del periodismo argentino actualmente”, concluye.

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