Cuando a México llegó la noticia de la muerte del poeta tabasqueño José Carlos Becerrera (1936-1970) en Italia, al principio nadie estaba seguro que fuera él, porque según la primera información se trataba de un arquitecto. Y aunque esa había sido su primera profesión, en nuestro país se le conocía más por ser una joven promesa de la poesía mexicana, cuyos versos se caracterizaban por tener un tono novedoso, un alto sentido del humor, gran profundidad y un particular uso del versículo como medio expresivo.
Al reconocer que se trataba de él, la comunidad poética de nuestro país lamentó con fuerza la pérdida de un “hombre que vivió cara a la muerte y que, frente a ella, quiso rescatar los misterios el tiempo humano”, como habría escrito el premio nobel de literatura Octavio Paz. Y como no todos sus poemas habían sido publicados, se hicieron esfuerzos infructuosos, impulsados por sus amigos José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid.
Pero para la escritora y editora Silvia Molina (1946), la noticia fue, más que la pérdida de un escritor, la de un intenso amor que vivió con José Carlos Becerra, a quien había conocido en Londres, unos meses antes de aquel trágico accidente de automóvil, en el que éste se desbarrancó en camino a Grecia.
De esa relación, pasados siete años de la muerte del poeta, Silvia Molina escribió un libro de autoficción titulado “La mañana debe seguir gris”, bajo el sello Joaquín Mortiz. Contó cómo, siendo ella una joven que apenas entraba a sus veintes, conoció a Becerra, sin saber mucho de su obra, cuando éste obtuvo la beca Guggenheim que le permitió residir, primero en Nueva York y luego en Londres.
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Se trata de una novela que se ha descrito como “de iniciación”, al referir, entre románticos paseos por las calles y museos londinenses, el proceso de descubrimiento del amor y el placer de esta joven mujer, así como el modo en que su relación con el poeta le permitió abrir los ojos a un mundo mucho más abierto y complejo, en un contexto conservador, circundado por las huellas de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial y el ferviente clamor de la entonces encendida Guerra Fría.
De lectura ágil y sencilla, “La mañana debe seguir gris”, fue galardonada con el Premio Xavier Villaurrutia en 1977 y desde entonces es considerada una lectura referencial de la literatura mexicana. Hay que celebrar entonces que, después de 40 años de su lanzamiento, haya sido recientemente reeditada por el Fondo de Cultura Económica en su colección popular.