/ viernes 9 de febrero de 2024

Cortázar, el escritor que hacía jazz con el lenguaje

A 40 años de su fallecimiento, Julio Cortázar sigue muy presente en manuales escolares y en conversaciones de café o bohemia

Pasan las hojas y pasa el tiempo. Cientos de lectores juegan el juego, consultan mapas, revisan listas de entierros, piden indicaciones, repiten las coordenadas en su mente (3a división, 2da sección, 17 oeste)… Por momentos se sienten perdidos en esa ciudad-laberinto de innumerables callejuelas, donde gobiernan el mármol y el silencio, que es el Cementerio de Montparnasse, en París.

Hasta que llegan ahí y saben que ese es el lugar, donde las discretas tumbas del escritor argentino Julio Cortázar (1914-1984) y su esposa Carol Dunlop (1946-1982), miran pacientes hincarse el sol. Sienten que los estaban esperando y, entonces, dejan algún recuerdo: libros, cartas, tickets de viaje, flores, un cigarro o pequeñas piedras para jugar a la rayuela.

A 40 años de su fallecimiento y 110 de su natalicio, Julio Cortázar continúa entre los autores latinoamericanos más leídos o citados, se le menciona en manuales escolares y en conversaciones de café o bohemia, como uno de los más grandes renovadores de las letras en nuestro idioma durante el siglo XX.

Para recordarlo, el docente y poeta Eduardo Casar, uno de sus más agudos lectores, conversó con El Sol de México sobre el modo en que este autor cambio la forma de escribir y leer literatura, a través de sus juegos de palabras.

Indagador del lenguaje

Cortázar fue un escritor que trabajó sobre las expectativas de la lectura, de lo que se cree que es el lenguaje y la literatura para cambiarlo; sin hacerlo premeditadamente, porque no era un teórico que estuviera haciendo experimentos con animales lectores, sino que se preguntaba a sí mismo sobre las posibilidades de escribir de distintas maneras e inventar, por ejemplo, un cuento en el que nunca se sepa qué es lo que amenaza a los personajes.

“Es por eso que yo creo que sus mundos fantásticos emergen del lenguaje, de ciertos cambios en las operaciones de la materia verbal. Él era un jugador. Igual que este futbolista famoso, Lionel Messi, hace maravillas con los pies, lo que hacía Cortázar eran arabescos de gran novedad, pero con el lenguaje. Él se tomó muchas más libertades que los otros escritores del Boom Latinoamericano”, comenta Casar, con una risa, como quien recuerda una jugada imposible.

Sobre el estilo particular de Cortázar frente a los demás escritores del Boom, Casar afirma que éste “creaba conflictos desde las mismas palabras”; mientras que Carlos Fuentes los generaba, principalmente, a través del contraste de ideas y Vargas Llosa, lo hacía desde estructuras narrativas. Cada uno a su manera, tenía sus propias tácticas y estrategias. Dicha característica cortazariana, Casar se la adjudica a su gran interés por la poesía —género que practicó antes que la narrativa, con su primer libro Presencia (1938) —, pues según palabras del mismo astro literario el cuento y el poema eran “hermanos misteriosos”, por su tendencia a crear universos de sentido breves.

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La mirada oblicua

Mundialmente reconocido por sus nueve libros de cuentos, como Bestiario (1951), Las armas secretas (1959), Todos los fuegos del fuego (1966) o Queremos tanto a Glenda (1980); la narrativa breve de Cortázar se puebla de situaciones fantásticas, mitológicas y también realistas, con gran experimentación narrativa, donde sus personajes pueden escupir conejos, hacer comunas en medio de una carretera, alterar la percepción del tiempo con música, despertar en medio de un sacrificio azteca o convertirse en ajolotes.

De la gran diversidad presente en los relatos del argentino, Casar asegura que sus temas no se pueden aislar de manera puntual, pues más bien el gran tema de Cortázar fue “la mirada oblicua, o la manera de ver los intersticios de la realidad. Es decir: no ver el muro, sino las grietas que tiene."

Lo mejor de Cortázar está en su sensibilidad y no en algo muy intelectual, él tenía una afinidad con la música, el hacía jazz con el lenguaje

Esta visión musical y literaria, comenta el también conductor del programa de televisión La dichosa palabra, estuvo presente en otro tipo de textos en prosa del argentino, quien “supo ver lo literario en cosas donde otros no”, como fue en su libro Historias de cronopios y de famas, donde, aparte de relatos, también escribió imaginativas reglas, entre ellas “Instrucciones para subir escaleras”, o sus “Instrucciones para llorar”.

Rayuela, el juego y el azar

Como novelista, Cortázar también fue autor de seis novelas, de ellas la más reconocida —con traducciones a más de 30 idiomas— es Rayuela, que en 2023, cumplió 60 años. A decir de Casar, se trata de la novela más experimental del Gran Cronopio, en la que utilizó su propio contexto para seguir experimentando y cuestionarse sobre lo literario, al presentar un libro, con un “tablero de navegación”, que permitía a los lectores formar parte activa de la creación.

Plagado de referencias cultas por el conocimiento intelectual de sus personajes, Rayuela, cuenta la historia de Horacio Oliveira, un intelectual argentino, perdido en París, que vive en busca del amor y el sentido de la vida, junto a compañeros intelectuales y la enigmática mujer La Maga; todo, circundado por las reflexiones artísticas, filosóficas y literarias de Morelli, un pensador a quien Oliveira admira.

De esta búsqueda de sentido, Casar explica que los personajes están tras una idea de trascendencia, por lo que está relacionada con la imagen de la rayuela —que en México tiene su versión en el juego del avioncito— en la que se puede ascender de la tierra al cielo. Sin embargo, también destaca su gran interés por el azar de las cosas.

“Al hablar de lo trascendente, lo que hizo Cortázar fue jugar con muchas cosas intrascendentes, que podrían serlo. Desde el punto de vista de la creación, le llamaba mucho la atención el azar que había en ello (…) Todos nosotros experimentamos esos chispazos de intuiciones, pero no los seguimos. Lo que hizo Cortázar fue escribirlos muy cuidadosamente para atender el efecto de lo que estaba queriendo decir”, afirma el poeta Casar.

Cortázar también fue traductor de varios idiomas al español, con lo que acercó a nuestro idioma la obra de autores clásicos como Edgar Allan Poe, Margarite Yourcenar, Daniel Defoe, André Gide y otros. Trabajo para el que, según Casar, también le fue muy útil su “habilidad para escuchar la musicalidad de las palabras”.

Haciendo memoria de las lecturas, de las anécdotas, biografías, y correspondencias de Cortázar, Casar considera que el Cronopio Mayor posiblemente era un niño un tanto solitario, que encontró “en la literatura y el lenguaje su mejor compañía”, lo cual le permitió dejar en nuestro presente un gran legado.

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“Juego y libertad, esas son las más grandes lecciones que nos ha dado Cortázar. Cuando un niño juega, inventa sus propias reglas, y él inventó sus propias reglas por escrito de una maravillosa manera, y lo mejor es que nos invitó a jugar”, finaliza.

Pasan las hojas y pasa el tiempo. Cientos de lectores juegan el juego, consultan mapas, revisan listas de entierros, piden indicaciones, repiten las coordenadas en su mente (3a división, 2da sección, 17 oeste)… Por momentos se sienten perdidos en esa ciudad-laberinto de innumerables callejuelas, donde gobiernan el mármol y el silencio, que es el Cementerio de Montparnasse, en París.

Hasta que llegan ahí y saben que ese es el lugar, donde las discretas tumbas del escritor argentino Julio Cortázar (1914-1984) y su esposa Carol Dunlop (1946-1982), miran pacientes hincarse el sol. Sienten que los estaban esperando y, entonces, dejan algún recuerdo: libros, cartas, tickets de viaje, flores, un cigarro o pequeñas piedras para jugar a la rayuela.

A 40 años de su fallecimiento y 110 de su natalicio, Julio Cortázar continúa entre los autores latinoamericanos más leídos o citados, se le menciona en manuales escolares y en conversaciones de café o bohemia, como uno de los más grandes renovadores de las letras en nuestro idioma durante el siglo XX.

Para recordarlo, el docente y poeta Eduardo Casar, uno de sus más agudos lectores, conversó con El Sol de México sobre el modo en que este autor cambio la forma de escribir y leer literatura, a través de sus juegos de palabras.

Indagador del lenguaje

Cortázar fue un escritor que trabajó sobre las expectativas de la lectura, de lo que se cree que es el lenguaje y la literatura para cambiarlo; sin hacerlo premeditadamente, porque no era un teórico que estuviera haciendo experimentos con animales lectores, sino que se preguntaba a sí mismo sobre las posibilidades de escribir de distintas maneras e inventar, por ejemplo, un cuento en el que nunca se sepa qué es lo que amenaza a los personajes.

“Es por eso que yo creo que sus mundos fantásticos emergen del lenguaje, de ciertos cambios en las operaciones de la materia verbal. Él era un jugador. Igual que este futbolista famoso, Lionel Messi, hace maravillas con los pies, lo que hacía Cortázar eran arabescos de gran novedad, pero con el lenguaje. Él se tomó muchas más libertades que los otros escritores del Boom Latinoamericano”, comenta Casar, con una risa, como quien recuerda una jugada imposible.

Sobre el estilo particular de Cortázar frente a los demás escritores del Boom, Casar afirma que éste “creaba conflictos desde las mismas palabras”; mientras que Carlos Fuentes los generaba, principalmente, a través del contraste de ideas y Vargas Llosa, lo hacía desde estructuras narrativas. Cada uno a su manera, tenía sus propias tácticas y estrategias. Dicha característica cortazariana, Casar se la adjudica a su gran interés por la poesía —género que practicó antes que la narrativa, con su primer libro Presencia (1938) —, pues según palabras del mismo astro literario el cuento y el poema eran “hermanos misteriosos”, por su tendencia a crear universos de sentido breves.

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La mirada oblicua

Mundialmente reconocido por sus nueve libros de cuentos, como Bestiario (1951), Las armas secretas (1959), Todos los fuegos del fuego (1966) o Queremos tanto a Glenda (1980); la narrativa breve de Cortázar se puebla de situaciones fantásticas, mitológicas y también realistas, con gran experimentación narrativa, donde sus personajes pueden escupir conejos, hacer comunas en medio de una carretera, alterar la percepción del tiempo con música, despertar en medio de un sacrificio azteca o convertirse en ajolotes.

De la gran diversidad presente en los relatos del argentino, Casar asegura que sus temas no se pueden aislar de manera puntual, pues más bien el gran tema de Cortázar fue “la mirada oblicua, o la manera de ver los intersticios de la realidad. Es decir: no ver el muro, sino las grietas que tiene."

Lo mejor de Cortázar está en su sensibilidad y no en algo muy intelectual, él tenía una afinidad con la música, el hacía jazz con el lenguaje

Esta visión musical y literaria, comenta el también conductor del programa de televisión La dichosa palabra, estuvo presente en otro tipo de textos en prosa del argentino, quien “supo ver lo literario en cosas donde otros no”, como fue en su libro Historias de cronopios y de famas, donde, aparte de relatos, también escribió imaginativas reglas, entre ellas “Instrucciones para subir escaleras”, o sus “Instrucciones para llorar”.

Rayuela, el juego y el azar

Como novelista, Cortázar también fue autor de seis novelas, de ellas la más reconocida —con traducciones a más de 30 idiomas— es Rayuela, que en 2023, cumplió 60 años. A decir de Casar, se trata de la novela más experimental del Gran Cronopio, en la que utilizó su propio contexto para seguir experimentando y cuestionarse sobre lo literario, al presentar un libro, con un “tablero de navegación”, que permitía a los lectores formar parte activa de la creación.

Plagado de referencias cultas por el conocimiento intelectual de sus personajes, Rayuela, cuenta la historia de Horacio Oliveira, un intelectual argentino, perdido en París, que vive en busca del amor y el sentido de la vida, junto a compañeros intelectuales y la enigmática mujer La Maga; todo, circundado por las reflexiones artísticas, filosóficas y literarias de Morelli, un pensador a quien Oliveira admira.

De esta búsqueda de sentido, Casar explica que los personajes están tras una idea de trascendencia, por lo que está relacionada con la imagen de la rayuela —que en México tiene su versión en el juego del avioncito— en la que se puede ascender de la tierra al cielo. Sin embargo, también destaca su gran interés por el azar de las cosas.

“Al hablar de lo trascendente, lo que hizo Cortázar fue jugar con muchas cosas intrascendentes, que podrían serlo. Desde el punto de vista de la creación, le llamaba mucho la atención el azar que había en ello (…) Todos nosotros experimentamos esos chispazos de intuiciones, pero no los seguimos. Lo que hizo Cortázar fue escribirlos muy cuidadosamente para atender el efecto de lo que estaba queriendo decir”, afirma el poeta Casar.

Cortázar también fue traductor de varios idiomas al español, con lo que acercó a nuestro idioma la obra de autores clásicos como Edgar Allan Poe, Margarite Yourcenar, Daniel Defoe, André Gide y otros. Trabajo para el que, según Casar, también le fue muy útil su “habilidad para escuchar la musicalidad de las palabras”.

Haciendo memoria de las lecturas, de las anécdotas, biografías, y correspondencias de Cortázar, Casar considera que el Cronopio Mayor posiblemente era un niño un tanto solitario, que encontró “en la literatura y el lenguaje su mejor compañía”, lo cual le permitió dejar en nuestro presente un gran legado.

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“Juego y libertad, esas son las más grandes lecciones que nos ha dado Cortázar. Cuando un niño juega, inventa sus propias reglas, y él inventó sus propias reglas por escrito de una maravillosa manera, y lo mejor es que nos invitó a jugar”, finaliza.

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