Con lentes oscuros, bermudas y las mochilitas llenas hasta reventar fue el outfit recurrente de cientos de personas que se dieron cita en el Foro Sol para celebrar la vigésima edición del Vive Latino, que comenzó desde las 14 horas.
El outfit también incluía el celular para la selfie o la foto con los amigos que había que subir rápido a Instagram o Facebook porque si no, parecía que caducaba. Pero antes había que revisar el filtro, la pose y que saliera el escenario o el letrero del Vive Latino al fondo, para que no quedara duda.
Poco tiempo pasó para que los vasos de cerveza, ilustrados con los carteles de todas las ediciones, comenzaran a aparecer poco a poco entre la multitud, que conforme corrieron las horas también comenzaba a tambalearse por encontrar a los vendedores que se paseaban y ofrecían la “chela de a 110”. “No mames, cada vez está más cara”, se escuchaba de vez en vez mientras pasaban la pulsera para que les cobraran.
También estaba el shot de mezcal de a cien. Pero había que tomárselo al momento. “A la viva México”, decía la vendedora que cargaba a sus espaldas tres botellas y servía los tragos con mucho cuidado, sin que una sola gota derramara.
¡Ah! También hubo música, aunque para algunos eso fue secundario. Y es que el Vive Latino se ha vuelto un espacio más de encuentro y fiesta con los amigos. Muchos optan por la charla física o a través de sus teléfonos, pero la convivencia le gana al gusto de escuchar a las bandas que suenan.
Excepto, claro, si se trata de bailar o de echar desmadre. Ya sea con cumbias como las que tocó Sonido Gallo Negro o los experimentos urbanos poperos de Ximena Sariñana, en sus mezclas en ¿Qué tiene? Y No vuelvo más. O la nostalgia de Jumbo, que recordó éxitos como Cada vez que me voy y celebró junto con el Vive Latino sus 20 años de trayectoria.
Los más jóvenes eran los de más energía, pero también estaba el chavorruco que sacaba sus mejores pasos. Algunos, más recatados, cargaban a sus hijos en los hombros mientras bailaban. Mientras, las parejitas se abrazan, besaban, tomaban fotos o bailaban pegaditos.
Ni hablar de los que se perdían entre los cinco escenarios de música que había, pero que en el camino se encontraban a un elefante gigante para tomarse una foto, o los puestos de playeras y discos que se veían a lo largo del recinto. También estaban las zonas de descanso que esta vez lucieron a la mitad de su capacidad, pues el Sol se portó buena onda y se ocultó entre las nubes la mayor parte de la tarde.