/ domingo 18 de diciembre de 2022

Migrantes pasarán Navidad en albergue de Metepec

En el refugio “Hermanos en el Camino", decenas de personas pasarán las fiestas decembrinas en espera de cruzar a Estados Unidos

Hasta el lugar en el que están sentados Armando Vilchis y Mauricio Magaña, se acercó ronroneando Rasputia, una gatita parda que bebe tranquilamente agua de un plato que le disponen en un rincón de la cocina y luego peina su pelaje. Mientras la gatita se pasea sobre los pies, Armando explica que la Navidad y el Año Nuevo siempre son celebrados allí en el albergue “Hermanos en el Camino”.

“Siempre hay algo, siempre hay alguien que se compadece y nos trae unos pollos”, dice el activista, quien a lo largo de 12 años ha dado refugio en su taller mecánico a los migrantes de El Salvador, Venezuela, Guatemala y Honduras.

“La gatita también es migrante”, comenta Mauricio, pues asegura que en una de las caravanas trajeron a Rasputia apenas era una cría de unos meses.

El albergue siempre luce a oscuras, en los pasillos formados por las literas no entra la luz y sólo se filtran los rayos de sol por los resquicios que deja el techo de lámina que da al patio del taller.

Podrían encender las luces, pero igual que todo allí, es escasa y se debe estirar para los gastos diarios.

A unos días de Navidad y Año Nuevo hay unos 40 migrantes en el albergue de Pilares en Metepec. Don Armando pronostica que unos cinco a diez abandonarán el lugar en los siguientes días, porque el 27 de diciembre es abierta la frontera por el Título 42.

“El título 42 es lo que hace el Gobierno de Estados Unidos para reforzar la frontera, pero a la vez la abre y se puede pasar”, explica Armando.

Esa oportunidad la aprovecharán algunos de los que se hospedan en el refugio, pero Mauricio Magaña no, él esperará a que le entreguen la VISA para transitar por el país.

“El tren no es fácil, hay gente mala y hace frío. Con la VISA me voy en camión”, comenta Mauricio.

Y Mauricio lleva esperando ese documento siete meses en el albergue y casi un año ya en el país.

Llegó a Tapachula, Chiapas, donde durmió tres meses en un auditorio.

“Caminé dieciocho días para llegar aquí al albergue, así llegué desde Tapachula”, recuerda Mauricio.

“Con hambre, frío, muy cansado, pero yo les decía que siguiéramos”, externa.

Por eso expresa que pasar la Navidad en el albergue, es mejor que en la calle.

Una especie de paraíso que ofrece don Armando sin ningún costo.

“Aquí nunca te dejan sin comer, un café o un plato de arroz”, explaya Mauricio.

Y don Armando le completa, acentuando que hacer el bien siempre es gratis.

Aunque pareciera que al albergue no llegó la Navidad, porque hace falta el arbolito y los adornos, el ambiente es lo único que requieren. Hay esperanza y deseos de seguir, dicen los migrantes.

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“Yo lo que pediría de deseo es que tengamos un plato en la mesa con mis hermanos migrantes”, dice Mauricio y ríen los demás migrantes. Del lado de los dormitorios femeninos salió Gaby y otra mujer. Gaby con una toalla para ducharse y la otra mujer con un hule en la cabeza.

Lo único que adorna el lugar es un cuadro de la Virgen de Guadalupe. Eso y la empatía de Armando dan forma a este hogar migrante.

Hasta el lugar en el que están sentados Armando Vilchis y Mauricio Magaña, se acercó ronroneando Rasputia, una gatita parda que bebe tranquilamente agua de un plato que le disponen en un rincón de la cocina y luego peina su pelaje. Mientras la gatita se pasea sobre los pies, Armando explica que la Navidad y el Año Nuevo siempre son celebrados allí en el albergue “Hermanos en el Camino”.

“Siempre hay algo, siempre hay alguien que se compadece y nos trae unos pollos”, dice el activista, quien a lo largo de 12 años ha dado refugio en su taller mecánico a los migrantes de El Salvador, Venezuela, Guatemala y Honduras.

“La gatita también es migrante”, comenta Mauricio, pues asegura que en una de las caravanas trajeron a Rasputia apenas era una cría de unos meses.

El albergue siempre luce a oscuras, en los pasillos formados por las literas no entra la luz y sólo se filtran los rayos de sol por los resquicios que deja el techo de lámina que da al patio del taller.

Podrían encender las luces, pero igual que todo allí, es escasa y se debe estirar para los gastos diarios.

A unos días de Navidad y Año Nuevo hay unos 40 migrantes en el albergue de Pilares en Metepec. Don Armando pronostica que unos cinco a diez abandonarán el lugar en los siguientes días, porque el 27 de diciembre es abierta la frontera por el Título 42.

“El título 42 es lo que hace el Gobierno de Estados Unidos para reforzar la frontera, pero a la vez la abre y se puede pasar”, explica Armando.

Esa oportunidad la aprovecharán algunos de los que se hospedan en el refugio, pero Mauricio Magaña no, él esperará a que le entreguen la VISA para transitar por el país.

“El tren no es fácil, hay gente mala y hace frío. Con la VISA me voy en camión”, comenta Mauricio.

Y Mauricio lleva esperando ese documento siete meses en el albergue y casi un año ya en el país.

Llegó a Tapachula, Chiapas, donde durmió tres meses en un auditorio.

“Caminé dieciocho días para llegar aquí al albergue, así llegué desde Tapachula”, recuerda Mauricio.

“Con hambre, frío, muy cansado, pero yo les decía que siguiéramos”, externa.

Por eso expresa que pasar la Navidad en el albergue, es mejor que en la calle.

Una especie de paraíso que ofrece don Armando sin ningún costo.

“Aquí nunca te dejan sin comer, un café o un plato de arroz”, explaya Mauricio.

Y don Armando le completa, acentuando que hacer el bien siempre es gratis.

Aunque pareciera que al albergue no llegó la Navidad, porque hace falta el arbolito y los adornos, el ambiente es lo único que requieren. Hay esperanza y deseos de seguir, dicen los migrantes.

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“Yo lo que pediría de deseo es que tengamos un plato en la mesa con mis hermanos migrantes”, dice Mauricio y ríen los demás migrantes. Del lado de los dormitorios femeninos salió Gaby y otra mujer. Gaby con una toalla para ducharse y la otra mujer con un hule en la cabeza.

Lo único que adorna el lugar es un cuadro de la Virgen de Guadalupe. Eso y la empatía de Armando dan forma a este hogar migrante.

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