El confinamiento dejó más visibles a los invisibles. La ciudad se replegó en sus casas para evitar contagiarse, pero las personas que viven en la calle quedaron ahí, más expuestas que nunca. Y ya no son las mismas de siempre, la pandemia ha orillado a parejas o familias que pagaban hoteles, posadas o cuartos al día a vivir en la calle. Bien porque el hospedaje cerró o porque se han quedado sin ingresos.
Se calcula que en la Ciudad de México hay poco más de siete mil personas que viven en situación de calle, mismas que con el confinamiento se quedaron sin la oportunidad de recibir una moneda, alimento o agua de gente empática que no falta. Aunado a esto, como informó El Sol de México, el Consejo de Evaluación de Desarrollo Social (Evalúa CDMX) calcula que la emergencia dejará entre 500 mil y un millón de personas en situación de pobreza.
En la Ciudad de México –epicentro de la pandemia a nivel nacional- la cuarentena se vive con más dificultad en las calles. Incluso ya es posible ver asentamientos de personas que antes de la emergencia no habitaba en las calles, sino que vivían en hoteles de paso.
Son parejas con y sin hijos en la alcaldía Cuauhtémoc. El director de la asociación civil El Caracol –dedicada al apoyo de poblaciones callejeras- Luis Enrique Hernández asegura haber identificado a unas 150 personas en esta situación y podrían ser más. En entrevista manifiesta su preocupación por la cifra que dio el Coneval: la crisis sanitaria podría dejar 10.7 millones de pobres más.
"En la fase 2 empezaron a cerrar los hoteles, algunas plazas y empezaron a acordonar algunos espacios públicos. Eso hizo que la dinámica de la población cambiara, porque personas que estaban en tránsito para dejar de vivir en la calle y vivían en hoteles en unas horas se quedaron sin lugar donde vivir. En un día tuvimos 150 personas más en la calle. Las personas que estaban en hoteles se quedaron sin esa posibilidad y se tuvieron que ir otra vez a la calle", narra Luis.
Brenda Raya, del Colectivo Callejero, ya también percibió esto. Este grupo de educadores de calle ha repartido 90 raciones de comida diaria a personas en situación vulnerable y lo harán hasta que acabe este mes. Ubicados en Mina y Eje Central, a un costado del Teatro Blanquita, han detectado que en las filas ya no solamente hay población callejera, sino que personas que vivían en hoteles y fueron echados debido al cierre de estos establecimientos.
"Cuando salió el tema del virus, ya preveíamos que a ellos (población callejera) les iba a pegar más cabrón y que además se venía una cuestión de limpieza social. Lo que no preveíamos es que se iba a modificar la población: gente que vivía a límite de vivir en la calle, definitivamente pasó a vivir en la calle de un momento a otro, por el tema que se cerraron los hoteles, las posadas y toda esta gente pagaba al día sus cuartos”, dice en entrevista.
Por ahora, coinciden Luis y Brenda, es imposible saber cuántas personas están en esta condición. Una vez superada la emergencia sanitar se podrá tener mayor claridad y precisión sobre esto, pero mientras ya hay personas que se han visto orilladas a vivir en la calle. "Si la gente no tiene trabajo, está teniendo escases económica y por lo tanto escases alimentaria, eso evidentemente va a llevar a muchas personas a temas de depresión, lo cual los coloca en un montón de riesgo", alerta Luis.
Y añade con preocupación "en la medida en que una persona comienza su deterioro y su único lugar para poder estar es la calle, no sabes la complicación en la que nos metemos. Si ya logran instalarse ahí, sacarlos es súper difícil". E insiste en la advertencia del Coneval.
"Es mucha la gente que se quedó sin casa, que perdió el empleo, la que ya vivía en la calle. Es un tema que se está complicando. A nosotros ya no nos alcanza el alimento, ya siempre se queda mucha gente sin comer. Nadie estábamos preparados para esto, no teníamos idea de qué onda con el tema de la pandemia, pero sí es de las poblaciones más afectadas en la ciudad", subraya.
Tanto El Caracol como el Colectivo Callejero son algunas de las organizaciones de educadores de calle que han apoyado históricamente a las personas sin casa, y durante la pandemia dicho soporte no ha parado. Luis reparte cubrebocas, gel, agua, jabón y alimentos a las poblaciones callejeras. Brenda y sus colegas hacen lo propio entregando 90 raciones de comida al día a un lado del Teatro Blanquita y lo harán hasta el último día de mayo, pues las reservas se agotan.
Por los cruceros en los que limpian parabrisas son pocos los autos que pasan–y pocos también los les dan alguna moneda-, los restaurantes y fondas que les daban comida bajaron la cortina, de las fuentes o negocios donde conseguían agua para su aseo hoy no brota nada. Las poblaciones callejeras hoy son doblemente discriminadas: primero por su condición y segundo porque se piensa que pueden estar contagiados. Incluso, lamenta Luis, hemos sabido de gente que les avienta agua con cloro.
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