IRAPUATO. Una tarde de febrero, Vanessa Villegas cerró por última vez la puerta de su casa que tenía en la provincia de Cumaná, Venezuela.
No volteó para atrás pues no quería que la nostalgia le ganara. Lanzó un largo suspiro y, junto a sus cuatro hijos, decidió partir rumbo a Estados Unidos. Sabía que pasaría hambre y desvelos, pero eran casi los mismos que tendría si se quedaba en su país, ya que con lo que ganaba su esposo no alcanzaba para pagar la renta ni para comer.
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Vanessa es una madre migrante venezolana quien ha soportado insomnio, hambre, frío y peligros con tal de llegar a Estados Unidos para ofrecerles un mejor futuro a sus tres hijos y a su hija, lo que en su país no pudo lograr. Aunque le habían contado que el trayecto sería difícil, para ella fue peor de lo que imaginaba: semanas de camino por la selva del Darién y viajes dolorosos a bordo del tren donde soportaron frío y dolor por las piedras que llevaban los carros del ferrocarril.
Desde hace cuatro años, Vanessa no celebra el Día de las Madres. Un año no lo hizo porque no tuvo dinero para ello; otros dos años debido a que la pandemia no lo permitió por el aislamiento social, y ahora porque sigue su viaje con rumbo a Chicago, lugar al que se trazó como meta para llegar y comenzar una nueva vida con sus hijos y su esposo.
Vanessa es parte de ese éxodo sudamericano que se dejó sentir en los últimos dos años en México y particularmente en Guanajuato, por donde pasa el tren rumbo a Guadalajara y Zacatecas, los dos puntos obligados para quienes buscan llegar a bordo del ferrocarril hacia la frontera con Estados Unidos.
De acuerdo con el Diagnóstico de Movilidad Humana en Guanajuato, elaborado por la Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas de la Secretaría de Gobierno, entre 2019 y 2021, nueve de cada 10 personas migrantes que llegaban al estado eran de nacionalidad hondureña, nicaragüense o guatemalteca; sin embargo, a finales de 2022, particularmente desde octubre de ese año, se empezó a notar una oleada de sudamericanos, sobre todo venezolanos y colombianos, y la ecuación quedó que por cada 10 migrantes que llegan al estado dos son de Colombia, dos de Venezuela, cuatro de Centroamérica y dos de Haití.
Yeremi Gabriel, Luna Ágata, Jeremías y Job Jacob tienen 11, 10, 7 y 2 años, respectivamente, son los hijos de Vanessa para quien la prioridad es que coman. La mujer contó en su paso por Irapuato que en los dos meses que llevan con rumbo a Estados Unidos ha sido complicado, sobre todo porque en los campamentos migrantes pululan los robos y la ley del más fuerte es la que rige.
“Mi esposo tiene que salir a buscar qué comer. Se va a veces todo el día, se va a centros comerciales a buscar detrás a ver si tiran algo que pueda servir para traerlo”, contó Vanessa, quien dijo que en todo ese tiempo no puede dormitar pues le pueden robar lo poco que tiene.
“Para una madre migrante no es opción dormir. Hemos visto cómo a la gente que se queda dormida le han robado el agua, la comida. Ha habido golpes por ello. Tampoco duermo, porque escuchamos que entre los campamentos hay maras y que ya se han robado niños. Dormir noes una opción”, aseguró.
Para Vanessa, el trayecto más difícil fue el de México. Recordó la frase que les dijeron cuando entraron al país, por Chiapas:“se puede entrar, pero no se sabe cómo van a salir”.
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El Sol de Irapuato siguió en contacto con Vanessa quien ya llegó a la frontera y sabe que la posibilidad de ingresar a Estados Unidos como refugiada junto con su familia está cerca.
||Con información de Óscar Reyes/El Sol de Irapuato||