/ martes 4 de diciembre de 2018

Extrema derecha irrumpe en España

El recuerdo de la dictadura no fue suficiente y Vox entró en Andalucía; ya es la quinta fuerza nacional

PARÍS, Francia. España, que durante 36 años sufrió la dictadura más prolongada del siglo XX en Europa Occidental, creía que esa experiencia la había inmunizado definitivamente contra el virus de la extrema derecha. La brutal irrupción del movimiento de ultraderecha Vox, que el domingo pasado obtuvo 11% de votos en las elecciones regionales de Andalucía, parece indicar que el extremismo político mutó y resistió.

Aunque la elección en ese bastión socialista no puede ser considerada como una muestra nacional, extrapolando los resultados del domingo se puede inferir que Vox es la quinta fuerza política del país: 11% es mucho más del caudal que tenía el ex Frente Nacional francés cuando comenzó su escalada política y apenas inferior a la fuerza de AfD (Alternativa para Alemania) en 2017 cuando entró al Parlamento por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Los ejemplos de Francia, Alemania, Italia o los otros países europeos que sucumbieron al canto de las sirenas de extrema derecha no son comparables. España vivió hasta 1975 bajo el régimen franquista. Esa dictadura implacable, que encarcelaba opositores y los ejecutaba con garrote vil, fue la última que sobrevivió como una isla en el océano de la democracia europea. Su caída se produjo un año después del derrumbe de la dictadura de Salazar en Portugal.

Foto: Reuters

Ese recuerdo, aún fresco en la retina de numerosos españoles, no fue suficiente para inmunizar a las nuevas generaciones, sobre todo después del tremendo impacto económico y psicológico que padecieron desde la crisis de 2008.

Mirando con atención, sin embargo, había signos anunciadores del fenómeno que se estaba incubando debajo de la superficie. Las tensiones que brotaron por el posible traslado del cadáver de Francisco Franco de su actual emplazamiento en el Valle de los Caídos demostraron que aún existía en España una legión de partidarios y nostálgicos del franquismo.

Esa franja de la población -ahora mensurada por las urnas- nutrió tradicionalmente el caudal del Partido Popular (PP) y, hasta los últimos años, mantuvo un perfil extremadamente bajo que hizo perder de vista su importancia real. El derrumbe político y moral del PP abrió las compuertas del sinceramiento.

Todo parece indicar que Vox no es un fenómeno regional. Sus líderes no ocultan sus ambiciones nacionales y son conscientes de que su ingreso al Parlamento andaluz condicionará la agenda electoral de 2019, que prevé consultas autonómicas, municipales, para el Parlamento Europeo y, probablemente, elecciones generales españolas.

Foto: EFE

Además de su acérrimo nacionalismo -defensores a ultranza de la unidad del país y hostil al independentismo catalán-, su programa de “100 medidas para que España viva” no oculta su orientación ideológica al proclamar su oposición a toda forma de inmigración y fundamentalismo islámico, reducción de impuestos, “apoyo a la familia, vida (anti-aborto) y valores”, “recorte del despilfarro”, lucha contra la corrupción, eliminación del Senado y apoyo a quienes crean empleos y riqueza.

Esa plataforma, salvo detalles, podría ser firmada por cualquiera de los otros partidos de extrema derecha europeos.

PARÍS, Francia. España, que durante 36 años sufrió la dictadura más prolongada del siglo XX en Europa Occidental, creía que esa experiencia la había inmunizado definitivamente contra el virus de la extrema derecha. La brutal irrupción del movimiento de ultraderecha Vox, que el domingo pasado obtuvo 11% de votos en las elecciones regionales de Andalucía, parece indicar que el extremismo político mutó y resistió.

Aunque la elección en ese bastión socialista no puede ser considerada como una muestra nacional, extrapolando los resultados del domingo se puede inferir que Vox es la quinta fuerza política del país: 11% es mucho más del caudal que tenía el ex Frente Nacional francés cuando comenzó su escalada política y apenas inferior a la fuerza de AfD (Alternativa para Alemania) en 2017 cuando entró al Parlamento por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Los ejemplos de Francia, Alemania, Italia o los otros países europeos que sucumbieron al canto de las sirenas de extrema derecha no son comparables. España vivió hasta 1975 bajo el régimen franquista. Esa dictadura implacable, que encarcelaba opositores y los ejecutaba con garrote vil, fue la última que sobrevivió como una isla en el océano de la democracia europea. Su caída se produjo un año después del derrumbe de la dictadura de Salazar en Portugal.

Foto: Reuters

Ese recuerdo, aún fresco en la retina de numerosos españoles, no fue suficiente para inmunizar a las nuevas generaciones, sobre todo después del tremendo impacto económico y psicológico que padecieron desde la crisis de 2008.

Mirando con atención, sin embargo, había signos anunciadores del fenómeno que se estaba incubando debajo de la superficie. Las tensiones que brotaron por el posible traslado del cadáver de Francisco Franco de su actual emplazamiento en el Valle de los Caídos demostraron que aún existía en España una legión de partidarios y nostálgicos del franquismo.

Esa franja de la población -ahora mensurada por las urnas- nutrió tradicionalmente el caudal del Partido Popular (PP) y, hasta los últimos años, mantuvo un perfil extremadamente bajo que hizo perder de vista su importancia real. El derrumbe político y moral del PP abrió las compuertas del sinceramiento.

Todo parece indicar que Vox no es un fenómeno regional. Sus líderes no ocultan sus ambiciones nacionales y son conscientes de que su ingreso al Parlamento andaluz condicionará la agenda electoral de 2019, que prevé consultas autonómicas, municipales, para el Parlamento Europeo y, probablemente, elecciones generales españolas.

Foto: EFE

Además de su acérrimo nacionalismo -defensores a ultranza de la unidad del país y hostil al independentismo catalán-, su programa de “100 medidas para que España viva” no oculta su orientación ideológica al proclamar su oposición a toda forma de inmigración y fundamentalismo islámico, reducción de impuestos, “apoyo a la familia, vida (anti-aborto) y valores”, “recorte del despilfarro”, lucha contra la corrupción, eliminación del Senado y apoyo a quienes crean empleos y riqueza.

Esa plataforma, salvo detalles, podría ser firmada por cualquiera de los otros partidos de extrema derecha europeos.

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