/ martes 24 de enero de 2017

¿Negociaciones de paz sobre Siria prefiguran un nuevo mundo?

PARIS, Francia (OEM-Informex).- Como ocurrió en Yalta hace 72años, la conferencia de Astaná sobre la paz en Siria prefigura unnuevo mundo. Esa negociación crucial para el futuro de OrienteMedio se desarrolla en la capital de Kazajistán bajo la egida deRusia –con la complicidad de Irán y Turquía–, pero con laausencia oficial de Estados Unidos, Europa, Arabia Saudita y laONU, que prefirieron permanecer detrás de la escena.

En esas condiciones, ese formato ad hoc aparece como un símbolode equilibrios geopolíticos en plena mutación y prefigura elnuevo orden internacional que se insinúa en el horizonte de lahistoria.

La reunión en esa capital artificial –edificada ex nihilo porel presidente autoritario Nursultán Nazarbayiev en medio de laestepa– es oficialmente patrocinada por la troikaRusia-Irán-Turquía, que el 29 de diciembre impuso el alto elfuego en Siria. Pero, en realidad, se trata de un esfuerzo delKremlin para instaurar una pax rusa en la región, una vez que ceseel bramido de las armas.

Después de seis años de una guerra civil que provocó entre350 mil y 400 mil muertos, 1.9 millones de heridos y 12 millones derefugiados o desplazados, la presión ejercida por la diplomaciablindada de Vladimir Putin logró reunir en torno de la mesa denegociaciones a una delegación del régimen de Bashar Assad ysiete grupos rebeldes (Felak al Sham, Ahrar al Sham, Jaish alIslam, Suvar agi Sham, Jaish al Mujaideen, Jaish Idlib y Jabhat alShamia) que, en su gran mayoría, operan en el norte de Siria conel amparo de Turquía.

Haber aceptado la participación de los movimientos Ahrar alSham y Jaish al Islam muestra un distanciamiento ruso de laretórica de su aliado Assad, que considera a todos sus opositorescomo terroristas.

En cambio, la invitación excluyó a tres categorías deopositores: los movimientos rebeldes cercanos a Arabia Saudita; loskurdos del PYD, lo que supone una concesión de Putin al presidenteturco Recep Tayyip Erdogan, y las organizaciones yihadistas EstadoIslámico y Jabhat Fateh al-Sham (el ex Frente al Nusra vinculado aAl Qaeda). Otro grupo, Ahrar al-Sham, se negó a participar sin dardemasiadas explicaciones, lo que abre una incógnita sobre sucomportamiento en caso de acuerdo de paz.

La paradoja de esa conferencia, convocada para “sembrarsemillas de confianza” entre el régimen sirio y los rebeldes, esque nadie negocia. La sesión de apertura permitió tomar una fotodel conjunto de asistentes. Ese efímero instante de armonía sevolatilizó apenas comenzaron los primeros intercambios y, paraevitar una ruptura, los contactos debieron seguir en dos salonesseparados: por un lado, la delegación del régimen de Assadasistida por la diplomacia rusa y, en otro recinto, los rebeldessecundados por Turquía.

Ese laborioso diálogo, que continuará hoy, está limitado atres aspectos del conflicto: consolidar el frágil alto el fuegovigente desde fines de diciembre, la ayuda humanitaria y laliberación de prisioneros.

El primer round de observación, como se diría en boxeo,sirvió para advertir que la negociación de Astaná constituyepara Vladimir Putin una especie de probeta de laboratorio paramedir las intenciones en materia internacional del nuevo presidentenorteamericano Donald Trump.

Los occidentales y Arabia Saudita, marginados de lanegociación, no estuvieron totalmente ausentes de Astaná. Susdiplomáticos, todos de bajo nivel, siguieron el desarrollo de lasdiscusiones desde los pasillos y bambalinas de la conferencia, ydejaron en claro que solo aceptarán la legitimidad de susdecisiones si todos acuerdan regresar el 8 de febrero próximo aGinebra para continuar el diálogo interrumpido en abril de2016.

El matiz no carece de interés, porque en esas discusiones seabordará el futuro de Assad; los occidentales, los países árabesy los grupos rebeldes reclaman el alejamiento del dictador sirio“por lo menos al término del proceso de transición”. En unesfuerzo por no dañar el acercamiento con Putin, el presidenteturco Erdogan parece decidido a olvidar sus antiguos rencores yaceptar su mantenimiento en el poder. “Tenemos que ser realistas,la situación sobre el terreno ha cambiado dramáticamente.Turquía no puede insistir en una solución sin Assad”, confesóresignado el viceprimer ministro turco, Mehmet Imek.

El Kremlin, por su parte, se rehúsa a sacrificarlo hasta que nosurja una alternativa creíble para garantizar la supervivencia delrégimen y los acuerdos –tácitos y explícitos– pactados conel régimen para mantener el aeropuerto militar de Latakia y labase naval de Tartus, ambos sobre la costa mediterránea siria.Irán aspira perennizar la presencia de los grupos chiitas queparticiparon en el conflicto, incluyendo el Hezbolá, para reforzarsus proyectos de expansión en la región.

Con la conferencia de Astaná, Putin —audaz jugador de ajedrezgeopolítico— aprovechó la transición en la Casa Blanca paracolocar sus piezas en el tablero y esperar el próximo movimientode Trump. ¿Abandonará la doctrina defendida hasta ahora por elDepartamento de Estado y aceptará prolongar la presencia de Assaden el poder? ¿Se resignará a sacrificar a los kurdos del PYD,como exige Erdogan? ¿Permitirá que el Kremlin imponga una paxrusa en Oriente Medio y se consolide como principal actor de laregión? Con Trump todo es posible. La única incógnita es sabersi las promesas de alianza incondicional que le formuló al primerministro Benjamin Netanyahu no son incompatibles con la pax rusajunto a la frontera norte de Israel.

A diferencia de Yalta, que según la leyenda consagró elreparto del mundo entre la Unión Soviética y Estados Unidos, elpeligro de la conferencia de Astaná es que consagre el comienzodel alejamiento norteamericano de Oriente Medio.

PARIS, Francia (OEM-Informex).- Como ocurrió en Yalta hace 72años, la conferencia de Astaná sobre la paz en Siria prefigura unnuevo mundo. Esa negociación crucial para el futuro de OrienteMedio se desarrolla en la capital de Kazajistán bajo la egida deRusia –con la complicidad de Irán y Turquía–, pero con laausencia oficial de Estados Unidos, Europa, Arabia Saudita y laONU, que prefirieron permanecer detrás de la escena.

En esas condiciones, ese formato ad hoc aparece como un símbolode equilibrios geopolíticos en plena mutación y prefigura elnuevo orden internacional que se insinúa en el horizonte de lahistoria.

La reunión en esa capital artificial –edificada ex nihilo porel presidente autoritario Nursultán Nazarbayiev en medio de laestepa– es oficialmente patrocinada por la troikaRusia-Irán-Turquía, que el 29 de diciembre impuso el alto elfuego en Siria. Pero, en realidad, se trata de un esfuerzo delKremlin para instaurar una pax rusa en la región, una vez que ceseel bramido de las armas.

Después de seis años de una guerra civil que provocó entre350 mil y 400 mil muertos, 1.9 millones de heridos y 12 millones derefugiados o desplazados, la presión ejercida por la diplomaciablindada de Vladimir Putin logró reunir en torno de la mesa denegociaciones a una delegación del régimen de Bashar Assad ysiete grupos rebeldes (Felak al Sham, Ahrar al Sham, Jaish alIslam, Suvar agi Sham, Jaish al Mujaideen, Jaish Idlib y Jabhat alShamia) que, en su gran mayoría, operan en el norte de Siria conel amparo de Turquía.

Haber aceptado la participación de los movimientos Ahrar alSham y Jaish al Islam muestra un distanciamiento ruso de laretórica de su aliado Assad, que considera a todos sus opositorescomo terroristas.

En cambio, la invitación excluyó a tres categorías deopositores: los movimientos rebeldes cercanos a Arabia Saudita; loskurdos del PYD, lo que supone una concesión de Putin al presidenteturco Recep Tayyip Erdogan, y las organizaciones yihadistas EstadoIslámico y Jabhat Fateh al-Sham (el ex Frente al Nusra vinculado aAl Qaeda). Otro grupo, Ahrar al-Sham, se negó a participar sin dardemasiadas explicaciones, lo que abre una incógnita sobre sucomportamiento en caso de acuerdo de paz.

La paradoja de esa conferencia, convocada para “sembrarsemillas de confianza” entre el régimen sirio y los rebeldes, esque nadie negocia. La sesión de apertura permitió tomar una fotodel conjunto de asistentes. Ese efímero instante de armonía sevolatilizó apenas comenzaron los primeros intercambios y, paraevitar una ruptura, los contactos debieron seguir en dos salonesseparados: por un lado, la delegación del régimen de Assadasistida por la diplomacia rusa y, en otro recinto, los rebeldessecundados por Turquía.

Ese laborioso diálogo, que continuará hoy, está limitado atres aspectos del conflicto: consolidar el frágil alto el fuegovigente desde fines de diciembre, la ayuda humanitaria y laliberación de prisioneros.

El primer round de observación, como se diría en boxeo,sirvió para advertir que la negociación de Astaná constituyepara Vladimir Putin una especie de probeta de laboratorio paramedir las intenciones en materia internacional del nuevo presidentenorteamericano Donald Trump.

Los occidentales y Arabia Saudita, marginados de lanegociación, no estuvieron totalmente ausentes de Astaná. Susdiplomáticos, todos de bajo nivel, siguieron el desarrollo de lasdiscusiones desde los pasillos y bambalinas de la conferencia, ydejaron en claro que solo aceptarán la legitimidad de susdecisiones si todos acuerdan regresar el 8 de febrero próximo aGinebra para continuar el diálogo interrumpido en abril de2016.

El matiz no carece de interés, porque en esas discusiones seabordará el futuro de Assad; los occidentales, los países árabesy los grupos rebeldes reclaman el alejamiento del dictador sirio“por lo menos al término del proceso de transición”. En unesfuerzo por no dañar el acercamiento con Putin, el presidenteturco Erdogan parece decidido a olvidar sus antiguos rencores yaceptar su mantenimiento en el poder. “Tenemos que ser realistas,la situación sobre el terreno ha cambiado dramáticamente.Turquía no puede insistir en una solución sin Assad”, confesóresignado el viceprimer ministro turco, Mehmet Imek.

El Kremlin, por su parte, se rehúsa a sacrificarlo hasta que nosurja una alternativa creíble para garantizar la supervivencia delrégimen y los acuerdos –tácitos y explícitos– pactados conel régimen para mantener el aeropuerto militar de Latakia y labase naval de Tartus, ambos sobre la costa mediterránea siria.Irán aspira perennizar la presencia de los grupos chiitas queparticiparon en el conflicto, incluyendo el Hezbolá, para reforzarsus proyectos de expansión en la región.

Con la conferencia de Astaná, Putin —audaz jugador de ajedrezgeopolítico— aprovechó la transición en la Casa Blanca paracolocar sus piezas en el tablero y esperar el próximo movimientode Trump. ¿Abandonará la doctrina defendida hasta ahora por elDepartamento de Estado y aceptará prolongar la presencia de Assaden el poder? ¿Se resignará a sacrificar a los kurdos del PYD,como exige Erdogan? ¿Permitirá que el Kremlin imponga una paxrusa en Oriente Medio y se consolide como principal actor de laregión? Con Trump todo es posible. La única incógnita es sabersi las promesas de alianza incondicional que le formuló al primerministro Benjamin Netanyahu no son incompatibles con la pax rusajunto a la frontera norte de Israel.

A diferencia de Yalta, que según la leyenda consagró elreparto del mundo entre la Unión Soviética y Estados Unidos, elpeligro de la conferencia de Astaná es que consagre el comienzodel alejamiento norteamericano de Oriente Medio.

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