RÍO DE JANEIRO. Jair Bolsonaro y Luiz Inácio Lula da Silva deben llevar chaleco antibalas en sus mítines electorales. A menos de tres meses de las presidenciales, en medio de una creciente violencia, la seguridad de los candidatos encendió las alarmas en Brasil.
Según el Observatorio de Violencia Política y Electoral de la Universidad Federal del Estado do Rio de Janeiro (Unirio), desde enero se registraron 214 casos de violencia -desde amenazas hasta homicidio contra líderes políticos, 32 por ciento más que en el primer semestre de 2020, año de elecciones municipales.
El asesinato del exprimer ministro japonés Shinzo Abe la semana pasada generó una ola de inquietud en las redes sociales sobre los riesgos de cara a las elecciones del 2 de octubre en Brasil.
“La violencia política en Brasil tiene una larga historia, aunque hasta ahora ha estado limitada al nivel municipal... ahora vemos, en parte debido a la polarización radical y extrema, que está llegando al nivel federal”, dijo Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales de la Fundación Getulio Vargas (FGV) en Sao Paulo.
Distantes del resto de los candidatos, el presidente ultraderechista Bolsonaro y el exmandatario izquierdista Lula se enfrentan en un duelo despiadado.
Apuñalado gravemente en plena campaña de 2018 por un hombre con trastornos mentales, Bolsonaro recorre nuevamente el país para la actual contienda.
A sus 67 años, todavía se da baños de multitudes, pero con chaleco antibalas.
El Gabinete de Seguridad Institucional (GSI), a cargo de la protección del presidente, ha reforzado su seguridad. ¿El número de efectivos? Un secreto de Estado.
Lula, de 76 años, que también tuvo que usar chaleco antibalas, se mantiene alejado de la multitud y ha contratado guardias de seguridad privados.
“Ambos pueden ser blanco de extremistas, así que es bueno ver que se toman su seguridad más en serio”, dijo ayer Silvio Cascione, director de Eurasia Group.
El equipo de campaña de Lula anunció priorizará actos en espacios cerrados con estrictos protocolos de seguridad.
Una muestra de esta preocupación fue un evento de Lula en Rio de Janeiro la semana pasada, en la plaza Cinelandia, escenario de gigantescas manifestaciones en la convulsa historia de Brasil.
Su seguridad ya había sido reforzada antes del encuentro, con 27 policías sumándose a los ocho que ya lo protegían, según fuentes de la campaña.
Pero el lanzamiento de una bomba casera cerca del público esa noche, por parte de un hombre que lucía pegatinas del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula, aunque nadie resultó herido, provocó zozobra.
El asesinato de un representante local del PT que celebraba sus 50 años en Foz do Iguaçú (sur) por un policía bolsonarista causó aún más revuelo. Cada lado acusó al otro de avivar la violencia.
Al igual que sus contrincantes, Lula tendrá derecho desde el lanzamiento oficial de la campaña, el 16 de agosto, a una parte de los 300 policías federales asignados a un plan para proteger a los candidatos, presentado como “inédito” Su número aumentará si aumenta el riesgo.
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Analistas ven un discurso violento, particularmente entre los grupos de apoyo a Bolsonaro, y él mismo” ha inculcado la idea de que le podrían robar las elecciones.
“¡Están intentando convertir las campañas electorales en una guerra, meter miedo a la sociedad!”, dijo Lula el martes durante un acto en Brasilia.