/ lunes 22 de abril de 2019

Afromexicanos como sujetos colectivos

Mencionar a los afromexicanos implica referirse a casi 1 millón 400 mil personas, lo cual equivale al 1.2 por ciento de la población. Implica, también, visibilizar a un grupo de personas que, a pesar del gran aporte que han dado al país, han sufrido siglos de vejaciones y de actos de discriminación.

La historia de los afromexicanos, como ya lo había mencionado en alguna ocasión anterior, está basada en la esclavitud proveniente de África durante la época de la colonia, en la que los ibéricos, contaban con una enorme cantidad de personas de origen africano para “utilizarlos” en labores extenuantes o de gran fuerza a cambio de nada.

A diferencia de los pueblos indígenas, los afrodescendientes han acotado su esencia de dar origen, ya que, por su propia historia, son producto de la diáspora lamentable de los trabajos forzados y de ser objetualizados por otras culturas, por lo que su llegada a otro país los ha forzado a adoptar costumbres y formas de organización distintas a las de sus costumbres.

En el caso de México, los descendientes de africanos no pueden ser considerados como pueblos originarios por lo que ya explicamos, sin embargo, su arraigo es claro porque a pesar de la fusión cultural, muchos de sus usos, costumbres y aporte, se ha mantenido dándoles características muy particulares.

Debido a su número, a su ubicación y las tareas que han realizado en favor de nuestro país, los afromexicanos deben ser reconocidos como una comunidad sólida, particular y con elementos cosmogónicos dignos y necesarios de proteger.

No son un pueblo originario, pero si son una comunidad cultural. A diferencia de los pueblos indígenas, los afromexicanos, han basado su aporte cultural en el conocimiento manual. Desde la Nueva España, se convirtieron en especialistas en mano de obra para grandes construcciones que hoy son patrimonio cultural de la humanidad.

Su gran capacidad para diversas tareas ha generado que la riqueza cultural de estas comunidades sea tangible a través de sus conocimientos en arquitectura e ingeniería e inmaterial por sus artes y visión del universo.

Aunque es cierto que sus derechos humanos están protegidos por el simple hecho de ser mexicanos, no existe una protección de sus derechos como sujetos colectivos que preserve sus tradiciones y cultura.

Mencionar a los afromexicanos implica referirse a casi 1 millón 400 mil personas, lo cual equivale al 1.2 por ciento de la población. Implica, también, visibilizar a un grupo de personas que, a pesar del gran aporte que han dado al país, han sufrido siglos de vejaciones y de actos de discriminación.

La historia de los afromexicanos, como ya lo había mencionado en alguna ocasión anterior, está basada en la esclavitud proveniente de África durante la época de la colonia, en la que los ibéricos, contaban con una enorme cantidad de personas de origen africano para “utilizarlos” en labores extenuantes o de gran fuerza a cambio de nada.

A diferencia de los pueblos indígenas, los afrodescendientes han acotado su esencia de dar origen, ya que, por su propia historia, son producto de la diáspora lamentable de los trabajos forzados y de ser objetualizados por otras culturas, por lo que su llegada a otro país los ha forzado a adoptar costumbres y formas de organización distintas a las de sus costumbres.

En el caso de México, los descendientes de africanos no pueden ser considerados como pueblos originarios por lo que ya explicamos, sin embargo, su arraigo es claro porque a pesar de la fusión cultural, muchos de sus usos, costumbres y aporte, se ha mantenido dándoles características muy particulares.

Debido a su número, a su ubicación y las tareas que han realizado en favor de nuestro país, los afromexicanos deben ser reconocidos como una comunidad sólida, particular y con elementos cosmogónicos dignos y necesarios de proteger.

No son un pueblo originario, pero si son una comunidad cultural. A diferencia de los pueblos indígenas, los afromexicanos, han basado su aporte cultural en el conocimiento manual. Desde la Nueva España, se convirtieron en especialistas en mano de obra para grandes construcciones que hoy son patrimonio cultural de la humanidad.

Su gran capacidad para diversas tareas ha generado que la riqueza cultural de estas comunidades sea tangible a través de sus conocimientos en arquitectura e ingeniería e inmaterial por sus artes y visión del universo.

Aunque es cierto que sus derechos humanos están protegidos por el simple hecho de ser mexicanos, no existe una protección de sus derechos como sujetos colectivos que preserve sus tradiciones y cultura.