/ jueves 4 de junio de 2020

Cómo orar en momentos críticos

VER.- Hablo de esto no de memoria, sino por experiencia personal. El pasado fin de semana, fui víctima indirecta de unos asaltantes armados que perseguían en vehículos a un pequeño comerciante a quien querían robar.

Coincidió que en ese momento yo transitaba con mi familia por la misma carretera, y una bala atravesó el parabrisas de mi vehículo, insertándose una parte de la bala en mi cuello, sin afectar, milagrosamente, cuerdas bucales, más algunos vidrios en mi mano derecha. Después de reponernos de la impactante impresión y de continuar nuestro camino hasta encontrar atención médica, decidimos orar con el Rosario, que ofrecimos por los delincuentes y por sus víctimas. La oración nos ha sostenido en paz y serenidad.

En mis largos años de presbítero, y sobre todo de obispo en Chiapas, hubo momentos muy difíciles, no sólo por problemas sociales y políticos, sino sobre todo por conflictos intra eclesiales, que son los que más duelen y preocupan. Si no hubiera sido por la oración ante el Sagrario, en varias ocasiones habría “tirado la toalla”.

Hay personas que se han alejado de Dios, porque dicen que le pidieron algo y no se los concedió. A veces somos como los niños caprichudos que quieren un helado, sus padres no se lo dan porque está enfermo de la garganta, y el hijo queda con el sentimiento de que no lo quieren, siendo que no se lo dan precisamente porque lo aman.

PENSAR

Jesús nos enseñó el Padre nuestro, modelo de toda oración (cf Mt 6,9-13; Lc 11,2-4). La primera parte no empieza pidiendo cosas, sino poniendo toda la confianza en que Dios es nuestro Padre. Eso es lo primero: hablarle a Dios como a un buen padre, a quien le puedes decir todo lo que quieras, pero partiendo de esa confianza fundamental, experimentando que estás en sus brazos y en su corazón. Es la actitud básica para una buena oración.

Después de esta experiencia básica, Jesús nos enseña a pedir que el Nombre de nuestro Padre sea reconocido como lo más santo, que su Reino es lo más importante y que reconocemos su Voluntad como lo mejor para nosotros. Después de esta experiencia gozosa y contemplativa, pedir el pan de cada día, el perdón de tus pecados, la gracia de no caer en las tentaciones y que te libere de todo mal, sobre todo del Malo. Empieza alabándole y reconociéndole como tu papito querido; y luego dile cuanto quieras.

En el Huerto de los Olivos, Jesús sufre mucho, hasta sudar gruesas gotas de sangre, porque parece que su oración no es atendida (cf Lc 22,41-44). En la cruz, orando con el salmo 22(21), le reclamaba a su Padre haberle abandonado (cf Mt 27,46); sin embargo, muere recitando otro salmo, el 30(31), con esta confiada expresión: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu” (Lc 23,46).

Por tanto, en los momentos críticos, dile a Dios Padre como Jesús: Si es posible, que no nos pase esto y aquello; y pedirlo con insistencia, entre gemidos y lágrimas; “pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,41). O como nos enseñó en el Padre nuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10).

ACTUAR

Pide al Espíritu Santo que te enseñe a orar, pues nada podemos sin su ayuda (cf Rom 8,26), y abandónate en el corazón misericordioso de nuestro Padre, pidiéndole que todo sea según Su voluntad (cf Mt 6,10) y que libre de todo mal a ti, a los tuyos y a todo el mundo. Encontrarás paz, fortaleza, esperanza, ánimo para seguir adelante. Y conviene que invoques la intercesión de nuestra Madre del cielo, así como la de tus santos de devoción. Haz la prueba y verás cuán bueno es el Señor (cf Sal 34(33),9).


Obispo Emérito de SCLC

VER.- Hablo de esto no de memoria, sino por experiencia personal. El pasado fin de semana, fui víctima indirecta de unos asaltantes armados que perseguían en vehículos a un pequeño comerciante a quien querían robar.

Coincidió que en ese momento yo transitaba con mi familia por la misma carretera, y una bala atravesó el parabrisas de mi vehículo, insertándose una parte de la bala en mi cuello, sin afectar, milagrosamente, cuerdas bucales, más algunos vidrios en mi mano derecha. Después de reponernos de la impactante impresión y de continuar nuestro camino hasta encontrar atención médica, decidimos orar con el Rosario, que ofrecimos por los delincuentes y por sus víctimas. La oración nos ha sostenido en paz y serenidad.

En mis largos años de presbítero, y sobre todo de obispo en Chiapas, hubo momentos muy difíciles, no sólo por problemas sociales y políticos, sino sobre todo por conflictos intra eclesiales, que son los que más duelen y preocupan. Si no hubiera sido por la oración ante el Sagrario, en varias ocasiones habría “tirado la toalla”.

Hay personas que se han alejado de Dios, porque dicen que le pidieron algo y no se los concedió. A veces somos como los niños caprichudos que quieren un helado, sus padres no se lo dan porque está enfermo de la garganta, y el hijo queda con el sentimiento de que no lo quieren, siendo que no se lo dan precisamente porque lo aman.

PENSAR

Jesús nos enseñó el Padre nuestro, modelo de toda oración (cf Mt 6,9-13; Lc 11,2-4). La primera parte no empieza pidiendo cosas, sino poniendo toda la confianza en que Dios es nuestro Padre. Eso es lo primero: hablarle a Dios como a un buen padre, a quien le puedes decir todo lo que quieras, pero partiendo de esa confianza fundamental, experimentando que estás en sus brazos y en su corazón. Es la actitud básica para una buena oración.

Después de esta experiencia básica, Jesús nos enseña a pedir que el Nombre de nuestro Padre sea reconocido como lo más santo, que su Reino es lo más importante y que reconocemos su Voluntad como lo mejor para nosotros. Después de esta experiencia gozosa y contemplativa, pedir el pan de cada día, el perdón de tus pecados, la gracia de no caer en las tentaciones y que te libere de todo mal, sobre todo del Malo. Empieza alabándole y reconociéndole como tu papito querido; y luego dile cuanto quieras.

En el Huerto de los Olivos, Jesús sufre mucho, hasta sudar gruesas gotas de sangre, porque parece que su oración no es atendida (cf Lc 22,41-44). En la cruz, orando con el salmo 22(21), le reclamaba a su Padre haberle abandonado (cf Mt 27,46); sin embargo, muere recitando otro salmo, el 30(31), con esta confiada expresión: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu” (Lc 23,46).

Por tanto, en los momentos críticos, dile a Dios Padre como Jesús: Si es posible, que no nos pase esto y aquello; y pedirlo con insistencia, entre gemidos y lágrimas; “pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,41). O como nos enseñó en el Padre nuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10).

ACTUAR

Pide al Espíritu Santo que te enseñe a orar, pues nada podemos sin su ayuda (cf Rom 8,26), y abandónate en el corazón misericordioso de nuestro Padre, pidiéndole que todo sea según Su voluntad (cf Mt 6,10) y que libre de todo mal a ti, a los tuyos y a todo el mundo. Encontrarás paz, fortaleza, esperanza, ánimo para seguir adelante. Y conviene que invoques la intercesión de nuestra Madre del cielo, así como la de tus santos de devoción. Haz la prueba y verás cuán bueno es el Señor (cf Sal 34(33),9).


Obispo Emérito de SCLC