/ sábado 28 de mayo de 2022

Cuchillito de palo | Paren al mundo…

Que quiero bajarme, diría Mafalda, horrorizada frente a la inaudita violencia que recorre el planeta. La invasión de Ucrania arrasa con la vida de millones de personas que luchan por expulsar al invasor ruso, sin grandes posibilidades de éxito. Lágrimas y dolor en mujeres y niños que se ven obligados a emigrar y dejar atrás al resto de la familia, las propiedades, la certidumbre e incluso, enfrentarse a la viudez y la orfandad.

Por si fuera poco, la masacre escolar en Texas, donde un joven de 18 años destrozó a 19 niños, dos maestras y dejó heridos a otros 17, provoca un escalofrío. Lastima la sensibilidad del más pintado, la conciencia de la barbarie que sella a esta humanidad del siglo XXI, que debería distinguirse por haber accedido a fórmulas de coexistencia respetuosas de la posesión más valiosa del hombre: la existencia.

Miramos con ojos de pavor lo que ocurre fuera e ignoramos las matanzas autóctonas. Hace muy pocos días, 11 asesinados en Celaya, entre un hotel y dos bares. De ellos, 8 eran mujeres que nada tenían que ver con la delincuencia. Algunas, meseras y trabajadoras de estos lugares y otras acompañantes de sus parejas.

El homicidio de los pequeños escolares -tenían entre 7 y 10 años- vuelve a poner en la mesa de la discusión la facilidad que existe en Estados Unidos, para hacerse de un arma. Se compran hasta en el supermercado sin casi requisitos. A los 18 años ya se tiene acceso para adquirir una granada, un rifle tan mortal como el que usó Salvador Ramos, o cualquiera de la enorme gama de instrumentos letales que se ofertan.

La discusión ha sido larga y, desde hace años, la mayoría Demócrata pugna porque se ponga un alto a la venta indiscriminada. No lo han logrado: el poderío de la industria y la cantidad de millones que produce, frena cualquier iniciativa para, cuando menos, restringir las facilidades actuales.

Recientes encuestas muestran que, la mayoría de los estadounidenses están a favor de que haya restricciones. Pero, a la hora en que las iniciativas aterrizan en el Congreso, la maquinaria republicana las para. Acaba de ocurrir la espeluznante tragedia y, sin embargo, el catastrófico Trump y el desgobernador tejano, Greg Abbot, asistirán a la Convención Nacional del Rifle, poderosísima organización capaz de bloquear, como lo ha hecho hasta ahora, el mínimo cambio.

La sociedad tiene miedo, sobre todo, los alumnos y maestros, quienes saben que, en cualquier momento, un chico, de los tantos dañados psicológicamente, podría agredirlos. Sobra decir que hay estudios e investigaciones serias y profundas, a nivel internacional, sobre las motivaciones de estos chamacos, las que suelen ser parecidas: provienen de familias disfuncionales, han sido objeto de acoso escolar, de expulsión y adictos a las drogas. Habría que añadir que los yanquis son un pueblo guerrero y el derecho a tener armas es constitucional y uno de sus principales artículos, por lo que erradicar esta costumbre es sumamente difícil.

Aquí, en tierra azteca, nos convertimos en un cementerio, sin que se escuche una exigencia social para poner un alto a esta barbarie. Parece que nos acostumbramos a vivir en el sexenio más violento, de que se tenga memoria y pocos cuestionan a un tlatoani que deja a la población en la absoluta indefensión y desamparo, mientras protege a los delincuentes. ¡Dioses! Era como para que el alarido de indignación, le rompiera los tímpanos.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

Que quiero bajarme, diría Mafalda, horrorizada frente a la inaudita violencia que recorre el planeta. La invasión de Ucrania arrasa con la vida de millones de personas que luchan por expulsar al invasor ruso, sin grandes posibilidades de éxito. Lágrimas y dolor en mujeres y niños que se ven obligados a emigrar y dejar atrás al resto de la familia, las propiedades, la certidumbre e incluso, enfrentarse a la viudez y la orfandad.

Por si fuera poco, la masacre escolar en Texas, donde un joven de 18 años destrozó a 19 niños, dos maestras y dejó heridos a otros 17, provoca un escalofrío. Lastima la sensibilidad del más pintado, la conciencia de la barbarie que sella a esta humanidad del siglo XXI, que debería distinguirse por haber accedido a fórmulas de coexistencia respetuosas de la posesión más valiosa del hombre: la existencia.

Miramos con ojos de pavor lo que ocurre fuera e ignoramos las matanzas autóctonas. Hace muy pocos días, 11 asesinados en Celaya, entre un hotel y dos bares. De ellos, 8 eran mujeres que nada tenían que ver con la delincuencia. Algunas, meseras y trabajadoras de estos lugares y otras acompañantes de sus parejas.

El homicidio de los pequeños escolares -tenían entre 7 y 10 años- vuelve a poner en la mesa de la discusión la facilidad que existe en Estados Unidos, para hacerse de un arma. Se compran hasta en el supermercado sin casi requisitos. A los 18 años ya se tiene acceso para adquirir una granada, un rifle tan mortal como el que usó Salvador Ramos, o cualquiera de la enorme gama de instrumentos letales que se ofertan.

La discusión ha sido larga y, desde hace años, la mayoría Demócrata pugna porque se ponga un alto a la venta indiscriminada. No lo han logrado: el poderío de la industria y la cantidad de millones que produce, frena cualquier iniciativa para, cuando menos, restringir las facilidades actuales.

Recientes encuestas muestran que, la mayoría de los estadounidenses están a favor de que haya restricciones. Pero, a la hora en que las iniciativas aterrizan en el Congreso, la maquinaria republicana las para. Acaba de ocurrir la espeluznante tragedia y, sin embargo, el catastrófico Trump y el desgobernador tejano, Greg Abbot, asistirán a la Convención Nacional del Rifle, poderosísima organización capaz de bloquear, como lo ha hecho hasta ahora, el mínimo cambio.

La sociedad tiene miedo, sobre todo, los alumnos y maestros, quienes saben que, en cualquier momento, un chico, de los tantos dañados psicológicamente, podría agredirlos. Sobra decir que hay estudios e investigaciones serias y profundas, a nivel internacional, sobre las motivaciones de estos chamacos, las que suelen ser parecidas: provienen de familias disfuncionales, han sido objeto de acoso escolar, de expulsión y adictos a las drogas. Habría que añadir que los yanquis son un pueblo guerrero y el derecho a tener armas es constitucional y uno de sus principales artículos, por lo que erradicar esta costumbre es sumamente difícil.

Aquí, en tierra azteca, nos convertimos en un cementerio, sin que se escuche una exigencia social para poner un alto a esta barbarie. Parece que nos acostumbramos a vivir en el sexenio más violento, de que se tenga memoria y pocos cuestionan a un tlatoani que deja a la población en la absoluta indefensión y desamparo, mientras protege a los delincuentes. ¡Dioses! Era como para que el alarido de indignación, le rompiera los tímpanos.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq