/ domingo 12 de mayo de 2024

Mentira y poder (II)

Corría 1943 cuando el rusogalo Alexandre Koyré (1892-1964) en plena Segunda Guerra Mundial, al inicio de su texto “La función política de la mentira moderna”, contundente reconoce: “Jamás se ha mentido tanto como en nuestros días, ni mentido de una manera tan descarada, sistemática y constante”.

Una sentencia por demás reveladora que inspirará a Jacques Derrida (1930-2004), a su vez, en su ensayo deconstructivo sobre la historia de la mentira a declarar haber encontrado en este planteamiento el germen de la mentira a la que Arendt denominó como la “mentira moderna”, la “mentira política moderna”. Y es que si existe un lugar proclive para que la mentira nazca, se propague y prolifere, es en el ámbito del poder político. Espacio en el que el poderoso que es mentiroso lo es sabiendo siempre la verdad, es decir, sabe que miente. Ahora bien, ¿por qué miente el poder, por qué se miente en la política, por qué mienten los políticos? Para Koyré y Derrida la respuesta es clara: la mentira es la esencia de la naturaleza propia del hombre totalitario: un hombre que respira y se ve sometido a la mentira en cada instante de su vida, de la misma manera en la que, por consiguiente, todo gobierno totalitario está fincado en “la primacía de la mentira”, al ser ella la mayor y mejor de sus armas. ¿Cómo entender en este contexto a la mentira?

Para Derrida, una cosa es abordar el tema de la historia de la mentira y otra, muy distinta, la del concepto mismo de la mentira, lo que supone que son muy distintas las historias sobre la mentira y sobre su concepto, como lo es también el de la historia verdadera que ordena el relato de los hechos. Esto es, toda mentira posee una poderosa carga de intencionalidad, no de error, “engaño” ni falsa creencia, en la medida que mentir es querer engañar al otro. Sin embargo, considera que no hay mentira cuando se cree lo que se dice, aún y si es falso, pues como postulara san Agustín: no hay mentira sin intención, esto es, sin deseo o voluntad de engañar a otro (“fallendi cupiditas, voluntas fallendi”). Así pues, la mentira se vincula con el decir y el querer decir, no con lo dicho, siendo por la intención (“ex animi sui”) que se juzga la moralidad del acto, tal y como lo habría de plantear más tarde el propio Kant.

A su vez, para Koyré -formado en el realismo fenomenológico del Círculo de Gotinga-, la mentira es lo contrario de la veracidad mientras que lo falso es lo contrario de lo verdadero, al tiempo que es arma política cuyo empleo, aún y cuando sea malo mentir, no implica una condena social absoluta en este sentido, ya que la mentira en diversos contextos es permitida, tolerada y recomendada. Una muestra de ello es que sea “lícito emplearla” en el comercio, la diplomacia y, sobre todo, en la guerra. “Incluso [advierte] sería estúpido no hacerlo. Por supuesto, a condición de no utilizarla más que contra el adversario y no volverla en contra de los amigos y aliados”.

Y uno podría preguntarse: ¿es esto moral? ¿No acaso es obligatorio decir la verdad a los demás? Koyré sostiene que la mentira deja de ser excepcional y se convierte en cotidiana cuando un grupo social se siente rodeado de “enemigos” y lucha por imponer la verdad entre los propios y la mentira frente a los ajenos. Escisión social que convierte al acto de “mentir a los otros” no sólo en un acto obligatorio de ese grupo sino también en un acto virtuoso, en la medida que la incapacidad de mentir es advertida como un signo de debilidad y traición. Máxime cuando se habla de una sociedad secreta, un grupo de adoctrinamiento y/o una secta ideológica o política, para cuyos integrantes queda claro que lo que escuchen decir en público de sus congéneres y, sobre todo, de su líder, no tiene “per se” valor de verdad, ya que no es a ellos a quienes se dirigen en excusiva sino a los “otros”. Esos otros a quienes el líder y sus congéneres tienen “el deber de cegar, estafar, engañar”.

Y es así porque koyrianamente hablando, en el caso paradigmático de los dictatoriales regímenes totalitarios que se erigen a partir de partidos únicos y que se visualizan como sociedades secretas rodeadas “de enemigos amenazantes y poderosos”, la mentira es para ellos la savia que recorre cada espacio e intersticio de su naturaleza vital. Lo paradójico es cuando personajes como Hitler exponen públicamente y sin recato su programa, sabedores de que los “otros” no los creerán capaces de llevarlo a cabo (tal y como hoy muchos lo constatamos en carne propia dentro de nuestras propias naciones). Técnica maquiavélica, a decir de Koyré: “de la mentira en segundo grado, técnica perversa por antonomasia”, en la que la verdad se convierte en instrumento del engaño de los regímenes totalitarios dedicados a realizar conspiraciones producto del odio, envidia, miedo y sed de venganza, y que una vez en el poder y adueñados del Estado, al constatar que han fracasado siguen conspirando y mintiendo cada vez más

Ahora bien ¿es un derecho mentir, sobre todo si la mentira, entre más cruda, masiva, cínica y cruel, es más creída y defendida? (Continuará)

bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

Youtube: bettyzanolli


Corría 1943 cuando el rusogalo Alexandre Koyré (1892-1964) en plena Segunda Guerra Mundial, al inicio de su texto “La función política de la mentira moderna”, contundente reconoce: “Jamás se ha mentido tanto como en nuestros días, ni mentido de una manera tan descarada, sistemática y constante”.

Una sentencia por demás reveladora que inspirará a Jacques Derrida (1930-2004), a su vez, en su ensayo deconstructivo sobre la historia de la mentira a declarar haber encontrado en este planteamiento el germen de la mentira a la que Arendt denominó como la “mentira moderna”, la “mentira política moderna”. Y es que si existe un lugar proclive para que la mentira nazca, se propague y prolifere, es en el ámbito del poder político. Espacio en el que el poderoso que es mentiroso lo es sabiendo siempre la verdad, es decir, sabe que miente. Ahora bien, ¿por qué miente el poder, por qué se miente en la política, por qué mienten los políticos? Para Koyré y Derrida la respuesta es clara: la mentira es la esencia de la naturaleza propia del hombre totalitario: un hombre que respira y se ve sometido a la mentira en cada instante de su vida, de la misma manera en la que, por consiguiente, todo gobierno totalitario está fincado en “la primacía de la mentira”, al ser ella la mayor y mejor de sus armas. ¿Cómo entender en este contexto a la mentira?

Para Derrida, una cosa es abordar el tema de la historia de la mentira y otra, muy distinta, la del concepto mismo de la mentira, lo que supone que son muy distintas las historias sobre la mentira y sobre su concepto, como lo es también el de la historia verdadera que ordena el relato de los hechos. Esto es, toda mentira posee una poderosa carga de intencionalidad, no de error, “engaño” ni falsa creencia, en la medida que mentir es querer engañar al otro. Sin embargo, considera que no hay mentira cuando se cree lo que se dice, aún y si es falso, pues como postulara san Agustín: no hay mentira sin intención, esto es, sin deseo o voluntad de engañar a otro (“fallendi cupiditas, voluntas fallendi”). Así pues, la mentira se vincula con el decir y el querer decir, no con lo dicho, siendo por la intención (“ex animi sui”) que se juzga la moralidad del acto, tal y como lo habría de plantear más tarde el propio Kant.

A su vez, para Koyré -formado en el realismo fenomenológico del Círculo de Gotinga-, la mentira es lo contrario de la veracidad mientras que lo falso es lo contrario de lo verdadero, al tiempo que es arma política cuyo empleo, aún y cuando sea malo mentir, no implica una condena social absoluta en este sentido, ya que la mentira en diversos contextos es permitida, tolerada y recomendada. Una muestra de ello es que sea “lícito emplearla” en el comercio, la diplomacia y, sobre todo, en la guerra. “Incluso [advierte] sería estúpido no hacerlo. Por supuesto, a condición de no utilizarla más que contra el adversario y no volverla en contra de los amigos y aliados”.

Y uno podría preguntarse: ¿es esto moral? ¿No acaso es obligatorio decir la verdad a los demás? Koyré sostiene que la mentira deja de ser excepcional y se convierte en cotidiana cuando un grupo social se siente rodeado de “enemigos” y lucha por imponer la verdad entre los propios y la mentira frente a los ajenos. Escisión social que convierte al acto de “mentir a los otros” no sólo en un acto obligatorio de ese grupo sino también en un acto virtuoso, en la medida que la incapacidad de mentir es advertida como un signo de debilidad y traición. Máxime cuando se habla de una sociedad secreta, un grupo de adoctrinamiento y/o una secta ideológica o política, para cuyos integrantes queda claro que lo que escuchen decir en público de sus congéneres y, sobre todo, de su líder, no tiene “per se” valor de verdad, ya que no es a ellos a quienes se dirigen en excusiva sino a los “otros”. Esos otros a quienes el líder y sus congéneres tienen “el deber de cegar, estafar, engañar”.

Y es así porque koyrianamente hablando, en el caso paradigmático de los dictatoriales regímenes totalitarios que se erigen a partir de partidos únicos y que se visualizan como sociedades secretas rodeadas “de enemigos amenazantes y poderosos”, la mentira es para ellos la savia que recorre cada espacio e intersticio de su naturaleza vital. Lo paradójico es cuando personajes como Hitler exponen públicamente y sin recato su programa, sabedores de que los “otros” no los creerán capaces de llevarlo a cabo (tal y como hoy muchos lo constatamos en carne propia dentro de nuestras propias naciones). Técnica maquiavélica, a decir de Koyré: “de la mentira en segundo grado, técnica perversa por antonomasia”, en la que la verdad se convierte en instrumento del engaño de los regímenes totalitarios dedicados a realizar conspiraciones producto del odio, envidia, miedo y sed de venganza, y que una vez en el poder y adueñados del Estado, al constatar que han fracasado siguen conspirando y mintiendo cada vez más

Ahora bien ¿es un derecho mentir, sobre todo si la mentira, entre más cruda, masiva, cínica y cruel, es más creída y defendida? (Continuará)

bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

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