/ domingo 19 de mayo de 2024

Mentira y poder (III)

¿Es posible hoy en día considerar que entre los derechos humanos esté consagrado el derecho a mentir?

La respuesta no es sencilla. Para algunos, existe el derecho a mentir cuando éste se encuentra vinculado principalmente con las llamadas mentiras “piadosas”. Por ejemplo, aquéllas que se profieren cuando se pondera que hablar con la verdad haría más daño que mentir; cuando un adulto recurre a ellas para explicar alguna situación de la realidad a un infante o cuando un médico miente a un enfermo terminal sobre la gravedad de su padecimiento, creyendo que hará más llevadero su final existencial. De la misma manera, Platón creía que había un derecho a mentir en el caso de las mentiras “nobles”, relacionadas éstas con los mitos fundacionales que habían dado lugar al nacimiento de una nación y en las que se fincaba la identidad del pueblo. Y han existido muchos otros autores que han creído que el mentir en la política es, además de un derecho un deber que ha de ejercer todo político, desde el momento en que la mentira es parte sustantiva de la mayor parte de los discursos políticos.

Pero yo me pregunto ¿qué acaso la mentira, definida con base en su opuesto, no es lo contrario a la verdad y, por tanto, es un sumo antivalor moral al ser la verdad uno de los más altos valores del ser humano? Y si estamos convencidos de que es un antivalor moral ¿por qué la gran mayoría de los discursos políticos tienden a fincarse en la mentira? ¿Por qué desdeñan que en la mayoría de los casos la mentira tiene consecuencias adversas?

Inquietudes éstas que, evidentemente, hacen necesario recordar la célebre polémica que sobre la ética de la mentira se dio entre Immanuel Kant y Benjamin Constant a finales del siglo XVIII. Kant declaró en su obra “Sobre un presunto derecho de mentir por filantropía” (1797) que la mentira perjudica siempre a otro, no sólo a un determinado hombre sino a la humanidad en general, al afectar a la fuente misma del derecho, por lo que quien miente, por más “bondadosa” que sea la intención que motivó a su mentir, debe enfrentar sus consecuencias, ya que la verdad es un deber sobre el que se erige el resto de los deberes y, de acuerdo con el principio de universalidad, si una acción no puede ser aceptada universalmente, entonces no es ética. Constant, en cambio, en su ensayo “De las reacciones políticas”, estableció de manera contrastante que hay situaciones en las que no sólo el hombre está facultado para mentir, sino que es su obligación moral el hacerlo. A este punto, cabría en consecuencia formularse una pregunta: ¿este último aserto constantiano puede hacer que en política el mentir sea lícito, legítimo y moral?

Bajo ningún concepto. Sólo los regímenes que no quieren perder el poder y el control de la población hacen de la mentira su arma de combate central frente a toda oposición y eje axial de su gobierno. Regímenes cuya narrativa prioriza la alabanza y recurre a la mentira para construir una imagen de estabilidad y éxito que no se corresponden con la realidad. Regímenes que se encarnizan fomentando un discurso insidioso, falaz y violento, basado siempre en la mentira, para lograr la desacreditación, pulverización y, finalmente la supresión de toda clase de crítica opositora. Regímenes en los que el líder y los liderzuelos adeptos más radicales mienten sin pudor a la sociedad, esmerándose en ocultarle la verdad al tiempo que desconocen y deslegitiman a toda institución destinada a procurar la transparencia pública, la fiscalización de los recursos y la rendición de cuentas. Regímenes que, recurrentemente, cuando se encuentran atravesando por algún momento de crisis económica, política, social, humanitaria o de cualquier otra naturaleza, de inmediato construyen distractores que sirvan de “banderas falsas” a fin de que “su” verdad, fincada en la mentira, se mantenga siempre en el terreno de la posverdad, permitiéndose la toma de decisiones drásticas que distraigan la atención social de los verdaderos problemas intestinos (inseguridad, criminalidad, corrupción, etc.). Regímenes en suma que, aun advirtiendo su inminente caída en el ánimo popular, no dudarán en apuntalar en la mentira una percepción de legitimidad y en magnificar logros que muchas veces ni siquiera tienen el más mínimo fundamento de realidad.

Sí, tal y como trágicamente sucede con todos aquellos que hoy siguen creyendo en quien a lo largo de más de un lustro les ha mentido más de 50 mil veces, en un promedio de cincuenta mentiras por día, muchas de ellas repetidas hasta la saciedad, pero que no por ser multicitadas y creídas hacen de ello una verdad.

¿Qué los hace creer, la fe, un síndrome de Estocolmo o simplemente el hecho de que la mentira es creída por todo aquél que quiere creer en ella y vivir en el autoengaño? ¿Miedo a disentir, a no pensar, a no arriesgarse, a reconocer que se falló en la elección política? ¿Miedo al cambio, a disentir, al régimen, al líder?

Todo ello y más, pero esencialmente miedo a reconocer que si en algo el poder autoritario está mimetizado es en ese monstruo de mil cabezas que es la mentira.



bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

Youtube: bettyzanolli


¿Es posible hoy en día considerar que entre los derechos humanos esté consagrado el derecho a mentir?

La respuesta no es sencilla. Para algunos, existe el derecho a mentir cuando éste se encuentra vinculado principalmente con las llamadas mentiras “piadosas”. Por ejemplo, aquéllas que se profieren cuando se pondera que hablar con la verdad haría más daño que mentir; cuando un adulto recurre a ellas para explicar alguna situación de la realidad a un infante o cuando un médico miente a un enfermo terminal sobre la gravedad de su padecimiento, creyendo que hará más llevadero su final existencial. De la misma manera, Platón creía que había un derecho a mentir en el caso de las mentiras “nobles”, relacionadas éstas con los mitos fundacionales que habían dado lugar al nacimiento de una nación y en las que se fincaba la identidad del pueblo. Y han existido muchos otros autores que han creído que el mentir en la política es, además de un derecho un deber que ha de ejercer todo político, desde el momento en que la mentira es parte sustantiva de la mayor parte de los discursos políticos.

Pero yo me pregunto ¿qué acaso la mentira, definida con base en su opuesto, no es lo contrario a la verdad y, por tanto, es un sumo antivalor moral al ser la verdad uno de los más altos valores del ser humano? Y si estamos convencidos de que es un antivalor moral ¿por qué la gran mayoría de los discursos políticos tienden a fincarse en la mentira? ¿Por qué desdeñan que en la mayoría de los casos la mentira tiene consecuencias adversas?

Inquietudes éstas que, evidentemente, hacen necesario recordar la célebre polémica que sobre la ética de la mentira se dio entre Immanuel Kant y Benjamin Constant a finales del siglo XVIII. Kant declaró en su obra “Sobre un presunto derecho de mentir por filantropía” (1797) que la mentira perjudica siempre a otro, no sólo a un determinado hombre sino a la humanidad en general, al afectar a la fuente misma del derecho, por lo que quien miente, por más “bondadosa” que sea la intención que motivó a su mentir, debe enfrentar sus consecuencias, ya que la verdad es un deber sobre el que se erige el resto de los deberes y, de acuerdo con el principio de universalidad, si una acción no puede ser aceptada universalmente, entonces no es ética. Constant, en cambio, en su ensayo “De las reacciones políticas”, estableció de manera contrastante que hay situaciones en las que no sólo el hombre está facultado para mentir, sino que es su obligación moral el hacerlo. A este punto, cabría en consecuencia formularse una pregunta: ¿este último aserto constantiano puede hacer que en política el mentir sea lícito, legítimo y moral?

Bajo ningún concepto. Sólo los regímenes que no quieren perder el poder y el control de la población hacen de la mentira su arma de combate central frente a toda oposición y eje axial de su gobierno. Regímenes cuya narrativa prioriza la alabanza y recurre a la mentira para construir una imagen de estabilidad y éxito que no se corresponden con la realidad. Regímenes que se encarnizan fomentando un discurso insidioso, falaz y violento, basado siempre en la mentira, para lograr la desacreditación, pulverización y, finalmente la supresión de toda clase de crítica opositora. Regímenes en los que el líder y los liderzuelos adeptos más radicales mienten sin pudor a la sociedad, esmerándose en ocultarle la verdad al tiempo que desconocen y deslegitiman a toda institución destinada a procurar la transparencia pública, la fiscalización de los recursos y la rendición de cuentas. Regímenes que, recurrentemente, cuando se encuentran atravesando por algún momento de crisis económica, política, social, humanitaria o de cualquier otra naturaleza, de inmediato construyen distractores que sirvan de “banderas falsas” a fin de que “su” verdad, fincada en la mentira, se mantenga siempre en el terreno de la posverdad, permitiéndose la toma de decisiones drásticas que distraigan la atención social de los verdaderos problemas intestinos (inseguridad, criminalidad, corrupción, etc.). Regímenes en suma que, aun advirtiendo su inminente caída en el ánimo popular, no dudarán en apuntalar en la mentira una percepción de legitimidad y en magnificar logros que muchas veces ni siquiera tienen el más mínimo fundamento de realidad.

Sí, tal y como trágicamente sucede con todos aquellos que hoy siguen creyendo en quien a lo largo de más de un lustro les ha mentido más de 50 mil veces, en un promedio de cincuenta mentiras por día, muchas de ellas repetidas hasta la saciedad, pero que no por ser multicitadas y creídas hacen de ello una verdad.

¿Qué los hace creer, la fe, un síndrome de Estocolmo o simplemente el hecho de que la mentira es creída por todo aquél que quiere creer en ella y vivir en el autoengaño? ¿Miedo a disentir, a no pensar, a no arriesgarse, a reconocer que se falló en la elección política? ¿Miedo al cambio, a disentir, al régimen, al líder?

Todo ello y más, pero esencialmente miedo a reconocer que si en algo el poder autoritario está mimetizado es en ese monstruo de mil cabezas que es la mentira.



bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

Youtube: bettyzanolli