/ domingo 26 de mayo de 2024

NO al pesimismo y apatía electorales

El populismo es el burro de Troya de la democracia:

aúna ignorancia y mala intención...

El pesimismo, coartada de los cobardes

y excusa para no hacer nada, es su mejor aliado.

Cayetana Álvarez


La mayor arma de toda democracia representativa es el voto libre y secreto, cuyo ejercicio es derecho y deber de todo ciudadano, tal y como lo establece en México nuestra Carta Magna. Pero cuando el voto no es ejercido por pesimismo y apatía y la papeleta no llega a la urna electoral, no sólo se tira por la borda la centenaria gesta de todos los que lucharon por alcanzar un régimen en el que imperara la democracia (primero en pos del voto indirecto y luego directo de los hombres y, sólo hasta el siglo XX, de la mujer). Se favorece también -y esto es lo más grave- que la decisión de la minoría sea la imperante y de que se materialice la aparición de un peligro mayor: que desde el poder se disponga libremente de cualquier tipo de mecanismo orientado hacia la comisión de un fraude electoral.

Ahora bien: ¿por qué nace y se reproduce la apatía? La respuesta la encontramos en el contexto particular de cada sociedad. Sin embargo, hay dos razones interconectadas de enorme peso para su eclosión. La primera es por “la espiral del silencio”, tal y como la denominó Elizabeth Noelle-Neumann en 1974. Fenómeno por el cual en la sociedad humana es posible advertir que la mayoría de sus miembros prefiere no expresar públicamente sus opiniones ante el temor de que éstas no sean compartidas por buena parte del grupo social al que pertenece o de que sean criticadas o condenadas por dicho colectivo y esto les margine. De ahí que estas personas prefieran autoexcluirse del debate político antes que ser segregadas de la sociedad.

Apatía electoral que es la manifestación más clara del miedo al aislamiento ante los demás y que se agudiza conforme crece la polarización social. Miedo que nutre y potencializa a la “espiral del silencio” cuando la persona, luego de resguardarse del oprobio social -callando y ocultando su preferencia electoral-, se enfrenta con otro miedo, el más profundo y devastador: el miedo a sí mismo, que incoa íntimamente el temor a equivocarse en su decisión. Miedo ancestral y reptiliano que convive con la inseguridad innata del ser humano, producto de una deficiente educación emocional para enfrentar el fracaso y una falta de compromiso socio-político, fincada en una limitada y acrítica educación formal. Sólo que si bien bastará guardar silencio para que una persona evite que los otros le condenen, no será tan fácil resolver el conflicto interno detonado por saber que “fracasó” en la elección al darse cuenta que su decisión fue distinta a la que se impuso de la mayoría.

La segunda razón (que incide exponencial en la escalada de la “espiral del silencio”) deriva de la penetración, control y monopolio que en el mundo contemporáneo -como nunca antes en la historia- ejercen los medios de comunicación -principalmente las redes sociales-, así como de la fiebre indiscriminada y perversa de las encuestas en la deformación y desviación de la opinión pública. Y destaco especialmente a éstas, sobre todo cuando se diseñan “a modo” e interpretan de manera sesgada para favorecer a determinados candidatos o partidos políticos, ejerciendo una influencia determinante en el ánimo de la potencial masa votante. Masa a la que puede sumir, como ocurre prioritariamente en los regímenes populistas, en un estado profundo de pesimismo en el que se instauran una serie de falsas percepciones relacionadas con la desilusión, desesperanza, inevitabilidad y desconfianza, todas ellas derivadas de la manipulación de los datos de acuerdo con los intereses que las incentivan y que provienen prioritariamente del supremo poder.

Ejemplo de ello: los mecanismos del “bandwagon” (efecto de “subirse al carro del ganador”) y “underdog” (efecto del perro perdedor), conocidos desde el siglo XIX y empleados de modo artero, cínico y descarnado hasta la actualidad en los procesos electorales, sea proclamando falsamente que el votar será un “simple trámite”, porque una candidata se autoproclama a priori “triunfadora” aún antes de la contienda -para que los indecisos se sumen a ella y los opositores se desmoralicen-, o bien porque las estadísticas asumen que la otra candidata “está en picada” -para que sus seguidores entren en modo de “fatiga electoral” y no acudan a votar considerando estéril su participación-. Y cuando pesimismo y desmotivación se apoderan del ánimo de los votantes -gracias a la saturación expresa y subliminal de los datos, percepción de inequidad y desconexión emocional frente a los presuntos resultados-, no hay más: el agente pervertidor de la opinión pública se ha apoderado de la jornada electoral antes de ocurrir.

Hoy en México, pesimismo y apatía son monstruos que alimenta el populismo para debilitar a las instituciones (comprendidas las electorales y judiciales) y preparar el terreno para un totalitarismo implacable. De no salir a votar la ciudadanía en pleno y enfrentar a la manipulación y desinformación de la élite al poder, seremos testigos del fin de la democracia, voluntad popular, justicia y estabilidad sociales.


bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

Youtube: bettyzanolli

El populismo es el burro de Troya de la democracia:

aúna ignorancia y mala intención...

El pesimismo, coartada de los cobardes

y excusa para no hacer nada, es su mejor aliado.

Cayetana Álvarez


La mayor arma de toda democracia representativa es el voto libre y secreto, cuyo ejercicio es derecho y deber de todo ciudadano, tal y como lo establece en México nuestra Carta Magna. Pero cuando el voto no es ejercido por pesimismo y apatía y la papeleta no llega a la urna electoral, no sólo se tira por la borda la centenaria gesta de todos los que lucharon por alcanzar un régimen en el que imperara la democracia (primero en pos del voto indirecto y luego directo de los hombres y, sólo hasta el siglo XX, de la mujer). Se favorece también -y esto es lo más grave- que la decisión de la minoría sea la imperante y de que se materialice la aparición de un peligro mayor: que desde el poder se disponga libremente de cualquier tipo de mecanismo orientado hacia la comisión de un fraude electoral.

Ahora bien: ¿por qué nace y se reproduce la apatía? La respuesta la encontramos en el contexto particular de cada sociedad. Sin embargo, hay dos razones interconectadas de enorme peso para su eclosión. La primera es por “la espiral del silencio”, tal y como la denominó Elizabeth Noelle-Neumann en 1974. Fenómeno por el cual en la sociedad humana es posible advertir que la mayoría de sus miembros prefiere no expresar públicamente sus opiniones ante el temor de que éstas no sean compartidas por buena parte del grupo social al que pertenece o de que sean criticadas o condenadas por dicho colectivo y esto les margine. De ahí que estas personas prefieran autoexcluirse del debate político antes que ser segregadas de la sociedad.

Apatía electoral que es la manifestación más clara del miedo al aislamiento ante los demás y que se agudiza conforme crece la polarización social. Miedo que nutre y potencializa a la “espiral del silencio” cuando la persona, luego de resguardarse del oprobio social -callando y ocultando su preferencia electoral-, se enfrenta con otro miedo, el más profundo y devastador: el miedo a sí mismo, que incoa íntimamente el temor a equivocarse en su decisión. Miedo ancestral y reptiliano que convive con la inseguridad innata del ser humano, producto de una deficiente educación emocional para enfrentar el fracaso y una falta de compromiso socio-político, fincada en una limitada y acrítica educación formal. Sólo que si bien bastará guardar silencio para que una persona evite que los otros le condenen, no será tan fácil resolver el conflicto interno detonado por saber que “fracasó” en la elección al darse cuenta que su decisión fue distinta a la que se impuso de la mayoría.

La segunda razón (que incide exponencial en la escalada de la “espiral del silencio”) deriva de la penetración, control y monopolio que en el mundo contemporáneo -como nunca antes en la historia- ejercen los medios de comunicación -principalmente las redes sociales-, así como de la fiebre indiscriminada y perversa de las encuestas en la deformación y desviación de la opinión pública. Y destaco especialmente a éstas, sobre todo cuando se diseñan “a modo” e interpretan de manera sesgada para favorecer a determinados candidatos o partidos políticos, ejerciendo una influencia determinante en el ánimo de la potencial masa votante. Masa a la que puede sumir, como ocurre prioritariamente en los regímenes populistas, en un estado profundo de pesimismo en el que se instauran una serie de falsas percepciones relacionadas con la desilusión, desesperanza, inevitabilidad y desconfianza, todas ellas derivadas de la manipulación de los datos de acuerdo con los intereses que las incentivan y que provienen prioritariamente del supremo poder.

Ejemplo de ello: los mecanismos del “bandwagon” (efecto de “subirse al carro del ganador”) y “underdog” (efecto del perro perdedor), conocidos desde el siglo XIX y empleados de modo artero, cínico y descarnado hasta la actualidad en los procesos electorales, sea proclamando falsamente que el votar será un “simple trámite”, porque una candidata se autoproclama a priori “triunfadora” aún antes de la contienda -para que los indecisos se sumen a ella y los opositores se desmoralicen-, o bien porque las estadísticas asumen que la otra candidata “está en picada” -para que sus seguidores entren en modo de “fatiga electoral” y no acudan a votar considerando estéril su participación-. Y cuando pesimismo y desmotivación se apoderan del ánimo de los votantes -gracias a la saturación expresa y subliminal de los datos, percepción de inequidad y desconexión emocional frente a los presuntos resultados-, no hay más: el agente pervertidor de la opinión pública se ha apoderado de la jornada electoral antes de ocurrir.

Hoy en México, pesimismo y apatía son monstruos que alimenta el populismo para debilitar a las instituciones (comprendidas las electorales y judiciales) y preparar el terreno para un totalitarismo implacable. De no salir a votar la ciudadanía en pleno y enfrentar a la manipulación y desinformación de la élite al poder, seremos testigos del fin de la democracia, voluntad popular, justicia y estabilidad sociales.


bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

Youtube: bettyzanolli