/ miércoles 17 de enero de 2024

El costo de la institucionalidad

Malas experiencias con la burocracia formaron durante décadas una opinión negativa y generalizada de los servidores públicos, y ahora es un reto a vencer: acabar con el estigma de brindar mal servicio.

Sin excepción, quien aspira a desempeñar un empleo o cargo público, debe cumplir los requisitos que señalan las leyes, independientemente si el cargo es a través de elección o por designación.

Algunos criterios para elegir o designar al servidor público son la edad, profesión o experiencia; sin embargo, desempeñar un buen trabajo demanda valores, convicciones y vocación de servicio.

En la CDMX, muchas Instituciones que hoy tenemos son legado del Distrito Federal, que se consolidaron en el tiempo y con el trabajo de servidores públicos, que al igual que los integrantes de una familia, tienen objetivos en común y comparten valores, ideales y convicciones.

Si tuviéramos que definir “Institucionalidad”, diríamos que es guiar la conducta del servidor público de manera imparcial, apegado a sus principios, valores y convicciones, así como a los principios de la autoridad que ahora representa.

Ese compromiso se reafirma al asumir el cargo, protestar respetar las leyes y hacer que se respeten, pues confiar en los principios y valores que nos formaron, da convicción, mientras da congruencia entre nuestro pensamiento, palabras y acciones.

De ahí, ejercer un cargo público con la convicción de nuestros valores personales, en congruencia con nuestra formación y vocación, da como resultado un trabajo Institucional.

Eso incluye el Congreso de la CDMX y a los 66 diputados y diputadas que lo integramos, pues desde el primer momento de asumirnos legisladores, debemos trabajar de manera institucional, al formar parte de un colegiado que toma decisiones por y para la Ciudad.

La gran mayoría accedemos por un partido político, y estamos igualmente agrupados, sin embargo, los partidos políticos también son instituciones -con valores y principios- que ayudan a ejercer derechos político-electorales.

Por eso es un error asegurar que, para conducir los trabajos de cualquier Congreso, se debe renunciar a una militancia partidista; sería pedir que una persona renuncie a sus creencias, valores y principios.

Además, las mismas reglas que señalan los criterios para ser elegido, establecen que el espacio de conducción le corresponde, de manera rotativa, a las fuerzas políticas con mayor representación en el Congreso.

Si el trabajo es con pulcro apego a la ley, es Institucional; sin embargo, el estricto cumplimiento de la ley no siempre agrada a quienes toman decisiones de espalda a la democracia.

Así, señalar con bastante viveza que no se actúa con institucionalidad, ataca, menoscaba y desgasta la envestidura que tenemos encomendada.


Malas experiencias con la burocracia formaron durante décadas una opinión negativa y generalizada de los servidores públicos, y ahora es un reto a vencer: acabar con el estigma de brindar mal servicio.

Sin excepción, quien aspira a desempeñar un empleo o cargo público, debe cumplir los requisitos que señalan las leyes, independientemente si el cargo es a través de elección o por designación.

Algunos criterios para elegir o designar al servidor público son la edad, profesión o experiencia; sin embargo, desempeñar un buen trabajo demanda valores, convicciones y vocación de servicio.

En la CDMX, muchas Instituciones que hoy tenemos son legado del Distrito Federal, que se consolidaron en el tiempo y con el trabajo de servidores públicos, que al igual que los integrantes de una familia, tienen objetivos en común y comparten valores, ideales y convicciones.

Si tuviéramos que definir “Institucionalidad”, diríamos que es guiar la conducta del servidor público de manera imparcial, apegado a sus principios, valores y convicciones, así como a los principios de la autoridad que ahora representa.

Ese compromiso se reafirma al asumir el cargo, protestar respetar las leyes y hacer que se respeten, pues confiar en los principios y valores que nos formaron, da convicción, mientras da congruencia entre nuestro pensamiento, palabras y acciones.

De ahí, ejercer un cargo público con la convicción de nuestros valores personales, en congruencia con nuestra formación y vocación, da como resultado un trabajo Institucional.

Eso incluye el Congreso de la CDMX y a los 66 diputados y diputadas que lo integramos, pues desde el primer momento de asumirnos legisladores, debemos trabajar de manera institucional, al formar parte de un colegiado que toma decisiones por y para la Ciudad.

La gran mayoría accedemos por un partido político, y estamos igualmente agrupados, sin embargo, los partidos políticos también son instituciones -con valores y principios- que ayudan a ejercer derechos político-electorales.

Por eso es un error asegurar que, para conducir los trabajos de cualquier Congreso, se debe renunciar a una militancia partidista; sería pedir que una persona renuncie a sus creencias, valores y principios.

Además, las mismas reglas que señalan los criterios para ser elegido, establecen que el espacio de conducción le corresponde, de manera rotativa, a las fuerzas políticas con mayor representación en el Congreso.

Si el trabajo es con pulcro apego a la ley, es Institucional; sin embargo, el estricto cumplimiento de la ley no siempre agrada a quienes toman decisiones de espalda a la democracia.

Así, señalar con bastante viveza que no se actúa con institucionalidad, ataca, menoscaba y desgasta la envestidura que tenemos encomendada.