/ sábado 20 de julio de 2019

El día que subimos a la luna

Hoy sábado 20 de julio de 2019 se cumplen exactamente 50 años del arribo del hombre a nuestro satélite natural, la Luna, hazaña que, con todo y los avances inauditos de la tecnología, hoy se nos antoja difícil. En aquella ocasión tres valientes y arrojados ciudadanos del mundo aceptaron el reto y decidieron escribir la historia a su manera. Tal vez no necesitaban ni la valentía ni el arrojo; más bien la inteligencia, el sentido común y una mentalidad superior.

Recuerdo los momentos como si fueran los de ayer. Desde días antes sabíamos que el televisor nos haría llegar las imágenes de una hazaña jamás pensada ni soñada. Y lo vimos. La inteligencia, el sentido común y la mentalidad superior habían permitido el suceso.

Estas tres cualidades fueron las que finalmente llevaron a Marco Polo, a Vasco da Gama, a Juan de la Cosa, a Cristóbal Colón, a Juan Sebastián Elcano, a Hernando de Magallanes, a Jeanne Baret, a Xuanzang, a Roald Amundsen, a Edmund Hillary, a Isabella Bird, y a Yuri Gagarin, a Alan Shepard, a John Glenn y a muchos otros exploradores a consumar sus hazañas difíciles y en ocasiones imposibles.

¿Qué impulsó a Marco Polo a convertirse en un turista natural que abrió rutas para el comercio y el conocimiento? ¿Qué inquietudes se despertaron en la conciencia de Cristóbal colón que lo llevaron a convencer, no sólo a sus cercanos, sino a los monarcas iberos de que al otro lado del mar océano vibraban Catay y Cipango? ¿Qué sueños habrá tenido Sir Edmund Hillary, que lo llevaron a clavar sus aceros en la roca y en el hielo y convertirse en el precursor de las ascensiones al Monte Everest? ¿Cómo sería la extraña sensación de Yuri Gagarin al perder la gravedad y encontrarse solo en el vasto espacio? ¿Qué angustias y vicisitudes pasaron Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins pensando en la certeza de lo imposible?

Estos hechos y hazañas nos parecen distantes en el tiempo y en el espacio. Los últimos arribos a nuestro satélite natural fueron hace más de 40 años. Los jóvenes de hoy no podrían rememorar estos acontecimientos que estremecieron al mundo.

Del 20 de julio de 1969 recuerdo, como si fuera ayer, la frase de Armstrong: “Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

En las seis misiones lunares consecutivas, 12 astronautas recolectaron cientos de kilos de muestras de suelo, hicieron rodar un vehículo por las blancas arenas, hicieron muchas pruebas físicas, astronómicas y biológicas, exigiéndole al organismo humano una permanencia de 71 horas, tres días, en la inhabitabilidad lunar.

Hago un paréntesis para traer a la memoria una experiencia personal tenida con el astronauta Charles “Pete” Conrad con quien tuve el gusto de viajar de compañero de asiento en un vuelo inaugural de la compañía Douglas, de California a la ciudad de México en 1980. Entre diálogos, recuerdo que su traje de astronauta para ir a la luna fue mal confeccionado y medía una pulgada menos en sus mangas, tórax y cuello. Y que ningún ser humano imaginaría el sufrimiento y el malestar que soportó con estoicismo y paciencia durante siete días.

La mayoría de los astronautas y viajeros espaciales viven y han tenido la fortuna de ser reconocidos en todo el planeta por la magia instantánea de los medios de comunicación. Nos damos cuenta, en el momento, de sus esfuerzos, de sus angustias, de sus triunfos, de sus parpadeos, hasta de sus sueños. Oímos latir sus corazones, escuchamos sus respuestas e instrucciones, y hasta nos enteramos de los mensajes mínimos que envían a sus familiares.

¿Privacidad? Ya no existe. Es la injerencia e intromisión despiadada de los medios en la vida del ser humano. Tal vez Colón en su camarote tuvo privacidad; Marco Polo en las noches del desierto también; y a lo mejor el inglés Hillary la tuvo en la cúspide del Himalaya. Pero no más. Los medios de información en esas épocas eran comunicaciones escritas, misivas, que hacían sus recorridos en varios meses, o a veces en años, y obviamente su impacto era otro. Sin embargo, la valentía y el arrojo eran más valiosos por la ignorancia de la época respecto de casi todo su medio ambiente, de su hábitat. Nuestras enciclopedias, hoy digitalizadas, están llenas de nombres de aquellos que dieron sus capacidades y en muchas ocasiones sus vidas por sus convicciones.

Me referiré a las palabras del gran cineasta francés de principios del siglo 20 llamado Georges Meliès quien expresó que los seres humanos somos por naturaleza “audaces exploradores, investigadores, trotamundos, aventureros, ilusionistas, bohemios, trashumantes, magos, nómadas, caminadores, montañistas, y esforzados descubridores”.

He querido, en este breve espacio, rendir un homenaje a quienes alcanzaron el sueño de muchas edades de pisar la Luna, así como a todos quienes, a través de centurias, han dado pasos gigantescos para toda la humanidad.

Premio Nacional de Periodismo 2018

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx



Hoy sábado 20 de julio de 2019 se cumplen exactamente 50 años del arribo del hombre a nuestro satélite natural, la Luna, hazaña que, con todo y los avances inauditos de la tecnología, hoy se nos antoja difícil. En aquella ocasión tres valientes y arrojados ciudadanos del mundo aceptaron el reto y decidieron escribir la historia a su manera. Tal vez no necesitaban ni la valentía ni el arrojo; más bien la inteligencia, el sentido común y una mentalidad superior.

Recuerdo los momentos como si fueran los de ayer. Desde días antes sabíamos que el televisor nos haría llegar las imágenes de una hazaña jamás pensada ni soñada. Y lo vimos. La inteligencia, el sentido común y la mentalidad superior habían permitido el suceso.

Estas tres cualidades fueron las que finalmente llevaron a Marco Polo, a Vasco da Gama, a Juan de la Cosa, a Cristóbal Colón, a Juan Sebastián Elcano, a Hernando de Magallanes, a Jeanne Baret, a Xuanzang, a Roald Amundsen, a Edmund Hillary, a Isabella Bird, y a Yuri Gagarin, a Alan Shepard, a John Glenn y a muchos otros exploradores a consumar sus hazañas difíciles y en ocasiones imposibles.

¿Qué impulsó a Marco Polo a convertirse en un turista natural que abrió rutas para el comercio y el conocimiento? ¿Qué inquietudes se despertaron en la conciencia de Cristóbal colón que lo llevaron a convencer, no sólo a sus cercanos, sino a los monarcas iberos de que al otro lado del mar océano vibraban Catay y Cipango? ¿Qué sueños habrá tenido Sir Edmund Hillary, que lo llevaron a clavar sus aceros en la roca y en el hielo y convertirse en el precursor de las ascensiones al Monte Everest? ¿Cómo sería la extraña sensación de Yuri Gagarin al perder la gravedad y encontrarse solo en el vasto espacio? ¿Qué angustias y vicisitudes pasaron Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins pensando en la certeza de lo imposible?

Estos hechos y hazañas nos parecen distantes en el tiempo y en el espacio. Los últimos arribos a nuestro satélite natural fueron hace más de 40 años. Los jóvenes de hoy no podrían rememorar estos acontecimientos que estremecieron al mundo.

Del 20 de julio de 1969 recuerdo, como si fuera ayer, la frase de Armstrong: “Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

En las seis misiones lunares consecutivas, 12 astronautas recolectaron cientos de kilos de muestras de suelo, hicieron rodar un vehículo por las blancas arenas, hicieron muchas pruebas físicas, astronómicas y biológicas, exigiéndole al organismo humano una permanencia de 71 horas, tres días, en la inhabitabilidad lunar.

Hago un paréntesis para traer a la memoria una experiencia personal tenida con el astronauta Charles “Pete” Conrad con quien tuve el gusto de viajar de compañero de asiento en un vuelo inaugural de la compañía Douglas, de California a la ciudad de México en 1980. Entre diálogos, recuerdo que su traje de astronauta para ir a la luna fue mal confeccionado y medía una pulgada menos en sus mangas, tórax y cuello. Y que ningún ser humano imaginaría el sufrimiento y el malestar que soportó con estoicismo y paciencia durante siete días.

La mayoría de los astronautas y viajeros espaciales viven y han tenido la fortuna de ser reconocidos en todo el planeta por la magia instantánea de los medios de comunicación. Nos damos cuenta, en el momento, de sus esfuerzos, de sus angustias, de sus triunfos, de sus parpadeos, hasta de sus sueños. Oímos latir sus corazones, escuchamos sus respuestas e instrucciones, y hasta nos enteramos de los mensajes mínimos que envían a sus familiares.

¿Privacidad? Ya no existe. Es la injerencia e intromisión despiadada de los medios en la vida del ser humano. Tal vez Colón en su camarote tuvo privacidad; Marco Polo en las noches del desierto también; y a lo mejor el inglés Hillary la tuvo en la cúspide del Himalaya. Pero no más. Los medios de información en esas épocas eran comunicaciones escritas, misivas, que hacían sus recorridos en varios meses, o a veces en años, y obviamente su impacto era otro. Sin embargo, la valentía y el arrojo eran más valiosos por la ignorancia de la época respecto de casi todo su medio ambiente, de su hábitat. Nuestras enciclopedias, hoy digitalizadas, están llenas de nombres de aquellos que dieron sus capacidades y en muchas ocasiones sus vidas por sus convicciones.

Me referiré a las palabras del gran cineasta francés de principios del siglo 20 llamado Georges Meliès quien expresó que los seres humanos somos por naturaleza “audaces exploradores, investigadores, trotamundos, aventureros, ilusionistas, bohemios, trashumantes, magos, nómadas, caminadores, montañistas, y esforzados descubridores”.

He querido, en este breve espacio, rendir un homenaje a quienes alcanzaron el sueño de muchas edades de pisar la Luna, así como a todos quienes, a través de centurias, han dado pasos gigantescos para toda la humanidad.

Premio Nacional de Periodismo 2018

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx