/ sábado 26 de diciembre de 2020

El enigmático 2021

Faltan pocos días para que haga su aparición el año 2021. Enigmático año. Será un año con cientos de cuestionamientos en todos los órdenes, sobre todo el económico que afecta y afectará los bolsillos de por lo menos 80 millones de mexicanos.

Creo y sostengo que la humanidad nunca había vivido una situación de encierro, de prohibiciones, de mutilaciones. Pero lo más triste es que las autoridades en todos los países, con contadas excepciones, hacen nada para limitar o cortar esta larguísima hilera de contagios, que ya ha mostrado sus rebrotes y nos está diciendo que no será fácil impedirlos.

Mal que bien, en México hemos soportado once meses guarecidos, encerrados. Pero esto no tiene para cuando acabar. Posiblemente se lleve todo el próximo año y parte del siguiente; hay científicos que pronostican cuatro o cinco años. Pero quienes hemos soportado ¿tendremos los arrestos y la fuerza para seguir? Aquí deberán entrar en juego dos asuntos esenciales: el maravilloso poder de la mente, y los pensamientos armoniosos.

Se anuncian las vacunas, ahí vienen ya. Los voraces laboratorios trabajan a marchas forzadas para ser los primeros en surtir y los primeros en apoquinar. Nada viene de oquis. Y habrá que ver los resultados. El mundo está en una balanza sanitaria y complicada.


Y hablando de los inicios de año, quisiera tocar otro tema, ameno, distinto. Conservo aún los recortes de 1999 con la información que se produjo cuando hubo un reconocimiento generalizado de que la humanidad había completado otra etapa de 2 mil años en su larga, penosa y esperanzada vida.

Las imágenes de la prensa mostraban millones de brazos que se alzaban al sol saludando el nuevo día y al nuevo milenio. Las crónicas hacían hincapié en las manifestaciones de alegría, y los rituales de culturas antiguas cumplían la renovada expresión de reverencia en los vestigios arqueológicos situados en puntos distantes del planeta.

Algún periódico mencionaba que los cinco continentes habían llegado al año 2 mil sin desbordamientos y sin que el problema informativo del “Y2K” estropeara el ambiente festivo. También subrayaba que la medianoche del 31 de diciembre de 1999, en el espacio aéreo solamente los fuegos artificiales iluminaban la oscura noche que quedaba atrás definitivamente. La música de todos los tiempos servía de fondo propicio para que estallara el optimismo y los buenos deseos para todos.

Recuerdo que el posible colapso del “Y2K” preocupaba a todo el mundo. Este temor generó gastos por más de seis mil millones de dólares, equivalente al costo de la segunda guerra mundial. Ese fin del año 1999, más allá de las negras profecías, las nubes amenazantes del Popocatépetl constituían un velado presagio que mantuvo alerta el ánimo de los mexicanos.

Han pasado ya 20 largos y penosos años, que han sido como aquellos siete años de vacas flacas que le pronosticara al faraón egipcio un judío recluido en una mazmorra. Solamente que en este caso, y para México, doce de esos años fueron de fuertes presiones de la derecha política y económica, y que recrudecieron la corrupción e impunidad seis años más, en un periplo que México arrastra desde hace casi 40 años.

Ese contexto difícilmente se superará en 10 años. Hoy que nos encontramos a finales del año 2020, no solo leo y veo a diario sobre los millones de contagiados y fallecidos por el maldito virus; también me entero que siguen las ejecuciones en todas las entidades del país; hoy leo de cuerpos sin cabeza, sin manos, sin dedos, signos inequívocos de los mensajes que la delincuencia perfectamente organizada envía a quienes traicionan sus viles acciones y dejan de cumplir con sus órdenes. Parece ser que conforme avanza el siglo así nos emparejamos con lo más vil y deleznable que hay en el ser humano: ese ingobernable sentimiento de ser el lobo del hombre.

Y veo que nuestro país entró en un torbellino de inseguridad física y patrimonial, de desequilibrios económicos, de incremento de la pobreza, de altísimos sentimientos de desconfianza, de corrupción junto con su compañera inseparable la impunidad, de desinterés por el prójimo. Y aunado a ello, todo lo que ya se ha pronosticado y predicho para los inicios del siguiente año, que ya no se llama “cuesta de enero, sino de enero, febrero, marzo y abril”.

No cabe duda que cuando llegó el año 2000, todas las campanas anunciaron la buena nueva. No perdemos la esperanza de que los gobernantes repiquen para que se nos grabe en la memoria que un horizonte ancho y luminoso de vida plena nos espera cuando abordemos el primer minuto de un nuevo año. Aún hay una lucecita que se ve al fondo del túnel; aun hay sensatez en la mente de los mexicanos. No olvidemos que somos una raza especial hechos para resistir y avanzar. Así lo han cantado poetas e historiadores.

Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@yahoo.com.mx

Faltan pocos días para que haga su aparición el año 2021. Enigmático año. Será un año con cientos de cuestionamientos en todos los órdenes, sobre todo el económico que afecta y afectará los bolsillos de por lo menos 80 millones de mexicanos.

Creo y sostengo que la humanidad nunca había vivido una situación de encierro, de prohibiciones, de mutilaciones. Pero lo más triste es que las autoridades en todos los países, con contadas excepciones, hacen nada para limitar o cortar esta larguísima hilera de contagios, que ya ha mostrado sus rebrotes y nos está diciendo que no será fácil impedirlos.

Mal que bien, en México hemos soportado once meses guarecidos, encerrados. Pero esto no tiene para cuando acabar. Posiblemente se lleve todo el próximo año y parte del siguiente; hay científicos que pronostican cuatro o cinco años. Pero quienes hemos soportado ¿tendremos los arrestos y la fuerza para seguir? Aquí deberán entrar en juego dos asuntos esenciales: el maravilloso poder de la mente, y los pensamientos armoniosos.

Se anuncian las vacunas, ahí vienen ya. Los voraces laboratorios trabajan a marchas forzadas para ser los primeros en surtir y los primeros en apoquinar. Nada viene de oquis. Y habrá que ver los resultados. El mundo está en una balanza sanitaria y complicada.


Y hablando de los inicios de año, quisiera tocar otro tema, ameno, distinto. Conservo aún los recortes de 1999 con la información que se produjo cuando hubo un reconocimiento generalizado de que la humanidad había completado otra etapa de 2 mil años en su larga, penosa y esperanzada vida.

Las imágenes de la prensa mostraban millones de brazos que se alzaban al sol saludando el nuevo día y al nuevo milenio. Las crónicas hacían hincapié en las manifestaciones de alegría, y los rituales de culturas antiguas cumplían la renovada expresión de reverencia en los vestigios arqueológicos situados en puntos distantes del planeta.

Algún periódico mencionaba que los cinco continentes habían llegado al año 2 mil sin desbordamientos y sin que el problema informativo del “Y2K” estropeara el ambiente festivo. También subrayaba que la medianoche del 31 de diciembre de 1999, en el espacio aéreo solamente los fuegos artificiales iluminaban la oscura noche que quedaba atrás definitivamente. La música de todos los tiempos servía de fondo propicio para que estallara el optimismo y los buenos deseos para todos.

Recuerdo que el posible colapso del “Y2K” preocupaba a todo el mundo. Este temor generó gastos por más de seis mil millones de dólares, equivalente al costo de la segunda guerra mundial. Ese fin del año 1999, más allá de las negras profecías, las nubes amenazantes del Popocatépetl constituían un velado presagio que mantuvo alerta el ánimo de los mexicanos.

Han pasado ya 20 largos y penosos años, que han sido como aquellos siete años de vacas flacas que le pronosticara al faraón egipcio un judío recluido en una mazmorra. Solamente que en este caso, y para México, doce de esos años fueron de fuertes presiones de la derecha política y económica, y que recrudecieron la corrupción e impunidad seis años más, en un periplo que México arrastra desde hace casi 40 años.

Ese contexto difícilmente se superará en 10 años. Hoy que nos encontramos a finales del año 2020, no solo leo y veo a diario sobre los millones de contagiados y fallecidos por el maldito virus; también me entero que siguen las ejecuciones en todas las entidades del país; hoy leo de cuerpos sin cabeza, sin manos, sin dedos, signos inequívocos de los mensajes que la delincuencia perfectamente organizada envía a quienes traicionan sus viles acciones y dejan de cumplir con sus órdenes. Parece ser que conforme avanza el siglo así nos emparejamos con lo más vil y deleznable que hay en el ser humano: ese ingobernable sentimiento de ser el lobo del hombre.

Y veo que nuestro país entró en un torbellino de inseguridad física y patrimonial, de desequilibrios económicos, de incremento de la pobreza, de altísimos sentimientos de desconfianza, de corrupción junto con su compañera inseparable la impunidad, de desinterés por el prójimo. Y aunado a ello, todo lo que ya se ha pronosticado y predicho para los inicios del siguiente año, que ya no se llama “cuesta de enero, sino de enero, febrero, marzo y abril”.

No cabe duda que cuando llegó el año 2000, todas las campanas anunciaron la buena nueva. No perdemos la esperanza de que los gobernantes repiquen para que se nos grabe en la memoria que un horizonte ancho y luminoso de vida plena nos espera cuando abordemos el primer minuto de un nuevo año. Aún hay una lucecita que se ve al fondo del túnel; aun hay sensatez en la mente de los mexicanos. No olvidemos que somos una raza especial hechos para resistir y avanzar. Así lo han cantado poetas e historiadores.

Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@yahoo.com.mx