/ jueves 12 de mayo de 2022

El mundo está en llamas y a los bancos centrales les preocupa cada vez más 

En 2007, el estadístico libano-estadounidense Nassim Taleb, acuñó el término “cisne negro” para referirse a eventos altamente improbables pero con impactos económicos de alcance global, que al analizarse en retrospectiva parecerían evidentes.

A partir de ésta metáfora, en febrero de 2020, el Bank for International Settlements (BIS), que es el banco de los bancos centrales, publicó un libro donde se habló por primera vez de un “cisne verde”, para referirse a las crisis financieras provocadas por el calentamiento global. Este reporte llegó cinco años después de que se firmara el Acuerdo de Paris, que fue el primer tratado internacional vinculante jurídicamente en el que 192 países más la Unión Europea, se comprometían a limitar el calentamiento global a partir de la transformación económica y social, en apego a la ciencia.

Recientemente, Agustín Carstens, actual gerente general del BIS, habló del “cisne verde” para referirse a las crisis económicas que vendrán en el corto plazo a causa de los efectos del cambio climático y convocó a los bancos centrales del mundo a un foro para discutir qué medidas pueden llevarse a cabo en un mundo con temperaturas cada vez más altas.

Pero ¿qué pasó para que al mundo financiero le interesen cada vez más los efectos del cambio climático? Bueno, los bancos centrales son responsables de la política monetaria de un país y deben pensar estrategias para mantener la inflación controlada, establecer tasas de interés para proteger el ahorro y la inversión de las personas y el propio país, pero no podrán hacer esto eficientemente en un mundo que literalmente se derrite.

En otras palabras, el banco que coordina a todos los bancos centrales del mundo, nos está advirtiendo por segunda vez en dos años, que las heladas, incendios, inundaciones y otros desastres naturales que son consecuencia de la mayor emisión de gases de efecto invernadero, van a afectar la vida y el patrimonio de las personas, así como la infraestructura y la capacidad operativa de los países y que esta situación no va a distinguir entre países desarrollados y en vías de desarrollo.

Esta llamada de atención del BIS no es un hecho aislado sino que debe observarse en el marco de las recientes protestas de científicos renombrados de la NASA, que el mes pasado se manifestaron frente al edificio de JP Morgan en Los Ángeles, para alertar de lo peligroso que es seguir invirtiendo en combustibles fósiles, que están directamente relacionados con el aumento de la temperatura del mundo.

Asimismo, en 2021 grupos científicos que monitorean los polos de la Tierra, alertaron que el derretimiento de las capas de hielo podría, entre otras cosas, descongelar antiguas bacterias para las que el cuerpo humano moderno no está protegido.

Es decir que las alarmas rojas frente al cambio climático se encienden desde otros espacios distintos al activismo, las cumbres de jefes de Estado y las organizaciones internacionales porque esta preocupación debe empezar a traducirse en acciones concretas donde todas las instituciones estén involucradas, pues a diferencia del “cisne negro”, el “cisne verde” no es un evento nada difícil de predecir si consideramos que desde hace una década, la comunidad científica lleva alertando de consecuencias para la disponibilidad de alimentos, la salud, los ecosistemas y la propia supervivencia de las personas.

En 2007, el estadístico libano-estadounidense Nassim Taleb, acuñó el término “cisne negro” para referirse a eventos altamente improbables pero con impactos económicos de alcance global, que al analizarse en retrospectiva parecerían evidentes.

A partir de ésta metáfora, en febrero de 2020, el Bank for International Settlements (BIS), que es el banco de los bancos centrales, publicó un libro donde se habló por primera vez de un “cisne verde”, para referirse a las crisis financieras provocadas por el calentamiento global. Este reporte llegó cinco años después de que se firmara el Acuerdo de Paris, que fue el primer tratado internacional vinculante jurídicamente en el que 192 países más la Unión Europea, se comprometían a limitar el calentamiento global a partir de la transformación económica y social, en apego a la ciencia.

Recientemente, Agustín Carstens, actual gerente general del BIS, habló del “cisne verde” para referirse a las crisis económicas que vendrán en el corto plazo a causa de los efectos del cambio climático y convocó a los bancos centrales del mundo a un foro para discutir qué medidas pueden llevarse a cabo en un mundo con temperaturas cada vez más altas.

Pero ¿qué pasó para que al mundo financiero le interesen cada vez más los efectos del cambio climático? Bueno, los bancos centrales son responsables de la política monetaria de un país y deben pensar estrategias para mantener la inflación controlada, establecer tasas de interés para proteger el ahorro y la inversión de las personas y el propio país, pero no podrán hacer esto eficientemente en un mundo que literalmente se derrite.

En otras palabras, el banco que coordina a todos los bancos centrales del mundo, nos está advirtiendo por segunda vez en dos años, que las heladas, incendios, inundaciones y otros desastres naturales que son consecuencia de la mayor emisión de gases de efecto invernadero, van a afectar la vida y el patrimonio de las personas, así como la infraestructura y la capacidad operativa de los países y que esta situación no va a distinguir entre países desarrollados y en vías de desarrollo.

Esta llamada de atención del BIS no es un hecho aislado sino que debe observarse en el marco de las recientes protestas de científicos renombrados de la NASA, que el mes pasado se manifestaron frente al edificio de JP Morgan en Los Ángeles, para alertar de lo peligroso que es seguir invirtiendo en combustibles fósiles, que están directamente relacionados con el aumento de la temperatura del mundo.

Asimismo, en 2021 grupos científicos que monitorean los polos de la Tierra, alertaron que el derretimiento de las capas de hielo podría, entre otras cosas, descongelar antiguas bacterias para las que el cuerpo humano moderno no está protegido.

Es decir que las alarmas rojas frente al cambio climático se encienden desde otros espacios distintos al activismo, las cumbres de jefes de Estado y las organizaciones internacionales porque esta preocupación debe empezar a traducirse en acciones concretas donde todas las instituciones estén involucradas, pues a diferencia del “cisne negro”, el “cisne verde” no es un evento nada difícil de predecir si consideramos que desde hace una década, la comunidad científica lleva alertando de consecuencias para la disponibilidad de alimentos, la salud, los ecosistemas y la propia supervivencia de las personas.