/ sábado 30 de noviembre de 2019

El umbral de un mundo asombroso

Los mexicanos estamos en el umbral de un mundo asombroso, de asombro. Dice el diccionario que el asombro es la sorpresa, la estupefacción, el pasmo o la consternación que se produce por algo inesperado o impensado. Inesperado e impensado es el sendero que cada uno de nosotros tiene que recorrer en el futuro inmediato; lo importante es que sepamos qué decidir y qué hacer.

Y la sorpresa, la estupefacción y el pasmo es lo que sentimos millones de mexicanos cuando nos percatamos del país vertiginoso en el cual nos encontramos. Mencionaré solo algunos de los espectáculos que vemos y oímos a diario: secuestros, violaciones, feminicidios, homicidios, ejecuciones, descuartizamientos, niños abusados, acoso laboral, acoso escolar, vandalismo, balaceras en lugares públicos, explosiones con cientos de muertos en ductos clandestinos de combustible, accidentes carreteros mayúsculos, fosas por doquier. Solo algunos. Pero con esto es más que suficiente para preguntar ¿a dónde va México? Y con México ¿a dónde vamos nosotros?

Todos los sustantivos y calificativos que he mencionado tienen un alto, un muro gigantesco enfrente que se llama LEY. No obstante, me quedo estupefacto cuando me percato de la irracionalidad con la que actúan los vándalos, hombres y mujeres, embozados y encapuchados, destruyendo y destrozando la historia de México. Hace unos días estuvieron a punto de ingresar a el Palacio de las Bellas Artes. No quiero ni imaginar los destrozos o tal vez encenderle fuego. Los animales son irracionales.

Lo triste es que la delincuencia se ría de la ciudadanía desde hace décadas, y lo inentendible es que no sabemos por cuántas décadas más lo hará. Y eso produce que los mexicanos caminemos desorientados, temerosos y desunidos, sobre todo cuando hemos sido unidos por siglos.

Esta delincuencia organizada se enseñoreó desde la década de los ochentas a los noventas. Y no ha habido poder que la contenga. Así llevamos por lo menos 35 años.

Más allá de la apreciación de que los mexicanos somos el producto mestizo de un crisol de razas, o el mosaico antropológico en que están plasmados modos de ser y de pensar diferentes, evocaciones del lenguaje… más allá está la profunda raíz y el ancho tronco en el que alienta, vive y sueña el pueblo mexicano.

¿Qué nos une a los mexicanos? ¿Qué nos identifica y nos hace diferentes a otros pueblos? Se dice que somos herederos de la grandeza de nuestros antepasados; se acude a la historia para mostrar las cicatrices del espíritu nacional, aparecidas a lo largo de etapas adversas del desarrollo de nuestro país.

Pero ¿Qué nos une a los mexicanos? ¿El cordón umbilical con el credo religioso o el prisma multicolor de la expresión artística? ¿El tenue hilo del progreso en la ciencia y la tecnología? ¿La clara voz de sus poetas o la palabra de sus filósofos que hunden su pensamiento en la explicación no satisfecha del ser mexicano?

México es como un río que corre hasta encontrar su cauce natural. De fragmento en fragmento ha ido construyendo su identidad y su destino. La identidad es ese espejo del alma en que reflejamos nuestro origen, nuestra historia, nuestras aspiraciones comunes; espejo oscuro quizá, como el espejo de Tezcatlipoca.

Hoy, más que nunca, cuando todas las puertas están abiertas al mundo, a modelos de vida diferentes y a otros valores, se renueva la idea por conservar y afianzar los elementos básicos que perfilan el concepto de identidad: la independencia, la autodeterminación, la soberanía, la integridad cultural.

México, desde siempre, ha significado un nuevo horizonte, donde se ofrecen con limpieza y claridad los destellos que enriquecen su carácter cósmico y su dimensión humana. Ese horizonte se ha visto empañado por años de congoja y de sufrimiento de la población, sufrimiento y congoja que devinieron del poco conocimiento que ha habido del oficio de la política durante los últimos 35 años, y que llevó al ancho río de la incredulidad en las instituciones del Estado. Jamás hubiera pensado, allá en mi época de estudiante universitario, que México estaría un día bañado en sangre, lamiendo sus heridas y derramando lágrimas bajo el humilde rebozo de su historia.

Creo que cada uno de nosotros trae a su México encima. Como uno de aquellos inverosímiles cargadores indios –tamemes- que llevaban sobre sus espaldas el inmenso hato de su mundo mestizo, con nativos, conquistadores, frailes, ensalmos, leyendas y climas. Quisiera decir que por todas las palabras y todos los gestos, nos sale a los mexicanos aquel inagotable cargamento.

Hoy, a 109 años de que tuviera principio en el mundo uno de los movimientos sociales más importantes de la humanidad -la Revolución Mexicana- renuevo el amor indeclinable por mi Patria, el ancho solar de mis mayores, y la herencia -noble y generosa- que deseo para las nuevas generaciones.

Premio Primera Plana

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx


Los mexicanos estamos en el umbral de un mundo asombroso, de asombro. Dice el diccionario que el asombro es la sorpresa, la estupefacción, el pasmo o la consternación que se produce por algo inesperado o impensado. Inesperado e impensado es el sendero que cada uno de nosotros tiene que recorrer en el futuro inmediato; lo importante es que sepamos qué decidir y qué hacer.

Y la sorpresa, la estupefacción y el pasmo es lo que sentimos millones de mexicanos cuando nos percatamos del país vertiginoso en el cual nos encontramos. Mencionaré solo algunos de los espectáculos que vemos y oímos a diario: secuestros, violaciones, feminicidios, homicidios, ejecuciones, descuartizamientos, niños abusados, acoso laboral, acoso escolar, vandalismo, balaceras en lugares públicos, explosiones con cientos de muertos en ductos clandestinos de combustible, accidentes carreteros mayúsculos, fosas por doquier. Solo algunos. Pero con esto es más que suficiente para preguntar ¿a dónde va México? Y con México ¿a dónde vamos nosotros?

Todos los sustantivos y calificativos que he mencionado tienen un alto, un muro gigantesco enfrente que se llama LEY. No obstante, me quedo estupefacto cuando me percato de la irracionalidad con la que actúan los vándalos, hombres y mujeres, embozados y encapuchados, destruyendo y destrozando la historia de México. Hace unos días estuvieron a punto de ingresar a el Palacio de las Bellas Artes. No quiero ni imaginar los destrozos o tal vez encenderle fuego. Los animales son irracionales.

Lo triste es que la delincuencia se ría de la ciudadanía desde hace décadas, y lo inentendible es que no sabemos por cuántas décadas más lo hará. Y eso produce que los mexicanos caminemos desorientados, temerosos y desunidos, sobre todo cuando hemos sido unidos por siglos.

Esta delincuencia organizada se enseñoreó desde la década de los ochentas a los noventas. Y no ha habido poder que la contenga. Así llevamos por lo menos 35 años.

Más allá de la apreciación de que los mexicanos somos el producto mestizo de un crisol de razas, o el mosaico antropológico en que están plasmados modos de ser y de pensar diferentes, evocaciones del lenguaje… más allá está la profunda raíz y el ancho tronco en el que alienta, vive y sueña el pueblo mexicano.

¿Qué nos une a los mexicanos? ¿Qué nos identifica y nos hace diferentes a otros pueblos? Se dice que somos herederos de la grandeza de nuestros antepasados; se acude a la historia para mostrar las cicatrices del espíritu nacional, aparecidas a lo largo de etapas adversas del desarrollo de nuestro país.

Pero ¿Qué nos une a los mexicanos? ¿El cordón umbilical con el credo religioso o el prisma multicolor de la expresión artística? ¿El tenue hilo del progreso en la ciencia y la tecnología? ¿La clara voz de sus poetas o la palabra de sus filósofos que hunden su pensamiento en la explicación no satisfecha del ser mexicano?

México es como un río que corre hasta encontrar su cauce natural. De fragmento en fragmento ha ido construyendo su identidad y su destino. La identidad es ese espejo del alma en que reflejamos nuestro origen, nuestra historia, nuestras aspiraciones comunes; espejo oscuro quizá, como el espejo de Tezcatlipoca.

Hoy, más que nunca, cuando todas las puertas están abiertas al mundo, a modelos de vida diferentes y a otros valores, se renueva la idea por conservar y afianzar los elementos básicos que perfilan el concepto de identidad: la independencia, la autodeterminación, la soberanía, la integridad cultural.

México, desde siempre, ha significado un nuevo horizonte, donde se ofrecen con limpieza y claridad los destellos que enriquecen su carácter cósmico y su dimensión humana. Ese horizonte se ha visto empañado por años de congoja y de sufrimiento de la población, sufrimiento y congoja que devinieron del poco conocimiento que ha habido del oficio de la política durante los últimos 35 años, y que llevó al ancho río de la incredulidad en las instituciones del Estado. Jamás hubiera pensado, allá en mi época de estudiante universitario, que México estaría un día bañado en sangre, lamiendo sus heridas y derramando lágrimas bajo el humilde rebozo de su historia.

Creo que cada uno de nosotros trae a su México encima. Como uno de aquellos inverosímiles cargadores indios –tamemes- que llevaban sobre sus espaldas el inmenso hato de su mundo mestizo, con nativos, conquistadores, frailes, ensalmos, leyendas y climas. Quisiera decir que por todas las palabras y todos los gestos, nos sale a los mexicanos aquel inagotable cargamento.

Hoy, a 109 años de que tuviera principio en el mundo uno de los movimientos sociales más importantes de la humanidad -la Revolución Mexicana- renuevo el amor indeclinable por mi Patria, el ancho solar de mis mayores, y la herencia -noble y generosa- que deseo para las nuevas generaciones.

Premio Primera Plana

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx