/ domingo 10 de marzo de 2024

Entre piernas y telones / La gaviota

Parafraseando al gran Italo Calvino que escribió “Por qué leer los clásicos”, luego de disfrutar La gaviota puedo afirmar que el público encuentra ahí las razones de por qué ver los clásicos del teatro.

Y es que esta puesta en escena es el ejemplo perfecto de cómo traer a la actualidad un texto escrito hace casi 130 años y acercarlo a un público muy lejano del entorno original de la trama.

Para seguir con el parafraseo, ahora cito a don Jesús Reyes Heroles, quien a principios de los años 70 del siglo pasado, y en un ámbito totalmente distinto (la política), afirmó: “Hay que hacer todos los cambios necesarios, para que la esencia se mantenga idéntica”.

Eso es lo que han hecho Cristian Magaloni y Roberto Beck con el texto original de Anton Chéjov. Se han permitido, se han atrevido y han logrado una adaptación para la que el calificativo de magistral se queda corto.

Del original han mantenido la trama completa, los nombres de los personajes y el desarrollo de la anécdota, pero usando lenguaje, relaciones, situaciones de aquí y ahora, que el espectador entiende a la perfección y, por supuesto, agradece. Evidentemente la empatía se da al 100 por ciento.

Las poco más de tres horas que dura la función no se sienten pesadas, y buena parte del logro se debe a la adaptación, pues, como bien lo dice Calvino en su casi decálogo (porque son sólo nueve puntos): “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.

El texto que vemos sobre el foro Lucerna parece haber sido escrito ayer: vigente, impactante, conmovedor, coloquial, divertido, atrevido, cercano… con mucho, muchísimo, qué decir al espectador mexicano del 2024.

A esto hay que sumar la cuidada, detallada, exacta y muy propositiva dirección de escena del mismo Magaloni, quien si con “Indecente” subió decenas de escalones en la apreciación del espectador en su actividad como director, ahora se ha montado en un cohete que lo ha llevado a la mismísima estratosfera. Suena exagerado, lo sé, pero los boletos agotados en cada función, y el público que ovaciona de pie y sale gustoso del teatro a las 23:45 de un martes, son las mejores pruebas de ello.

Cristian es sin duda uno de los mejores directores de escena que existen hoy en nuestro país. ¡Bravo!

Y como buen director se rodea de un equipo de creativos que apuntalan perfectamente cada área del montaje: Jesús Hernández (escenografía e iluminación); Jrerlidy Bosch (vestuario); Antonia Suillerot (arreglo y composición musical), entre otros. ¡Más bravos y vivas para ellos!

Ahora bien, de poco o nada serviría todo esto si no hubiera un elenco de primerísima que se plante en el escenario y dé la cara. Aquí lo hay, ¡vaya que lo hay!

De pie me pongo para ovacionar el trabajo de Margarita Sanz, sin duda una de las más grandes actrices de nuestros escenarios, que aquí vuelve a las alturas que le vimos en, por ejemplo, en “Señora Klein”, “Pareja abierta”, o “Crímenes del corazón”. Amén de sus fabulosos trabajos en cine y televisión. ¡Qué fuerza, que detalle, que ironía en cada palabra, gesto, movimiento!, todo en superlativos.

Y lo mejor no es eso, sino que como en cascada, la perfección en las actuaciones se da en todas las actuaciones. No es novedad porque lo he podido comprobar en cada uno de sus trabajos; aquí nuevamente brillan el talento y profesionalismo de los jóvenes Assira Abbate y Roberto Beck. ¡Bravo, bravo, bravo, a ellos!

El aplauso se prolonga para los comprobadamente experimentados y más que solventes Boris Schoemman, Pablo Perroni, Ana Kupfer, José Ramón Berganza, Lourdes Gazza, Julio César Luna y Ditmara Náder.

Cuentan los historiadores del teatro que cuando se estrenó “La gaviota” en 1896, en el teatro Aleksandrinski de San Petersburgo el fracaso fue absoluto; tanto que Chéjov amenazó con retirarse de la dramaturgia. Por fortuna dos años después la obra llegó a manos de Stanislavski quien la montó para el hoy casi mítico Teatro de Arte de Moscú y la puesta en escena fue un enorme éxito, a grado tal que los estudiosos del arte consideran que con ese montaje prácticamente se fundó el teatro contemporáneo.

“La gaviota” fue la primera de las que son consideradas las cuatro obras maestras del dramaturgo y escritor ruso. Se centra en los conflictos románticos y artísticos entre cuatro personajes: La ingenua “Nina” (Assira), deseosa de triunfar en el teatro; la otrora gloriosa actriz “Irina Arkádina” (Margarita); el novel dramaturgo “Tréplev” (Roberto), hijo de “Arkádina” y el reconocido y exitoso escritor “Trigorin” (Pablo).

Si Chéjov leyera esta versión de su texto y Stanislavski la viera en escena, seguramente estarían muy orgullosos de lo logrado: se han hecho todos los cambios necesarios, para que la esencia siga igual.

A mis alumnos en la carrera de Comunicación les prohíbo usar calificativos en sus textos. A menos que estén perfectamente justificados. Espero que aquí lo estén.

Felicidades nuevamente a “La gaviota”, que realiza un vuelo realmente de altura, de enorme y brillante altura.


Parafraseando al gran Italo Calvino que escribió “Por qué leer los clásicos”, luego de disfrutar La gaviota puedo afirmar que el público encuentra ahí las razones de por qué ver los clásicos del teatro.

Y es que esta puesta en escena es el ejemplo perfecto de cómo traer a la actualidad un texto escrito hace casi 130 años y acercarlo a un público muy lejano del entorno original de la trama.

Para seguir con el parafraseo, ahora cito a don Jesús Reyes Heroles, quien a principios de los años 70 del siglo pasado, y en un ámbito totalmente distinto (la política), afirmó: “Hay que hacer todos los cambios necesarios, para que la esencia se mantenga idéntica”.

Eso es lo que han hecho Cristian Magaloni y Roberto Beck con el texto original de Anton Chéjov. Se han permitido, se han atrevido y han logrado una adaptación para la que el calificativo de magistral se queda corto.

Del original han mantenido la trama completa, los nombres de los personajes y el desarrollo de la anécdota, pero usando lenguaje, relaciones, situaciones de aquí y ahora, que el espectador entiende a la perfección y, por supuesto, agradece. Evidentemente la empatía se da al 100 por ciento.

Las poco más de tres horas que dura la función no se sienten pesadas, y buena parte del logro se debe a la adaptación, pues, como bien lo dice Calvino en su casi decálogo (porque son sólo nueve puntos): “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.

El texto que vemos sobre el foro Lucerna parece haber sido escrito ayer: vigente, impactante, conmovedor, coloquial, divertido, atrevido, cercano… con mucho, muchísimo, qué decir al espectador mexicano del 2024.

A esto hay que sumar la cuidada, detallada, exacta y muy propositiva dirección de escena del mismo Magaloni, quien si con “Indecente” subió decenas de escalones en la apreciación del espectador en su actividad como director, ahora se ha montado en un cohete que lo ha llevado a la mismísima estratosfera. Suena exagerado, lo sé, pero los boletos agotados en cada función, y el público que ovaciona de pie y sale gustoso del teatro a las 23:45 de un martes, son las mejores pruebas de ello.

Cristian es sin duda uno de los mejores directores de escena que existen hoy en nuestro país. ¡Bravo!

Y como buen director se rodea de un equipo de creativos que apuntalan perfectamente cada área del montaje: Jesús Hernández (escenografía e iluminación); Jrerlidy Bosch (vestuario); Antonia Suillerot (arreglo y composición musical), entre otros. ¡Más bravos y vivas para ellos!

Ahora bien, de poco o nada serviría todo esto si no hubiera un elenco de primerísima que se plante en el escenario y dé la cara. Aquí lo hay, ¡vaya que lo hay!

De pie me pongo para ovacionar el trabajo de Margarita Sanz, sin duda una de las más grandes actrices de nuestros escenarios, que aquí vuelve a las alturas que le vimos en, por ejemplo, en “Señora Klein”, “Pareja abierta”, o “Crímenes del corazón”. Amén de sus fabulosos trabajos en cine y televisión. ¡Qué fuerza, que detalle, que ironía en cada palabra, gesto, movimiento!, todo en superlativos.

Y lo mejor no es eso, sino que como en cascada, la perfección en las actuaciones se da en todas las actuaciones. No es novedad porque lo he podido comprobar en cada uno de sus trabajos; aquí nuevamente brillan el talento y profesionalismo de los jóvenes Assira Abbate y Roberto Beck. ¡Bravo, bravo, bravo, a ellos!

El aplauso se prolonga para los comprobadamente experimentados y más que solventes Boris Schoemman, Pablo Perroni, Ana Kupfer, José Ramón Berganza, Lourdes Gazza, Julio César Luna y Ditmara Náder.

Cuentan los historiadores del teatro que cuando se estrenó “La gaviota” en 1896, en el teatro Aleksandrinski de San Petersburgo el fracaso fue absoluto; tanto que Chéjov amenazó con retirarse de la dramaturgia. Por fortuna dos años después la obra llegó a manos de Stanislavski quien la montó para el hoy casi mítico Teatro de Arte de Moscú y la puesta en escena fue un enorme éxito, a grado tal que los estudiosos del arte consideran que con ese montaje prácticamente se fundó el teatro contemporáneo.

“La gaviota” fue la primera de las que son consideradas las cuatro obras maestras del dramaturgo y escritor ruso. Se centra en los conflictos románticos y artísticos entre cuatro personajes: La ingenua “Nina” (Assira), deseosa de triunfar en el teatro; la otrora gloriosa actriz “Irina Arkádina” (Margarita); el novel dramaturgo “Tréplev” (Roberto), hijo de “Arkádina” y el reconocido y exitoso escritor “Trigorin” (Pablo).

Si Chéjov leyera esta versión de su texto y Stanislavski la viera en escena, seguramente estarían muy orgullosos de lo logrado: se han hecho todos los cambios necesarios, para que la esencia siga igual.

A mis alumnos en la carrera de Comunicación les prohíbo usar calificativos en sus textos. A menos que estén perfectamente justificados. Espero que aquí lo estén.

Felicidades nuevamente a “La gaviota”, que realiza un vuelo realmente de altura, de enorme y brillante altura.