/ viernes 5 de marzo de 2021

Escuchar

¿Cuándo fue la última vez que tuvo una plática sin ser interrumpido? O sin que usted o su interlocutor salte a dar su opinión, antes de que el otro concluya una idea. Nos hemos convertido en una sociedad de 280 caracteres y 60 segundos, que se comunica a cada momento, en un bombardeo permanente de información, pero no estamos escuchándonos. No es sobre el proceso auditivo, es sobre intercambiar pensamientos, sentimientos de manera coherente, empática y ordenada, ya sea a través de la voz, de lenguaje de señas o cualquier forma de comunicación.

El inmediatismo, las redes sociales, la frivolidad y el egoísmo han hecho que se pierda un pilar fundamental de la humanidad que es la escucha. El tema viene al caso en un momento delicado de la nación. Cuando más necesitamos la tolerancia y armonía, ya que pareciera que nuestra vida pública se aleja cada vez más de la capacidad de generar diálogos significantes. La política solo es posible con el diálogo, éste solo se da si podemos recibir con la mente y el corazón abierto las ideas de los otros. Pero pareciera que nadie escucha más que a sí mismo.

El fenómeno se acentúa en la educación, en la que nuestras maestras y maestros se enfrentan al reto cotidiano de mantener la atención de sus estudiantes, de hacerse escuchar, transmitir conocimientos, conceptos complejos, desarrollar un pensamiento profundo y crítico en un contexto de abundancia de micro información y adicción a las distracciones; ya era difícil, pero con la pandemia se potenció. Nuestras niñas y niños han dejado de convivir, pasan más tiempo solos frente a una pantalla. Los estudios nos señalan que en alumnos de segundo de secundaria a mayor tiempo en pantallas, menor es su capacidad de escuchar. Los estudiantes con actividad intensa en redes sociales tienen un 27% de mayor riesgo de depresión clínica y el 56% mostró una felicidad menor que sus compañeros que pasaban menos tiempo en plataformas. En el caso de hábitos extremos de videojuegos también se ha constatado una mayor tendencia a la ansiedad y depresión. Lo que nos lleva a una reflexión de fondo: ¿debemos enseñar a escuchar?

Una sociedad que no escucha no tiene diálogos verdaderos, es incapaz de generar empatía y encontrar terrenos comunes; el no escuchar nos deshumaniza, es el desprecio de la idea del otro, es la mezquindad de suponer que solo lo que pasa en nuestras mentes tiene valor. No se trata de buscar cómo obtener la información, sino cómo nos relacionamos con los demás y cómo encontramos la verdad en conjunto. Es el pacto fundamental escuchar para ser escuchados.XXXTwitter: @LuisH_Fernandez

¿Cuándo fue la última vez que tuvo una plática sin ser interrumpido? O sin que usted o su interlocutor salte a dar su opinión, antes de que el otro concluya una idea. Nos hemos convertido en una sociedad de 280 caracteres y 60 segundos, que se comunica a cada momento, en un bombardeo permanente de información, pero no estamos escuchándonos. No es sobre el proceso auditivo, es sobre intercambiar pensamientos, sentimientos de manera coherente, empática y ordenada, ya sea a través de la voz, de lenguaje de señas o cualquier forma de comunicación.

El inmediatismo, las redes sociales, la frivolidad y el egoísmo han hecho que se pierda un pilar fundamental de la humanidad que es la escucha. El tema viene al caso en un momento delicado de la nación. Cuando más necesitamos la tolerancia y armonía, ya que pareciera que nuestra vida pública se aleja cada vez más de la capacidad de generar diálogos significantes. La política solo es posible con el diálogo, éste solo se da si podemos recibir con la mente y el corazón abierto las ideas de los otros. Pero pareciera que nadie escucha más que a sí mismo.

El fenómeno se acentúa en la educación, en la que nuestras maestras y maestros se enfrentan al reto cotidiano de mantener la atención de sus estudiantes, de hacerse escuchar, transmitir conocimientos, conceptos complejos, desarrollar un pensamiento profundo y crítico en un contexto de abundancia de micro información y adicción a las distracciones; ya era difícil, pero con la pandemia se potenció. Nuestras niñas y niños han dejado de convivir, pasan más tiempo solos frente a una pantalla. Los estudios nos señalan que en alumnos de segundo de secundaria a mayor tiempo en pantallas, menor es su capacidad de escuchar. Los estudiantes con actividad intensa en redes sociales tienen un 27% de mayor riesgo de depresión clínica y el 56% mostró una felicidad menor que sus compañeros que pasaban menos tiempo en plataformas. En el caso de hábitos extremos de videojuegos también se ha constatado una mayor tendencia a la ansiedad y depresión. Lo que nos lleva a una reflexión de fondo: ¿debemos enseñar a escuchar?

Una sociedad que no escucha no tiene diálogos verdaderos, es incapaz de generar empatía y encontrar terrenos comunes; el no escuchar nos deshumaniza, es el desprecio de la idea del otro, es la mezquindad de suponer que solo lo que pasa en nuestras mentes tiene valor. No se trata de buscar cómo obtener la información, sino cómo nos relacionamos con los demás y cómo encontramos la verdad en conjunto. Es el pacto fundamental escuchar para ser escuchados.XXXTwitter: @LuisH_Fernandez