/ viernes 16 de febrero de 2024

Hojas de Papel | Bandera: “…la patria en flor soberana…”

‘Cómo fue, no se decirles cómo fue... no se explicar lo que pasó…’, pero la verdad es que ocurrió de pronto; como un viento suave y fresco en el rostro en día caluroso; como un poco de sol sobre un lago de agua helada…

… Como el tronido de los dientes al morder una alegría de amaranto llena de miel; como el sabor de las quesadillas de flor de calabaza; como cantar una ranchera en “noche de luna plateada” …; como un vaso de agua de horchata con tuna y nuez, según los cánones de mi tierra oaxaqueña… Eso es… Como cuando uno brinca de gusto al ver ahí lo más querido en el corazón y en las entendederas.

El primer contacto que tuve con mi sentirme mexicano hasta las cachas fue la noche del 15 de septiembre de algún año ya perdido en el infinito de los recuerdos. De hecho me lo inoculó madre. Fue una tarde feliz, como ya no las hay.

Primero una tarde de cine --con “la Jefa de la casa” y los hermanos--, la que comenzó a las 4 de la tarde con películas rancheras, de hombres de a caballo con sombrero texano y pistola al cinto, los que pelean para hacer justicia campirana y por el amor de una muchacha guapa que al caminar lo hace como si estuviera sentadita…: “El Látigo Negro”, “Vuelve el Látigo Negro” … “El Zorro Escarlata” … “Juan sin miedo” …

Luego camino a los taquitos, me compraban un sombrero que era de cartón y con una leyenda al frente “Adiós cuñado”, o algo así. Un antifaz a lo Zorro Escarlata y ya luego mi caminar tipo vaquero. De pronto madre proponía que fuéramos al Zócalo para ver “la quema de castillos”. ¿Qué era eso? ¿Quemar castillos? -preguntaba a mí mismo, en silencio--… Y me imaginaba castillos de reyes y reinas sometidos al fuego…

Pero no, no y no. Eran aquellos fuegos artificiales inolvidables luego del Grito presidencial en el que se exalta a la patria, se sacude la campana y se enaltece ese símbolo que “en sus colores aloja la patria en flor soberana”.

Para entonces mis hermanos y yo ya teníamos en las manos una pequeña bandera tricolor hecha de papel y con una asta que era más delgada que un lápiz sin goma. El escudo nacional ahí, en medio del fondo blanco. Un águila bravía que devora una serpiente sobre un nopal que nace en alguna parte del lago en el que habría de fundarse la gran Tenochtitlan, según reza la leyenda…

Amar a la patria era parte de la formación escolar. Era parte de la clase de “civismo”. Pero también, y en este amor patrio, era amar a sus símbolos, al Himno Nacional y por supuesto al “Lábaro Patrio” que es decir, a nuestra bandera mexicana: “Verde, blanca y roja”.

Era un altísimo honor ser parte de la escolta escolar que llevaba, cada lunes, a la bandera que habría de colocarse en la asta del patio de la escuela. Se hacía de forma archi-solemne y escogían a niños de distintos grupos que hubieran obtenido las más altas calificaciones recientes. Ser parte de la escolta era al mismo tiempo un orgullo, una responsabilidad, un sentimiento amoroso por formar parte de una patria (que viene de “padre”) a la que hay que querer y defender.

Luego, con toda solemnidad la directora de la escuela ataba a la bandera a cordones y la elevaba por la asta, hasta que estuviera en la cúspide, flotando gustosa, jugando con el viento y mirándonos a todos, niños ahí, quietos, respetuosos, amorosos… ¡Era nuestra bandera! Decíamos con orgullo.

Pero sobre todo estaba puesta ahí la semilla del amor al país, a nuestro México que era ejemplo de felicidad, de prosperidad, de alegría, de trabajo, de lucha, de historia, de cultura, de futuro… Todo ahí en ese lábaro.

Todos los países tienen una bandera. Todas las más hermosas para cada uno. No sólo por su diseño que va a tono con las aspiraciones de cada nación y sus etapas históricas. Todas representan el ideal de patria, el pasado y el presente, como también el futuro y su defensa para preservar al lugar de origen, el lugar propio y único en el que conviven los nacidos ahí y muertos ahí.

Pero la nuestra, nuestra bandera mexicana, es la mejor. Si. ¡Claro que sí! Es la mejor porque es la nuestra y la más querida por nosotros los mexicanos al grito de guerra; la más venerada; la más exaltada; la más preciosísima porque nos representa…

… Porque representa nuestro espíritu y porque es ella la que nos resume; la que guarda nuestra vida, nuestros secretos más profundos como sociedad, la que se agita contenta cuando el país está sano y salvo… Y todo ese sentimiento patriótico que parece oculto hoy día, pero que subsiste ahí, en el fondo del ser de cada uno de los nacidos de Mérida hasta Ensenada…

El primer estandarte mexicano, aun sin haber conseguido la Independencia, pero ya con la intención de ser México, fue el que portó Miguel Hidalgo y Costilla en septiembre de 1810, apenas al salir a pelear contra los soldados virreinales para conseguir la emancipación, toda vez que en España no había monarca por entonces y el virreinato estaba a la deriva… Fue el lienzo de Atotonilco en el que estaba la Virgen de Guadalupe como símbolo patrio.

Luego de otros intentos menores, se llegó a la bandera de 1821, que es la del Ejército Trigarante.

Diseñada a petición de Iturbide por un sastre llamado José Magdaleno Ocampo, también conocido como José Cecilio Ocampo, nacido en Taxco, Guerrero. Es la que se considera la primera bandera de México independiente el 24 de febrero de 1821 para simbolizar el pacto entre realistas e insurgentes y que culminó con la Independencia de México. Sus colores, verde, blanco y rojo en forma diagonal representaban “Religión, Independencia, Unión”, se dijo entonces.

De ahí a la bandera del Imperio de Agustín de Iturbide: 1821-1822. Mantenía el tricolor de la Independencia pero en forma vertical y ya mostraba como escudo a un águila coronada, aunque no devoraba a la serpiente.

En adelante hubo otros intentos por definir lo que habría de ser la bandera mexicana. Dependía de la circunstancia, lugar, grupo político o militar…

Entre 1863-1867 apareció la “Bandera del Segundo Imperio de Maximiliano”. Con el escudo de Armas del Imperio de Maximiliano. Se mantenían los colores verde, blanco y rojo y el escudo con el águila coronada. Durante el gobierno de Porfirio Díaz se le quitó la coronita al águila y se limpio de símbolos monárquicos para hacerla republicana.

Durante la Revolución Mexicana hubo varios lábaros pero todos ellos mantenían los colores esenciales que ya simbolizaban a México, aunque nombradas en base a la circunstancia histórica y el personaje que la exaltaba, como fue la bandera de Francisco I. Madero al llegar a la capital del país… O la que se portó durante “La marcha de la lealtad” realizada por los cadetes del H. Colegio Militar para la defensa del gobierno Constitucional del presidente Madero.

En 1916 don Venus decretó que la bandera portara el águila de perfil, ‘lo que simbolizaba a la República.’ Y así en adelante de tal forma que la primera Ley sobre las características y el uso del escudo, la bandera y el himno Nacionales fue publicada en el Diario Oficial de la Federación el 17 de agosto de 1968 y confirmada por la ley el 24 de febrero de 1984.

Actualmente, la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales rige el uso de los símbolos patrios y sigue el canon de los colores patrios: “El verde simboliza la esperanza del pueblo en el destino de su raza; el blanco la unidad y el rojo la sangre que derramaron los héroes por la Patria”.

A lo largo de la historia, oficialmente se reconocen 18 distintas banderas mexicanas; el águila ha sido modificada siete veces hasta consolidarse como es ahora: un águila real posada en un nopal mientras devora a una serpiente.

El Día de la Bandera Mexicana se estableció el 24 de febrero de 1934 en recuerdo de que en esa fecha, pero en 1821, Iturbide presentó el estandarte del México ya independiente.

¿Se ama a la patria a través de su estandarte? Si. A pesar de todo. Y por todo. Es nuestro símbolo de identidad, de pertenencia, de unidad, de sociedad, de comunión, de amor a ese territorio y a su espíritu que hace de nosotros la permanente Grandeza Mexicana … ¡Sí señor!

Y… eso que dice Pellicer: “La bandera mexicana – verde, blanca y roja –, en sus colores aloja la Patria en flor soberana. Cuando en las manos tenemos nuestra bandera, es como tener entera agua, naves, luz y remos...”

¡Niños, ya pueden irse a su casa. La clase ha terminado!

‘Cómo fue, no se decirles cómo fue... no se explicar lo que pasó…’, pero la verdad es que ocurrió de pronto; como un viento suave y fresco en el rostro en día caluroso; como un poco de sol sobre un lago de agua helada…

… Como el tronido de los dientes al morder una alegría de amaranto llena de miel; como el sabor de las quesadillas de flor de calabaza; como cantar una ranchera en “noche de luna plateada” …; como un vaso de agua de horchata con tuna y nuez, según los cánones de mi tierra oaxaqueña… Eso es… Como cuando uno brinca de gusto al ver ahí lo más querido en el corazón y en las entendederas.

El primer contacto que tuve con mi sentirme mexicano hasta las cachas fue la noche del 15 de septiembre de algún año ya perdido en el infinito de los recuerdos. De hecho me lo inoculó madre. Fue una tarde feliz, como ya no las hay.

Primero una tarde de cine --con “la Jefa de la casa” y los hermanos--, la que comenzó a las 4 de la tarde con películas rancheras, de hombres de a caballo con sombrero texano y pistola al cinto, los que pelean para hacer justicia campirana y por el amor de una muchacha guapa que al caminar lo hace como si estuviera sentadita…: “El Látigo Negro”, “Vuelve el Látigo Negro” … “El Zorro Escarlata” … “Juan sin miedo” …

Luego camino a los taquitos, me compraban un sombrero que era de cartón y con una leyenda al frente “Adiós cuñado”, o algo así. Un antifaz a lo Zorro Escarlata y ya luego mi caminar tipo vaquero. De pronto madre proponía que fuéramos al Zócalo para ver “la quema de castillos”. ¿Qué era eso? ¿Quemar castillos? -preguntaba a mí mismo, en silencio--… Y me imaginaba castillos de reyes y reinas sometidos al fuego…

Pero no, no y no. Eran aquellos fuegos artificiales inolvidables luego del Grito presidencial en el que se exalta a la patria, se sacude la campana y se enaltece ese símbolo que “en sus colores aloja la patria en flor soberana”.

Para entonces mis hermanos y yo ya teníamos en las manos una pequeña bandera tricolor hecha de papel y con una asta que era más delgada que un lápiz sin goma. El escudo nacional ahí, en medio del fondo blanco. Un águila bravía que devora una serpiente sobre un nopal que nace en alguna parte del lago en el que habría de fundarse la gran Tenochtitlan, según reza la leyenda…

Amar a la patria era parte de la formación escolar. Era parte de la clase de “civismo”. Pero también, y en este amor patrio, era amar a sus símbolos, al Himno Nacional y por supuesto al “Lábaro Patrio” que es decir, a nuestra bandera mexicana: “Verde, blanca y roja”.

Era un altísimo honor ser parte de la escolta escolar que llevaba, cada lunes, a la bandera que habría de colocarse en la asta del patio de la escuela. Se hacía de forma archi-solemne y escogían a niños de distintos grupos que hubieran obtenido las más altas calificaciones recientes. Ser parte de la escolta era al mismo tiempo un orgullo, una responsabilidad, un sentimiento amoroso por formar parte de una patria (que viene de “padre”) a la que hay que querer y defender.

Luego, con toda solemnidad la directora de la escuela ataba a la bandera a cordones y la elevaba por la asta, hasta que estuviera en la cúspide, flotando gustosa, jugando con el viento y mirándonos a todos, niños ahí, quietos, respetuosos, amorosos… ¡Era nuestra bandera! Decíamos con orgullo.

Pero sobre todo estaba puesta ahí la semilla del amor al país, a nuestro México que era ejemplo de felicidad, de prosperidad, de alegría, de trabajo, de lucha, de historia, de cultura, de futuro… Todo ahí en ese lábaro.

Todos los países tienen una bandera. Todas las más hermosas para cada uno. No sólo por su diseño que va a tono con las aspiraciones de cada nación y sus etapas históricas. Todas representan el ideal de patria, el pasado y el presente, como también el futuro y su defensa para preservar al lugar de origen, el lugar propio y único en el que conviven los nacidos ahí y muertos ahí.

Pero la nuestra, nuestra bandera mexicana, es la mejor. Si. ¡Claro que sí! Es la mejor porque es la nuestra y la más querida por nosotros los mexicanos al grito de guerra; la más venerada; la más exaltada; la más preciosísima porque nos representa…

… Porque representa nuestro espíritu y porque es ella la que nos resume; la que guarda nuestra vida, nuestros secretos más profundos como sociedad, la que se agita contenta cuando el país está sano y salvo… Y todo ese sentimiento patriótico que parece oculto hoy día, pero que subsiste ahí, en el fondo del ser de cada uno de los nacidos de Mérida hasta Ensenada…

El primer estandarte mexicano, aun sin haber conseguido la Independencia, pero ya con la intención de ser México, fue el que portó Miguel Hidalgo y Costilla en septiembre de 1810, apenas al salir a pelear contra los soldados virreinales para conseguir la emancipación, toda vez que en España no había monarca por entonces y el virreinato estaba a la deriva… Fue el lienzo de Atotonilco en el que estaba la Virgen de Guadalupe como símbolo patrio.

Luego de otros intentos menores, se llegó a la bandera de 1821, que es la del Ejército Trigarante.

Diseñada a petición de Iturbide por un sastre llamado José Magdaleno Ocampo, también conocido como José Cecilio Ocampo, nacido en Taxco, Guerrero. Es la que se considera la primera bandera de México independiente el 24 de febrero de 1821 para simbolizar el pacto entre realistas e insurgentes y que culminó con la Independencia de México. Sus colores, verde, blanco y rojo en forma diagonal representaban “Religión, Independencia, Unión”, se dijo entonces.

De ahí a la bandera del Imperio de Agustín de Iturbide: 1821-1822. Mantenía el tricolor de la Independencia pero en forma vertical y ya mostraba como escudo a un águila coronada, aunque no devoraba a la serpiente.

En adelante hubo otros intentos por definir lo que habría de ser la bandera mexicana. Dependía de la circunstancia, lugar, grupo político o militar…

Entre 1863-1867 apareció la “Bandera del Segundo Imperio de Maximiliano”. Con el escudo de Armas del Imperio de Maximiliano. Se mantenían los colores verde, blanco y rojo y el escudo con el águila coronada. Durante el gobierno de Porfirio Díaz se le quitó la coronita al águila y se limpio de símbolos monárquicos para hacerla republicana.

Durante la Revolución Mexicana hubo varios lábaros pero todos ellos mantenían los colores esenciales que ya simbolizaban a México, aunque nombradas en base a la circunstancia histórica y el personaje que la exaltaba, como fue la bandera de Francisco I. Madero al llegar a la capital del país… O la que se portó durante “La marcha de la lealtad” realizada por los cadetes del H. Colegio Militar para la defensa del gobierno Constitucional del presidente Madero.

En 1916 don Venus decretó que la bandera portara el águila de perfil, ‘lo que simbolizaba a la República.’ Y así en adelante de tal forma que la primera Ley sobre las características y el uso del escudo, la bandera y el himno Nacionales fue publicada en el Diario Oficial de la Federación el 17 de agosto de 1968 y confirmada por la ley el 24 de febrero de 1984.

Actualmente, la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales rige el uso de los símbolos patrios y sigue el canon de los colores patrios: “El verde simboliza la esperanza del pueblo en el destino de su raza; el blanco la unidad y el rojo la sangre que derramaron los héroes por la Patria”.

A lo largo de la historia, oficialmente se reconocen 18 distintas banderas mexicanas; el águila ha sido modificada siete veces hasta consolidarse como es ahora: un águila real posada en un nopal mientras devora a una serpiente.

El Día de la Bandera Mexicana se estableció el 24 de febrero de 1934 en recuerdo de que en esa fecha, pero en 1821, Iturbide presentó el estandarte del México ya independiente.

¿Se ama a la patria a través de su estandarte? Si. A pesar de todo. Y por todo. Es nuestro símbolo de identidad, de pertenencia, de unidad, de sociedad, de comunión, de amor a ese territorio y a su espíritu que hace de nosotros la permanente Grandeza Mexicana … ¡Sí señor!

Y… eso que dice Pellicer: “La bandera mexicana – verde, blanca y roja –, en sus colores aloja la Patria en flor soberana. Cuando en las manos tenemos nuestra bandera, es como tener entera agua, naves, luz y remos...”

¡Niños, ya pueden irse a su casa. La clase ha terminado!

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