/ martes 13 de febrero de 2024

Javier Milei: la libertad no avanza

Juan San Cristóbal Lizama / Periodista. Maestro en Comunicación UNAM

El inicio del gobierno de Javier Milei en Argentina atrajo una expectación particular desde la región y el mundo entero. Luego de una campaña excéntrica y un balotaje explosivo, la atención estaba en cómo el candidato se convierte en gobernante y otra cosa es con guitarra. En sus primeros dos meses, ya se construye una imagen del ahora Presidente.

Una de las primeras conclusiones es separar la alta votación que lo eligió por sobre Sergio Massa (55,6%, con casi 15 millones de votos), de la posición política de su propio sector. No son todos esos votos del sector libertario y de ultraderecha que pregona el candidato, por lo que su mandato deberá abrirse hacia quienes lo eligieron. Esta idea corre tanto para su discurso personal de liderazgo como para el despliegue de su coalición parlamentaria.

Esto no se ha visto en ninguno de los dos casos, primero por el despliegue de Milei a través de sus redes digitales, donde se ha dedicado a responder ataques con un modo quizá infantil o impulsivo para su actual cargo político, aunque muy en la línea del estilo de Donald Trump para expresarse fuera de la investidura. En paralelo, el oficialismo no ha sido hábil a la hora de llevar su programa a la agenda del poder legislativo.

Detener la inflación es otro problema de arranque, una promesa de campaña que se rompió en el primer día. El costo de vida sigue subiendo, (el alza del transporte lo recuerda todos los días) y el discurso donde advertía que “se vienen días difíciles” no suavizó el impacto, se convirtió en una muletilla, un lugar común. El recorte en los programas sociales sacó a la gente a las calles, un movimiento reprimido por Patricia Bullrich, candidata del macrismo y ahora Ministra de Seguridad, una presencia que también resta popularidad al mandatario.

La semana pasada, el congreso rechazó la Ley Ómnibus, un fracaso para la reforma que pretendía concretar la promesa de “dinamitar el Estado”, peleado con su propia coalición, de los sectores de alianza, los diputados y también los gobernadores, quienes por separado fueron desmarcándose de una imposición económica que carecía de sustentos políticos en la Cámara. El propio presidente ordenó retirar el proyecto, en un retroceso inédito para las relaciones entre el ejecutivo y los congresistas. Aquí se ve la escasa influencia para alinear al oficialismo, desde el inicio nunca pudo conectar con el parlamento e imponer su agenda.

A propósito de agenda, en estos días el presidente argentino realiza una simbólica gira internacional, con una visita oficial a Israel, país en el ojo del huracán por su guerra contra Palestina, en medio del conflicto bélico más violento entre ambos países en el siglo XXI. En su primera reunión bilateral, Milei anunció el traslado de la embajada desde Tel Aviv hacia Jerusalén, una polémica decisión internacional, iniciada por Trump el 2018 y replicada por apenas un puñado de naciones (Guatemala, Honduras, Paraguay o Kosovo).

El vuelo de regreso tiene una estratégica pasada por el Vaticano, un cara a cara con el Papa Francisco, con quien el candidato fue muy agresivo durante su campaña. Sin saber el resultado de esta reunión, lo cierto es que el Pontífice hará ver al mundo la situación social de los pobres en Argentina, lo cual impondrá una tarea social a la gestión del economista.

En el escenario global, Milei comienza a moverse a pasos resbaladizos, con actuaciones dispares hacia los referentes mundiales. En Rusia, Vladimir Putin advirtió los riesgos de una dolarización, anticipando que esto “afectará su soberanía”, mientras que China se dedica a observar los primeros lazos del argentino, quien en campaña fue amenazante hacia el gigante asiático, pero luego tuvo que moderarse ante Xi Jinping. Para ambas potencias, que Milei haya rechazado la invitación a que Argentina sea parte del grupo BRICS es un gesto que no pasará inadvertido, condicionado a la relación que éste tenga con el próximo presidente de Estados Unidos y un eventual vínculo entre Milei y Trump.

El rechazo a crear alianzas también le pesa a nivel interno, con la sombra de Mauricio Macri que crece sobre su gobierno. La conclusión transversal es que “la casta no se tocó”, pese a las amenazas del político liberal hacia la élite económica. Se ha convertido aquella casta no en un grupo de empresarios, sino en un enemigo fantasmal, que sólo crece en la cabeza de Milei, quien va quemando las naves con una velocidad que lo puede naufragar.

Hace calor en Buenos Aires, el termómetro casi toca los 40º en verano y en provincia el escenario no es mejor (Rosario, Córdoba, Jujuy). Esta semana, Milei vuelve a su país y le espera un momento delicado del partido, con el riesgo de meterse un autogol o recibir una rápida goleada. Desde la banca, Macri espera atento si la hinchada pide “cambios”. La motosierra, símbolo de su retórica, se vuelve peligrosamente incierta, se ciñe sobre su propio camino, un camino donde -parafraseando a su coalición- la libertad no avanza.

Juan San Cristóbal Lizama / Periodista. Maestro en Comunicación UNAM

El inicio del gobierno de Javier Milei en Argentina atrajo una expectación particular desde la región y el mundo entero. Luego de una campaña excéntrica y un balotaje explosivo, la atención estaba en cómo el candidato se convierte en gobernante y otra cosa es con guitarra. En sus primeros dos meses, ya se construye una imagen del ahora Presidente.

Una de las primeras conclusiones es separar la alta votación que lo eligió por sobre Sergio Massa (55,6%, con casi 15 millones de votos), de la posición política de su propio sector. No son todos esos votos del sector libertario y de ultraderecha que pregona el candidato, por lo que su mandato deberá abrirse hacia quienes lo eligieron. Esta idea corre tanto para su discurso personal de liderazgo como para el despliegue de su coalición parlamentaria.

Esto no se ha visto en ninguno de los dos casos, primero por el despliegue de Milei a través de sus redes digitales, donde se ha dedicado a responder ataques con un modo quizá infantil o impulsivo para su actual cargo político, aunque muy en la línea del estilo de Donald Trump para expresarse fuera de la investidura. En paralelo, el oficialismo no ha sido hábil a la hora de llevar su programa a la agenda del poder legislativo.

Detener la inflación es otro problema de arranque, una promesa de campaña que se rompió en el primer día. El costo de vida sigue subiendo, (el alza del transporte lo recuerda todos los días) y el discurso donde advertía que “se vienen días difíciles” no suavizó el impacto, se convirtió en una muletilla, un lugar común. El recorte en los programas sociales sacó a la gente a las calles, un movimiento reprimido por Patricia Bullrich, candidata del macrismo y ahora Ministra de Seguridad, una presencia que también resta popularidad al mandatario.

La semana pasada, el congreso rechazó la Ley Ómnibus, un fracaso para la reforma que pretendía concretar la promesa de “dinamitar el Estado”, peleado con su propia coalición, de los sectores de alianza, los diputados y también los gobernadores, quienes por separado fueron desmarcándose de una imposición económica que carecía de sustentos políticos en la Cámara. El propio presidente ordenó retirar el proyecto, en un retroceso inédito para las relaciones entre el ejecutivo y los congresistas. Aquí se ve la escasa influencia para alinear al oficialismo, desde el inicio nunca pudo conectar con el parlamento e imponer su agenda.

A propósito de agenda, en estos días el presidente argentino realiza una simbólica gira internacional, con una visita oficial a Israel, país en el ojo del huracán por su guerra contra Palestina, en medio del conflicto bélico más violento entre ambos países en el siglo XXI. En su primera reunión bilateral, Milei anunció el traslado de la embajada desde Tel Aviv hacia Jerusalén, una polémica decisión internacional, iniciada por Trump el 2018 y replicada por apenas un puñado de naciones (Guatemala, Honduras, Paraguay o Kosovo).

El vuelo de regreso tiene una estratégica pasada por el Vaticano, un cara a cara con el Papa Francisco, con quien el candidato fue muy agresivo durante su campaña. Sin saber el resultado de esta reunión, lo cierto es que el Pontífice hará ver al mundo la situación social de los pobres en Argentina, lo cual impondrá una tarea social a la gestión del economista.

En el escenario global, Milei comienza a moverse a pasos resbaladizos, con actuaciones dispares hacia los referentes mundiales. En Rusia, Vladimir Putin advirtió los riesgos de una dolarización, anticipando que esto “afectará su soberanía”, mientras que China se dedica a observar los primeros lazos del argentino, quien en campaña fue amenazante hacia el gigante asiático, pero luego tuvo que moderarse ante Xi Jinping. Para ambas potencias, que Milei haya rechazado la invitación a que Argentina sea parte del grupo BRICS es un gesto que no pasará inadvertido, condicionado a la relación que éste tenga con el próximo presidente de Estados Unidos y un eventual vínculo entre Milei y Trump.

El rechazo a crear alianzas también le pesa a nivel interno, con la sombra de Mauricio Macri que crece sobre su gobierno. La conclusión transversal es que “la casta no se tocó”, pese a las amenazas del político liberal hacia la élite económica. Se ha convertido aquella casta no en un grupo de empresarios, sino en un enemigo fantasmal, que sólo crece en la cabeza de Milei, quien va quemando las naves con una velocidad que lo puede naufragar.

Hace calor en Buenos Aires, el termómetro casi toca los 40º en verano y en provincia el escenario no es mejor (Rosario, Córdoba, Jujuy). Esta semana, Milei vuelve a su país y le espera un momento delicado del partido, con el riesgo de meterse un autogol o recibir una rápida goleada. Desde la banca, Macri espera atento si la hinchada pide “cambios”. La motosierra, símbolo de su retórica, se vuelve peligrosamente incierta, se ciñe sobre su propio camino, un camino donde -parafraseando a su coalición- la libertad no avanza.