/ sábado 18 de agosto de 2018

La moviola

Filmar o predicar.

Con Amar o Predicar (The Good catholic, Paul Shoulberg, 2017) no hay doble juego o intenciones ocultas: cumple lo que promete ser y lo hace con serenidad y sin arrojo. La sobriedad es su mayor bendición y su peor maldición. Película de cuatro personajes y de tonillo teatral, las intenciones ocultas o subtextos quedan guardados para otra ocasión.

El filme es la otra cara del cuestionamiento moral, religioso, teológico, que de cuando en cuando nos presenta el cine y en el que sacerdotes son los protagonistas. No decanta por lugares polémicos o transgresores. Su símil dista mucho de ser trabajos como Camino (Javier Fesser,2008) sobre una jovencita enferma de cáncer que debe soportar imposiciones religiosas de su madre y una muy poderosa congregación.

Tampoco se ubica en lo espinoso como en La duda (John Patrick Shanley, 2008) que toca el asunto de las acusaciones sobre abuso infantil por parte de religiosos. El público de Amar o predicar le apuesta a lo comodino y facilón. La película les da gusto. Letters to God (David Nixon, Patrick Doughtie, 2010) o incluso la muy ochentera serie Camino al cielo (NBC,1984-1989), son más el estilo por el que apuesta Shoulberg. Con todo y que el tema que aborda puede ser polémico.

El joven sacerdote Daniel (Zachary Spicer) reza con hastío mientras cumple sus labores de confesor hasta que llega una muchacha desparpajada Jane (Wrenn Schmidt), que por supuesto toca la guitarra y es un poco bohemia, y le cuenta que se va a morir. A partir de ese momento los dos personajes entablarán una amistad que pondrá en duda la vocación de nuestro aturdido protagonista.

Daniel, vive con el padre Víctor (Danny Glover), quien es celoso guardián de las causas más conservadoras y hace las veces de figura paterna del joven religioso. Comparten la casa con el madurón ysemiliberal sacerdote Ollie (John C.McGinley), quien usa tenis y sotana mientras dirige el coro de adolescentes y regaña al reprimido gordinflas del grupo solo para pasar el rato.

Víctor y Ollie mantienen una disputa sobre la manera de llevar la congregación que tienen a su cargo. El primero es un conservador a ultranza y el segundo bebe cerveza y modifica los ritmos de las canciones de la misa. Dos caras de la misma moneda a las que Daniel, quien además acaba de perder a su padre, recurre para despejar sus dudas.

En una escena Daniel lleva a cenar al frutito de sus tentaciones a la casa que habita con sus colegas y para medirle el agua a los camotes, pero Shoulberg le apuesta por caminos serenos aun en el clímax.

El filme parece por momentos una historia de papá-mamá e hijo adolescente virgen. Pero el director decide amar –a su público- y no predicar.


@lamoviola



Filmar o predicar.

Con Amar o Predicar (The Good catholic, Paul Shoulberg, 2017) no hay doble juego o intenciones ocultas: cumple lo que promete ser y lo hace con serenidad y sin arrojo. La sobriedad es su mayor bendición y su peor maldición. Película de cuatro personajes y de tonillo teatral, las intenciones ocultas o subtextos quedan guardados para otra ocasión.

El filme es la otra cara del cuestionamiento moral, religioso, teológico, que de cuando en cuando nos presenta el cine y en el que sacerdotes son los protagonistas. No decanta por lugares polémicos o transgresores. Su símil dista mucho de ser trabajos como Camino (Javier Fesser,2008) sobre una jovencita enferma de cáncer que debe soportar imposiciones religiosas de su madre y una muy poderosa congregación.

Tampoco se ubica en lo espinoso como en La duda (John Patrick Shanley, 2008) que toca el asunto de las acusaciones sobre abuso infantil por parte de religiosos. El público de Amar o predicar le apuesta a lo comodino y facilón. La película les da gusto. Letters to God (David Nixon, Patrick Doughtie, 2010) o incluso la muy ochentera serie Camino al cielo (NBC,1984-1989), son más el estilo por el que apuesta Shoulberg. Con todo y que el tema que aborda puede ser polémico.

El joven sacerdote Daniel (Zachary Spicer) reza con hastío mientras cumple sus labores de confesor hasta que llega una muchacha desparpajada Jane (Wrenn Schmidt), que por supuesto toca la guitarra y es un poco bohemia, y le cuenta que se va a morir. A partir de ese momento los dos personajes entablarán una amistad que pondrá en duda la vocación de nuestro aturdido protagonista.

Daniel, vive con el padre Víctor (Danny Glover), quien es celoso guardián de las causas más conservadoras y hace las veces de figura paterna del joven religioso. Comparten la casa con el madurón ysemiliberal sacerdote Ollie (John C.McGinley), quien usa tenis y sotana mientras dirige el coro de adolescentes y regaña al reprimido gordinflas del grupo solo para pasar el rato.

Víctor y Ollie mantienen una disputa sobre la manera de llevar la congregación que tienen a su cargo. El primero es un conservador a ultranza y el segundo bebe cerveza y modifica los ritmos de las canciones de la misa. Dos caras de la misma moneda a las que Daniel, quien además acaba de perder a su padre, recurre para despejar sus dudas.

En una escena Daniel lleva a cenar al frutito de sus tentaciones a la casa que habita con sus colegas y para medirle el agua a los camotes, pero Shoulberg le apuesta por caminos serenos aun en el clímax.

El filme parece por momentos una historia de papá-mamá e hijo adolescente virgen. Pero el director decide amar –a su público- y no predicar.


@lamoviola



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