/ sábado 30 de enero de 2021

La superstición: Voluntad torcida

por Francisco Fonseca


Dicen los que saben que la superstición, del latín “superstitio” (que es una creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón, según la Enciclopedia de la Lengua; o bien el exceso en las medidas de una cosa, o creencia ridícula llevada al fanatismo, según otros) es un resabio primitivo de nuestra mente, alucinada ante los hechos inexplicables que habitan cada día en las profundidades de lo desconocido.

Hay quienes suponen que la superstición intenta aliviar el sufrimiento de los más desvalidos anímicamente porque es un producto de nuestro proceso evolutivo, inseparable del equipaje genético. Aunque son creencias sin ningún tipo de evidencia científica, el concepto no siempre engloba todo lo que no es científico Se afirma que, lejos de ser mitad simios y mitad ángeles, desgarrados entre los instintos egoístas que nos arrastran hacia abajo y los impulsos piadosos que nos empujan hacia arriba, los seres humanos somos herederos de características que han evolucionado a lo largo del tiempo.

Muchos se preguntan si en verdad son extrañas las costumbres, los gestos y los tics provenientes de sucesos inexplicables. Temor a los gatos negros, a pasar por debajo de escaleras o a derramar sal son algunas de las supersticiones más comunes.

Respecto a esta última, hay una o dos teorías: según el humanista Piero Valeriano Bolzani (1477-1558): "La sal era anteriormente un símbolo de amistad y se presentaba en las comidas para indicar la fuerza perdurable de los lazos entre las personas. Por ello muchos consideran ominoso derramarla". Puede ser posible, pues un proverbio alemán antiguo asegura que "el que derrama sal despierta enemistad". De la misma manera, otras personas lo atribuyen a la importancia económica que tenía (de ahí la palabra salario, que viene del latín salarium). Otra teoría apunta a que Judas Iscariote derramó la sal en La Última Cena, y de hecho, en el cuadro de Leonardo se puede observar cómo un bote con sal se encuentra vertida sobre la mesa.

Es habitual tener una de estas fobias, lo sorprendente es tenerlas todas, como el cantante colombiano Juanes (n.1972). El escritor y dramaturgo inglés W. Somerset Maugham (1874-1965) tenía grabado el símbolo del mal de ojo en la repisa de la chimenea y lo hizo imprimir en sus libros. El matemático y filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662) llevaba cosidas en el forro de sus trajes, inscripciones que creía eficaces contra la duda y la desesperación. A lo largo de los siglos muchos han sido los personajes históricos que han basado sus decisiones en sus supersticiones más arraigadas. El escultor español Ponciano Ponzano (1813-1877) sentía aprensión por las obras en mármol de animales; creía que reproducirlos traía alguna desgracia El miedo a la noche de Julio César, el temor a los gatos negros de Napoleón Bonaparte o la aversión al número 13 de Winston Churchill son prueba de ello.

Hace muchos años, en Inglaterra la representación de las obras Macbeth y La Tempestad de Shakespeare eran consideradas de mal fario. Los actores se referían a Macbeth como "la tragedia escocesa". En el teatro francés, "suerte y éxito" eran palabras prohibidas ya que su sola pronunciación podía conseguir el efecto contrario el día del estreno.

Y qué decir de los toreros, los futbolistas y los gitanos que en cada gesto quisieran retener la vida. La torería es una de las artes en las cuales la vida está en juego; por ello está plagada de atavismos y maledicencias. El diestro español, gitano, Rafael Gómez, llamado “el gallo grande” o “el divino calvo”, se salía de las plazas de toros argumentando que un toro le había guiñado el ojo y que prefería salir vivo de la cárcel.

El ruso Garri Kasparov, ajedrecista, cerebro brillantísimo, fuera de serie, anotaba y firmaba su planilla en los torneos de ajedrez con el mismo bolígrafo de siempre. Si se quedaba sin tinta, sólo aceptaba el repuesto que llevaba su madre.

No cabe duda de que la frontera entre la superstición y la excentricidad es muy fina y, en muchas ocasiones, lo que empieza como la primera acaba con la segunda. No tendría yo espacio para enumerar algunos, solamente algunos de los resabios y temores de personajes famosos, de conocidos, de amigos. En otras palabras, según la psicología observamos la realidad y la procesamos de manera prejuiciosa, estos actos (tocar madera, santiguarse) tienen una funcionalidad, para muchos, curativa.

¿Cuestión de ignorancia, de atavismos, de manías inexplicables? ¿Temor al fracaso o a lo desconocido? Mi respuesta más cercana es que las supersticiones son creencias, pensamientos equivocados. Las supersticiones son todo lo contrario del entendimiento y de los pensamientos positivos que maneja y controla la mente superior del hombre.

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx

por Francisco Fonseca


Dicen los que saben que la superstición, del latín “superstitio” (que es una creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón, según la Enciclopedia de la Lengua; o bien el exceso en las medidas de una cosa, o creencia ridícula llevada al fanatismo, según otros) es un resabio primitivo de nuestra mente, alucinada ante los hechos inexplicables que habitan cada día en las profundidades de lo desconocido.

Hay quienes suponen que la superstición intenta aliviar el sufrimiento de los más desvalidos anímicamente porque es un producto de nuestro proceso evolutivo, inseparable del equipaje genético. Aunque son creencias sin ningún tipo de evidencia científica, el concepto no siempre engloba todo lo que no es científico Se afirma que, lejos de ser mitad simios y mitad ángeles, desgarrados entre los instintos egoístas que nos arrastran hacia abajo y los impulsos piadosos que nos empujan hacia arriba, los seres humanos somos herederos de características que han evolucionado a lo largo del tiempo.

Muchos se preguntan si en verdad son extrañas las costumbres, los gestos y los tics provenientes de sucesos inexplicables. Temor a los gatos negros, a pasar por debajo de escaleras o a derramar sal son algunas de las supersticiones más comunes.

Respecto a esta última, hay una o dos teorías: según el humanista Piero Valeriano Bolzani (1477-1558): "La sal era anteriormente un símbolo de amistad y se presentaba en las comidas para indicar la fuerza perdurable de los lazos entre las personas. Por ello muchos consideran ominoso derramarla". Puede ser posible, pues un proverbio alemán antiguo asegura que "el que derrama sal despierta enemistad". De la misma manera, otras personas lo atribuyen a la importancia económica que tenía (de ahí la palabra salario, que viene del latín salarium). Otra teoría apunta a que Judas Iscariote derramó la sal en La Última Cena, y de hecho, en el cuadro de Leonardo se puede observar cómo un bote con sal se encuentra vertida sobre la mesa.

Es habitual tener una de estas fobias, lo sorprendente es tenerlas todas, como el cantante colombiano Juanes (n.1972). El escritor y dramaturgo inglés W. Somerset Maugham (1874-1965) tenía grabado el símbolo del mal de ojo en la repisa de la chimenea y lo hizo imprimir en sus libros. El matemático y filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662) llevaba cosidas en el forro de sus trajes, inscripciones que creía eficaces contra la duda y la desesperación. A lo largo de los siglos muchos han sido los personajes históricos que han basado sus decisiones en sus supersticiones más arraigadas. El escultor español Ponciano Ponzano (1813-1877) sentía aprensión por las obras en mármol de animales; creía que reproducirlos traía alguna desgracia El miedo a la noche de Julio César, el temor a los gatos negros de Napoleón Bonaparte o la aversión al número 13 de Winston Churchill son prueba de ello.

Hace muchos años, en Inglaterra la representación de las obras Macbeth y La Tempestad de Shakespeare eran consideradas de mal fario. Los actores se referían a Macbeth como "la tragedia escocesa". En el teatro francés, "suerte y éxito" eran palabras prohibidas ya que su sola pronunciación podía conseguir el efecto contrario el día del estreno.

Y qué decir de los toreros, los futbolistas y los gitanos que en cada gesto quisieran retener la vida. La torería es una de las artes en las cuales la vida está en juego; por ello está plagada de atavismos y maledicencias. El diestro español, gitano, Rafael Gómez, llamado “el gallo grande” o “el divino calvo”, se salía de las plazas de toros argumentando que un toro le había guiñado el ojo y que prefería salir vivo de la cárcel.

El ruso Garri Kasparov, ajedrecista, cerebro brillantísimo, fuera de serie, anotaba y firmaba su planilla en los torneos de ajedrez con el mismo bolígrafo de siempre. Si se quedaba sin tinta, sólo aceptaba el repuesto que llevaba su madre.

No cabe duda de que la frontera entre la superstición y la excentricidad es muy fina y, en muchas ocasiones, lo que empieza como la primera acaba con la segunda. No tendría yo espacio para enumerar algunos, solamente algunos de los resabios y temores de personajes famosos, de conocidos, de amigos. En otras palabras, según la psicología observamos la realidad y la procesamos de manera prejuiciosa, estos actos (tocar madera, santiguarse) tienen una funcionalidad, para muchos, curativa.

¿Cuestión de ignorancia, de atavismos, de manías inexplicables? ¿Temor al fracaso o a lo desconocido? Mi respuesta más cercana es que las supersticiones son creencias, pensamientos equivocados. Las supersticiones son todo lo contrario del entendimiento y de los pensamientos positivos que maneja y controla la mente superior del hombre.

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx