Este 8 de marzo conmemoramos una lucha histórica que las mujeres hemos dado incansablemente con el objetivo de lograr que la balanza entre cada miembro de la sociedad, se equilibre. La vida empieza donde todos son iguales y es por ello que hoy más que nunca reconocemos a las de ayer, las de hoy y las del mañana, las mujeres que con su amor y su trabajo son el motor que mueve a este país y sin las cuales sería impensable estar en donde hoy estamos.
Las maestras, las artistas, las científicas, las guerrilleras, las migrantes, las escritoras, las estudiantes, las campesinas, las inconvenientes, las invisibilizadas, a todas ellas de quienes no ha sido su misión vivir en sumisión. A todas aquellas que con sus manos alimentan, protegen, dan y crean, que dejan el alma en donde sea que tocan. Rompiendo techos de cristal, inferiorizadas en la inteligencia, soportando lenguajes sexistas y sufriendo discriminación o violencia de toda índole.
Desde siempre el mundo nos ha querido nublar la voz, pero las mujeres también somos artífices de la historia, hemos sido caudal de inteligencia, esfuerzo y valentía. Exigiendo tener derecho a la educación, al voto, a la libertad de decidir con quién relacionarnos, a participar en la vida pública y a vivir sin miedo. Esta es una lucha encabezada por las mujeres para alcanzar la justicia, la paz y el desarrollo.
No hay manera de enunciar a todas, porque la lucha por la libertad de las mujeres es intrínsecamente política, masiva, popular, y no lo digo por aquellos que acaban de descubrir esta lucha de siglos, y la utilizan torpemente como una herramienta de golpeteo electoral o como un producto empaquetado para su venta, sino porque precisamente en el neoliberalismo, el patriarcado encontró el perfecto aliado para perpetuar la desigualdad.
El neoliberalismo no sólo privatizó los recursos naturales, las empresas públicas y las áreas estratégicas de la nación, también privatizó la vida y el cuerpo de las mujeres para reducirnos al valor del capital.
Cuando los salarios se precarizan, cuando los brazos del Estado, encargados de cuidar a su pueblo desaparecen y la corrupción estalla, las más perjudicadas somos las mujeres, tradicionalmente condenadas a cumplir esas tareas de cuidados en los hogares, propios o ajenos, a los que el Estado no llega.
El combate contra la pobreza y contra la corrupción es una herramienta revolucionaria en la lucha contra la desigualdad de las mujeres. Si algo es verdaderamente feminista en México, es combatir la pobreza y la desigualdad, porque ambas tienen rostro de mujer.
Hoy son millones mujeres que tienen un sostén a través de los programas sociales abuelitas que reciben su pensión, jóvenes empoderadas que construyen el futuro formándose con esfuerzo, mujeres emprendedoras que reciben los créditos a la palabra, madres solteras
Falta mucho, pero los avances sin duda se ven materializados, hoy la paridad de acceso a las decisiones de la vida pública es una realidad. El Presupuesto que aprobamos fue el primero con perspectiva de género, porque lo propuso el primer gobierno con gabinete paritario de la historia de México: para eso sirve la política.
Las mujeres en México tenemos profundos dolores que nos han llenado el corazón de heridas desde que nacimos. Tenemos historias para las que no alcanza ningún memorial, tantos nombres y relatos que nunca terminaríamos de enunciar, pero tenemos la memoria viva y a flor de piel, y no se nos olvidará que desde cualquier espacio que ocupemos, tenemos un gran compromiso por subsanar esas heridas.