Ya sea que en México, gane Claudia o Xóchitl, el dato es demoledor, debieron pasar 200 años, es decir, 2 siglos, para que el país pudiera ser gobernado por una mujer. Este 8 de marzo se antoja una reflexión sobre las propuestas de campaña de estas dos mujeres en materia de derechos sexuales y reproductivos.
Se tiene que escribir de este tema en esta columna porque los estigmas de género son una de las razones por las que de 193 países en el mundo, sólo 28 mujeres se desempeñan como Jefas de Estado y/o de Gobierno. A este ritmo, según ONU Mujeres, la igualdad de género en las más altas esferas de decisión tardará en lograrse en 130 años más.
Se tiene que escribir de este tema en una columna porque ambas candidatas han expuesto asuntos relacionados con sus vínculos afectivos como hizo Claudia Sheinbaum al anunciar su boda o como hizo Xóchitl Galvez al jurar por sus hijos y firmar con sangre sus compromisos de campaña.
Aunque parezca todo parte de la gran faramalla de la mercadotecnia política, estas campañas presidenciales son inéditas, sin precedentes, y por lo tanto presentan rasgos que tendrán que salirse de lo que se había visto antes, cuando quizá había una mujer buscando la presidencia, pero sin posibilidades de ganar.
Desde su formación universitaria, ambas candidatas eligieron carreras que para su tiempo no eran las esperadas para las mujeres, en clara referencia los estigmas de género, porque en la década de los ochenta —cuando Claudia estudiaba Física y Xóchitl, ingeniería en Computación—, en las áreas de ciencia y tecnología, 85% de los matriculados universitarios eran varones, según se lee en los registros de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES).
Ambas candidatas también han sido víctimas de violencia política de género. Sin irnos muy lejos, desde los señalamientos del presidente Andrés Manuel López Obrador respecto a que la candidatura de Galvez es pantalla del empresario Claudio X González. Sin embargo, en sentido inverso, Sheinbaum también recibe constantemente acusaciones respecto a que ella es títere del presidente.
En ambos sentido, se trata de acusaciones que reproducen patrones históricos de machismo y patriarcado que colocan a la mujer debajo de los intereses y estrategias de los varones. Lo esperado sería que ambas candidatas ya se salieran de ese juego y presentaran alternativas reales de desmantelamiento patriarcal.
Sexualidad y políticas públicas
Dejando claro que el derecho a la sexualidad saludable es precisamente un derecho fundamental, más allá de las promesas de campaña, la nueva presidenta tiene una agenda pendiente con temas que se han tratado en esta columna desde hace tiempo.
Empezando por el derecho de las personas a decidir sobre su propio cuerpo, tema vinculado con la interrupción del embarazo y, por tanto, altamente espinoso. Aunque el pasado 4 de marzo, Francia se convirtió en el primer país del mundo en incluir el derecho al aborto en su Constitución, ambas candidatas han manejado el tema en bajo perfil.
Los derechos sexuales y reproductivos también implican temas como revisar las políticas públicas que garantizan que los trabajos relacionados con los cuidados —como la crianza y el hogar— dejen de estar recargados sobre las mujeres, limitando su desarrollo profesional y personal.
También hay que hablar de que la educación sexual oportuna previene conductas de violencia sexual y empodera a los menores de edad a tomar mejores decisiones sobre su plan de vida. Además permite reconocer los derechos de las personas menstruantes que van desde atención ginecológica adecuada hasta acceso a insumos de limpieza.
Es decir, no solo es modificar libros de texto que van a terminar en la basura. Se trata de implementar políticas públicas efectivas para atender problemáticas y necesidades sociales puntuales.
Hay que dar herramientas a infancias y adolescencias para atajar el embarazo adolescente, para prevenir enfermedades de transmisión sexual, para erradicar los feminicidios y transfeminicidios.
Hay que hablar de diversidad sexual para hablar de inclusión. Es decir, es mucho más que decir “elle” (y varios se molesten), pero por algún lugar hay que empezar. Hay que hablar de la regulación del trabajo sexual, porque también es trabajo, y de que incluso hay personas con discapacidad que necesitan de asistentes sexuales. Una vez más, hablar de sexualidad es hablar de mucho más que sólo sexo. Es cuanto, señora presidenta.