/ domingo 10 de octubre de 2021

Otro país, con la iglesia

Cuando han sucedido inundaciones, terremotos y otras catástrofes, los medios informativos acostumbran resaltar lo que hacen el gobierno y los militares, y casi nunca lo que hace la Iglesia. No sólo la jerarquía, sino la comunidad eclesial. Son los fieles, católicos y de otras denominaciones, los primeros que se hacen presentes, para expresar su solidaridad con los que sufren. Les ayudan con lo que pueden, con alimentos, ropa, medicinas y albergues. Esa es la Iglesia viva. Yo lo viví en las inundaciones y terremotos que me tocaron en Chiapas. Los catequistas de las pequeñas y lejanas poblaciones, donde tardaba en llegar la ayuda oficial, organizaron de inmediato a la comunidad, para ayudarse unos a otros. Allí es donde se manifiesta la vitalidad de la fe, expresada en fraternidad comunitaria. ¡Esa es la Iglesia samaritana y misericordiosa! Aunque algunos medios digan que sólo marcharon 9 mil personas el domingo pasado, para defender a la mujer y a la vida, cuando en realidad fueron como un millón, lo más importante no es lo que digan los medios, sino la multitud de personas que defienden ambas vidas. Esa es la Iglesia viva. Es esta la Iglesia con la que cuenta el país. ¡No hay que menospreciarnos! Tenemos mucho que aportar desde nuestra fe para construir una sociedad más fraterna y justa. De nosotros dependen muchas cosas, empezando por la familia, que es el primer motor de cambio.

Hay quienes quisieran eliminar todo lo que huela a Iglesia en la historia del país, o sólo resaltan lo negativo de la jerarquía eclesial, que es innegable, pero no toman en cuenta todo lo positivo que hubo y que hay, como aportación al bien social e integral del país. Hay sombras, pero también luces que no se pueden ocultar y negar.

El Papa Francisco ha criticado mucho el clericalismo, cuando sacerdotes y obispos acaparamos la pastoral y no promovemos una participación más plena de laicos y religiosas en los procesos eclesiales, como si nosotros fuéramos los únicos que hemos recibido al Espíritu Santo y los demás no fueran miembros vivos del Cuerpo que es la Iglesia.

En abril de 2022, realizaremos el Encuentro Eclesial de México, en que están participando ya cientos y miles de fieles laicos e incluso no creyentes, para escucharnos unos a otros y ayudarnos a tomar decisiones, para que nuestra Iglesia sea más fiel a su identidad y misión, que es ser «sacramento universal de salvación» (LG 48), «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).

PENSAR

Los obispos mexicanos, en el Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, decimos:

“La Iglesia no es ajena o extraña a la sociedad en la que se encuentra inmersa. Esta nueva época exige acompañar a cada persona y renovar con valentía nuestro profetismo evangélico, anunciando con fuerza el valor inestimable de la persona, denunciando todo lo que se opone a su plena realización y discerniendo a la luz del Evangelio esta nueva realidad, para encarnar la experiencia de la misericordia, de la comunión y la solidaridad en esta nueva época” (24).

ACTUAR

Quienes somos bautizados, preguntémonos qué podemos hacer, a nivel personal, familiar, parroquial, diocesano, provincial y nacional, para acompañar los momentos históricos que vive nuestro pueblo, para estar cerca de sus dolores y sufrimientos, de sus esperanzas y alternativas, y construir juntos la historia, a partir de la familia y nuestra comunidad local. ¡Todos tenemos algo que aportar al bien común! ¡No nos quedemos en quejas y lamentos!

Cuando han sucedido inundaciones, terremotos y otras catástrofes, los medios informativos acostumbran resaltar lo que hacen el gobierno y los militares, y casi nunca lo que hace la Iglesia. No sólo la jerarquía, sino la comunidad eclesial. Son los fieles, católicos y de otras denominaciones, los primeros que se hacen presentes, para expresar su solidaridad con los que sufren. Les ayudan con lo que pueden, con alimentos, ropa, medicinas y albergues. Esa es la Iglesia viva. Yo lo viví en las inundaciones y terremotos que me tocaron en Chiapas. Los catequistas de las pequeñas y lejanas poblaciones, donde tardaba en llegar la ayuda oficial, organizaron de inmediato a la comunidad, para ayudarse unos a otros. Allí es donde se manifiesta la vitalidad de la fe, expresada en fraternidad comunitaria. ¡Esa es la Iglesia samaritana y misericordiosa! Aunque algunos medios digan que sólo marcharon 9 mil personas el domingo pasado, para defender a la mujer y a la vida, cuando en realidad fueron como un millón, lo más importante no es lo que digan los medios, sino la multitud de personas que defienden ambas vidas. Esa es la Iglesia viva. Es esta la Iglesia con la que cuenta el país. ¡No hay que menospreciarnos! Tenemos mucho que aportar desde nuestra fe para construir una sociedad más fraterna y justa. De nosotros dependen muchas cosas, empezando por la familia, que es el primer motor de cambio.

Hay quienes quisieran eliminar todo lo que huela a Iglesia en la historia del país, o sólo resaltan lo negativo de la jerarquía eclesial, que es innegable, pero no toman en cuenta todo lo positivo que hubo y que hay, como aportación al bien social e integral del país. Hay sombras, pero también luces que no se pueden ocultar y negar.

El Papa Francisco ha criticado mucho el clericalismo, cuando sacerdotes y obispos acaparamos la pastoral y no promovemos una participación más plena de laicos y religiosas en los procesos eclesiales, como si nosotros fuéramos los únicos que hemos recibido al Espíritu Santo y los demás no fueran miembros vivos del Cuerpo que es la Iglesia.

En abril de 2022, realizaremos el Encuentro Eclesial de México, en que están participando ya cientos y miles de fieles laicos e incluso no creyentes, para escucharnos unos a otros y ayudarnos a tomar decisiones, para que nuestra Iglesia sea más fiel a su identidad y misión, que es ser «sacramento universal de salvación» (LG 48), «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).

PENSAR

Los obispos mexicanos, en el Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, decimos:

“La Iglesia no es ajena o extraña a la sociedad en la que se encuentra inmersa. Esta nueva época exige acompañar a cada persona y renovar con valentía nuestro profetismo evangélico, anunciando con fuerza el valor inestimable de la persona, denunciando todo lo que se opone a su plena realización y discerniendo a la luz del Evangelio esta nueva realidad, para encarnar la experiencia de la misericordia, de la comunión y la solidaridad en esta nueva época” (24).

ACTUAR

Quienes somos bautizados, preguntémonos qué podemos hacer, a nivel personal, familiar, parroquial, diocesano, provincial y nacional, para acompañar los momentos históricos que vive nuestro pueblo, para estar cerca de sus dolores y sufrimientos, de sus esperanzas y alternativas, y construir juntos la historia, a partir de la familia y nuestra comunidad local. ¡Todos tenemos algo que aportar al bien común! ¡No nos quedemos en quejas y lamentos!