/ sábado 8 de septiembre de 2018

Pederastia Clerical

Durante veinte años fui del equipo formador del Seminario de Toluca: de fines de 1970 a 1980, como director espiritual del Seminario Menor; de 1981 a 1991, como Rector. Durante esos años, una de tantas responsabilidades era advertir si había candidatos no idóneos al ministerio presbiteral por posibles desviaciones afectivas y sexuales. En aquellos años, casi no se hablaba de pederastia por parte del clero, sino de casos de homosexualidad, o una no clara definición masculina. Después, como obispo en Chiapas durante 27 años, era más grave mi responsabilidad en detectar y atender estos asuntos.

En aquellos años, era muy raro que se presentara un caso de amistad dudosa entre un alumno mayor con uno menor, y se atendía de inmediato. Si hubiéramos comprobado acciones indebidas, habríamos expulsado de inmediato al culpable. No recuerdo ningún caso de pederastia en aquel tiempo; mucho menos por parte de los sacerdotes del equipo formador.

Cuando se tenían datos de homosexualidad entre compañeros, se hacía la averiguación pertinente y se procedía a la expulsión de los responsables. Nunca fuimos tolerantes en este aspecto. Y esto no por homofobia, sino porque un homosexual no es idóneo para el sacerdocio; con todo, se procuraba orientarle para que viviera su sexualidad de acuerdo a la Palabra de Dios.

Era y es complicado comprobar tendencias homosexuales en los seminaristas. Algunos tenían ciertas manifestaciones afeminadas, pero tratábamos de analizar a qué se debían, pues algunos casos no eran señales de homosexualidad, sino de actitudes culturales de una familia o de una región; sin embargo, en muchas ocasiones les indicábamos que ésta no era su vocación. Lo más difícil era y es comprobar que hay esa tendencia en jóvenes que parecen muy masculinos, muy “machos”, y cuando menos se espera uno, sale su problema. En ambos casos, siempre descubrimos que el origen, la raíz, está en la familia: bien por rechazo, bien por fijación en la figura paterna o materna. En muchos casos, era por un rechazo fuerte al papá, o por ausencia del mismo y consecuente fijación materna.

¿Por qué han aparecido tantos casos de pederastia clerical, sobre todo en Estados Unidos? Por una actitud que invadió a algunos seminarios de bajar la guardia ante la invasión del erotismo generalizado; por una moral sexual muy tolerante, calificando como “normal” lo que es inmoral; por el ambiente cultural que insiste en defender la homosexualidad como “normal”, y en evitar la discriminación hacia los homosexuales. Aquí están las consecuencias de una cultura relativista, que considera un derecho humano el que cada quien tenga la tendencia que prefiera, sin parámetros claros de una moral cristiana definida.

PENSAR

En la nueva Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, emitida en 2016 por la Congregación para el Clero, se dice con toda claridad: “En relación a las personas con tendencias homosexuales que se acercan a los Seminarios, o que descubren durante la formación esta situación, en coherencia con el Magisterio, la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay. Dichas personas se encuentran, efectivamente, en una situación que obstaculiza gravemente una correcta relación con hombres y mujeres. De ningún modo pueden ignorarse las consecuencias negativas que se pueden derivar de la Ordenación de personas con tendencias homosexuales profundamente arraigadas”.


ACTUAR

Con estas claras orientaciones, la pederastia clerical debe erradicarse no sólo desde el Seminario, sino desde la familia y desde la cultura moral, reorientándola, para no calificar como normal lo que es contrario a la dignidad humana, de acuerdo a la Palabra de Dios.


Obispo Emérito de SCLC



Durante veinte años fui del equipo formador del Seminario de Toluca: de fines de 1970 a 1980, como director espiritual del Seminario Menor; de 1981 a 1991, como Rector. Durante esos años, una de tantas responsabilidades era advertir si había candidatos no idóneos al ministerio presbiteral por posibles desviaciones afectivas y sexuales. En aquellos años, casi no se hablaba de pederastia por parte del clero, sino de casos de homosexualidad, o una no clara definición masculina. Después, como obispo en Chiapas durante 27 años, era más grave mi responsabilidad en detectar y atender estos asuntos.

En aquellos años, era muy raro que se presentara un caso de amistad dudosa entre un alumno mayor con uno menor, y se atendía de inmediato. Si hubiéramos comprobado acciones indebidas, habríamos expulsado de inmediato al culpable. No recuerdo ningún caso de pederastia en aquel tiempo; mucho menos por parte de los sacerdotes del equipo formador.

Cuando se tenían datos de homosexualidad entre compañeros, se hacía la averiguación pertinente y se procedía a la expulsión de los responsables. Nunca fuimos tolerantes en este aspecto. Y esto no por homofobia, sino porque un homosexual no es idóneo para el sacerdocio; con todo, se procuraba orientarle para que viviera su sexualidad de acuerdo a la Palabra de Dios.

Era y es complicado comprobar tendencias homosexuales en los seminaristas. Algunos tenían ciertas manifestaciones afeminadas, pero tratábamos de analizar a qué se debían, pues algunos casos no eran señales de homosexualidad, sino de actitudes culturales de una familia o de una región; sin embargo, en muchas ocasiones les indicábamos que ésta no era su vocación. Lo más difícil era y es comprobar que hay esa tendencia en jóvenes que parecen muy masculinos, muy “machos”, y cuando menos se espera uno, sale su problema. En ambos casos, siempre descubrimos que el origen, la raíz, está en la familia: bien por rechazo, bien por fijación en la figura paterna o materna. En muchos casos, era por un rechazo fuerte al papá, o por ausencia del mismo y consecuente fijación materna.

¿Por qué han aparecido tantos casos de pederastia clerical, sobre todo en Estados Unidos? Por una actitud que invadió a algunos seminarios de bajar la guardia ante la invasión del erotismo generalizado; por una moral sexual muy tolerante, calificando como “normal” lo que es inmoral; por el ambiente cultural que insiste en defender la homosexualidad como “normal”, y en evitar la discriminación hacia los homosexuales. Aquí están las consecuencias de una cultura relativista, que considera un derecho humano el que cada quien tenga la tendencia que prefiera, sin parámetros claros de una moral cristiana definida.

PENSAR

En la nueva Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, emitida en 2016 por la Congregación para el Clero, se dice con toda claridad: “En relación a las personas con tendencias homosexuales que se acercan a los Seminarios, o que descubren durante la formación esta situación, en coherencia con el Magisterio, la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay. Dichas personas se encuentran, efectivamente, en una situación que obstaculiza gravemente una correcta relación con hombres y mujeres. De ningún modo pueden ignorarse las consecuencias negativas que se pueden derivar de la Ordenación de personas con tendencias homosexuales profundamente arraigadas”.


ACTUAR

Con estas claras orientaciones, la pederastia clerical debe erradicarse no sólo desde el Seminario, sino desde la familia y desde la cultura moral, reorientándola, para no calificar como normal lo que es contrario a la dignidad humana, de acuerdo a la Palabra de Dios.


Obispo Emérito de SCLC