/ martes 13 de febrero de 2024

Perspectiva de Género / Quien bien te quiere…

Por Estela Casados

Se avecina una de las fechas de vendimia más fuertes del mercado, “El día del amor y la amistad”. Este 14 de febrero la amistad queda en segundo plano: la mercadotecnia le pone flores, chocolate y motel al amor patriarcal. A ese que, para bien y para mal, le llamamos amor romántico.

Cuando estudiaba la prepa tenía una amiga que siempre miraba con horror la fecha. A sus 16 años le aterraba estar sin pareja romántica, ese hombre que sería su complemento y media naranja. La idea de encontrar a una persona que sea “la parte que nos falta”, el ser que “nos complementa”, es más antigua que aquel tema de Fey que cantábamos a todo pulmón en la década de los noventa del siglo pasado.

Al parecer, el mito de la complementariedad existencial y romántica surgió por ahí del año 416 antes de Cristo. Se dice que, en medio de un banquete, el dramaturgo ateniense Aristófanes construyó un mito que hoy forma parte de nuestras emociones, deseos y sentimientos, pero del cual poco conocemos.

De acuerdo con este personaje, la raza humana era muy distinta a la de ahora, pues constaba de un sujeto redondo que contaba con un par de cabezas, manos y pies. Algunos tenían en sí genitalidad masculina y femenina, otros más un par de genitalidades femeninas. Este ser primitivo también llegaba a presentar solo genitalidades masculinas.

Se trataba de individuos fuertes, de gran vigor y tal certeza de que eran seres completos, que sentían constantemente gran orgullo y felicidad. Su fortaleza les llevó a conspirar contra los dioses, por lo que Zeus (padre de los dioses y los hombres) ordenó a Apolo que los cortara por la mitad, que los dividiera para la eternidad. Con lo que quedaban condenados a buscarse una y otra vez hasta encontrarse, como almas gemelas.

Con el tiempo esta historia se fue adaptando y aderezando de tal manera que los celos, los golpes, la coerción psicológica y los machismos cotidianos fueron parte de la búsqueda del amor verdadero. “Quien bien te quiere te hará sufrir”, nos dice el refranero popular mexicano. “Amor sin celos no es amor”, continúa. Así, pareciera que seguimos buscando sin saber qué o quién es lo que nos hace feliz, lo que nos hace sentir que somos personas amadas.

La reflexión filosófica feminista siempre nos da pistas y brinda ayuda ante estos temas sin solución aparente que nos tienen en callejón sin salida. Hay que aclarar que sus argumentaciones son difíciles de entender y aún más duras de llevar a la práctica: el primer amor es una misma.

¿Acaso necesitamos a alguien más? Podemos ser cómplices de nuestro cuerpo, cuidar nuestras decisiones y sentirnos orgullosas de nuestras acciones. Dedicarnos a nosotras mismas, a estar bien, revisar aquello que nos enferma, emprender proyectos, parar y tomar impulso. Revisar nuestros errores, ser autocríticas, pero no sádicas con nuestro actuar erróneo. Tratar de vivir necesitándonos tanto que hagamos todo aquello que permita estar orgullosas de nosotras mismas.

Difícil. Además del sistema de amor romántico del que abrevamos desde pequeñas, hay un sistema económico que nos empobrece y que maniata a millones de mujeres. Castra su sobrevivencia y sus proyectos. Tal vez, si empezamos la tarea de que quien bien nos quiera seamos nosotras mismas, alcancemos a caminar en otra dirección y comencemos la construcción de una cultura del amor a una misma.

*Coordinadora del Observatorio Universitario de Violencias contra las Mujeres. Universidad Veracruzana


Por Estela Casados

Se avecina una de las fechas de vendimia más fuertes del mercado, “El día del amor y la amistad”. Este 14 de febrero la amistad queda en segundo plano: la mercadotecnia le pone flores, chocolate y motel al amor patriarcal. A ese que, para bien y para mal, le llamamos amor romántico.

Cuando estudiaba la prepa tenía una amiga que siempre miraba con horror la fecha. A sus 16 años le aterraba estar sin pareja romántica, ese hombre que sería su complemento y media naranja. La idea de encontrar a una persona que sea “la parte que nos falta”, el ser que “nos complementa”, es más antigua que aquel tema de Fey que cantábamos a todo pulmón en la década de los noventa del siglo pasado.

Al parecer, el mito de la complementariedad existencial y romántica surgió por ahí del año 416 antes de Cristo. Se dice que, en medio de un banquete, el dramaturgo ateniense Aristófanes construyó un mito que hoy forma parte de nuestras emociones, deseos y sentimientos, pero del cual poco conocemos.

De acuerdo con este personaje, la raza humana era muy distinta a la de ahora, pues constaba de un sujeto redondo que contaba con un par de cabezas, manos y pies. Algunos tenían en sí genitalidad masculina y femenina, otros más un par de genitalidades femeninas. Este ser primitivo también llegaba a presentar solo genitalidades masculinas.

Se trataba de individuos fuertes, de gran vigor y tal certeza de que eran seres completos, que sentían constantemente gran orgullo y felicidad. Su fortaleza les llevó a conspirar contra los dioses, por lo que Zeus (padre de los dioses y los hombres) ordenó a Apolo que los cortara por la mitad, que los dividiera para la eternidad. Con lo que quedaban condenados a buscarse una y otra vez hasta encontrarse, como almas gemelas.

Con el tiempo esta historia se fue adaptando y aderezando de tal manera que los celos, los golpes, la coerción psicológica y los machismos cotidianos fueron parte de la búsqueda del amor verdadero. “Quien bien te quiere te hará sufrir”, nos dice el refranero popular mexicano. “Amor sin celos no es amor”, continúa. Así, pareciera que seguimos buscando sin saber qué o quién es lo que nos hace feliz, lo que nos hace sentir que somos personas amadas.

La reflexión filosófica feminista siempre nos da pistas y brinda ayuda ante estos temas sin solución aparente que nos tienen en callejón sin salida. Hay que aclarar que sus argumentaciones son difíciles de entender y aún más duras de llevar a la práctica: el primer amor es una misma.

¿Acaso necesitamos a alguien más? Podemos ser cómplices de nuestro cuerpo, cuidar nuestras decisiones y sentirnos orgullosas de nuestras acciones. Dedicarnos a nosotras mismas, a estar bien, revisar aquello que nos enferma, emprender proyectos, parar y tomar impulso. Revisar nuestros errores, ser autocríticas, pero no sádicas con nuestro actuar erróneo. Tratar de vivir necesitándonos tanto que hagamos todo aquello que permita estar orgullosas de nosotras mismas.

Difícil. Además del sistema de amor romántico del que abrevamos desde pequeñas, hay un sistema económico que nos empobrece y que maniata a millones de mujeres. Castra su sobrevivencia y sus proyectos. Tal vez, si empezamos la tarea de que quien bien nos quiera seamos nosotras mismas, alcancemos a caminar en otra dirección y comencemos la construcción de una cultura del amor a una misma.

*Coordinadora del Observatorio Universitario de Violencias contra las Mujeres. Universidad Veracruzana