Como usted ya lo sabe, el pasado viernes 1 de marzo iniciaron oficialmente las campañas políticas, aunque en los hechos ya tengan muchos meses, de las elecciones federales del 2024. Como usted ya debería saberlo, son las elecciones más grandes en toda la historia de México: estarán en disputa 20 mil 286 puestos de elección popular.
Entre ellos la elección del presidente de la República, la renovación del Congreso de la Unión (128 senadores y 500 diputados), ocho gubernaturas (Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz, Yucatán), la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, la renovación de 31 congresos estatales (todos, excepto Coahuila), mil 580 presidencias municipales en 30 estados y 16 alcaldías en la CDMX.
Serán también las primeras en 27 años que se realizarán bajo el mandato de una autoridad (hoy llamada INE) a la que ya se le cuestiona su imparcialidad, y también se prevén como las más violentas de la historia reciente: hasta febrero han sido asesinados 34 políticos, entre ellos una veintena de aspirantes a candidaturas de todos los partidos, pero especialmente del oficial: 18.
Cierto, ninguno de ellos aspiraba a una candidatura “importante”, según los cánones de la clase política, porque si hubiera sido un precandidato a gobernador o a la presidencia de la República, los escándalos serían mayúsculos. Eran simples aspirantes a “carguitos” locales, esos que son conocidos y están muy cerca de los votantes y también por aquellos que podrían ver sus intereses afectados porque no los tienen bajo su control o, peor, creen que son otros quienes los controlan. Como siempre la autoridad -de los tres niveles de gobierno-, no actúa contra la impunidad de esos y todos los crímenes.
Ya se ha escrito aquí, pero hay que repetirlo: en un país creyente del absolutismo (desde los tlatoanis, reyes y emperadores autóctonos, virreyes y presidentes de la República) de un ser todopoderoso que resolverá todos y cada uno de los problemas del país, comenzando por los propios votante creyente, la elección presidencial es la más importante, la más atractiva, la polarizante. Los mexicanos siguen y seguirán creyendo en el absolutismo, su ancestral cultura política en la que presidencialismo encontró su mejor caldo de cultivo.
Todavía son muy pocos los votantes que saben y quieren que el Congreso de la Unión (también los congresos locales) sea un real contrapeso (la Suprema Corte de Justicia ahora lo es) para el autoritarismo presidencial, y eso que en los tres años más recientes fue demostrado. Tampoco son muchos los que creen que un gobierno fuerte (no es sinónimo de absolutista) se construye desde abajo: desde la autoridad más cercana al ciudadano, desde lo local, desde la resolución de problemas de la calle (ahí empieza la impunidad, por ejemplo, muchos otros problemas), de la colonia, desde municipio, la región, el estado y luego del país: hay que atacarlos en su origen y ahí también iniciar las soluciones.
Habrá que empezar desde ahora, de abajo hacia arriba, y saber que está muy lejos la real solución; sí, hay que buscar ganar la presidencia de la República, pero también conseguir un Congreso de la Unión equilibrado, debatiente, en el que prive la negociación, que no tenga mayoría absoluta (gane quien gane la presidencia), por el bien del país. Que sea el inicio de tiempos mejores y no del crecimiento de absolutismo.