/ martes 28 de mayo de 2024

Sala de Espera / Ejercer los derechos

No se requiere ser jurista o ser experto en filosofía del derecho para saber que el derecho y obligación del voto es el resumen más evidente del ejercicio de varios derechos en un sistema democrático.

En México esos derechos individuales y colectivos están consagrados por la Constitución para todos y cada uno de los ciudadanos. Y son producto de luchas históricas de millones de mexicanos a lo largo de 214 años.

A través del voto libre y secreto se ejercen y se hacen realidad derechos como los de las libertades de expresión, de manifestación, de creencias políticas, de asociación, de elección de las autoridades y de representación en el Congreso; en suma, de ser miembros de la comunidad nacional con voz y poder de decisión. Esos derechos y otros más, que también están en la Constitución, son el sustento primario de un sistema democrático.

Es claro que no se requiere ser miembro, ni siquiera simpatizante, de un partido político para ejercer el derecho y la obligación constitucionales del sufragio libre.

El próximo domingo 2 de junio se celebrarán las lecciones más grandes en la historia del país: casi 99 millones de mexicanos tienen la oportunidad de votar por para elegir a 20 mil 708 cargos de elección popular, entre ellos la presidencia de la República, la renovación de la cámara de Diputados y Senadores: ocho gubernaturas (Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán) y la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México; 31 de 32 congresos estatales; mil 802 presidentes municipales; 14 mil 764 regidurías, mil 975 sindicaturas y 431 cargos auxiliares. En los hechos, la renovación del país.

Es cierto que la elección presidencial es la más atractiva y la que provoca mayor polarización; somos todavía un país presidencialista, pero ya se sabe que la conformación del Congreso de la Unión también es muy importante: un contrapeso al presidencialismo absolutista, el del carro completo, como se decía antes, el de la aplanadora del viejo PRI. No es un asunto menor.

Desde hace 30 años, los mexicanos estamos acostumbrados a que el voto popular cuenta y se cuenta y los gobernantes han sido producto de elecciones legales y legítimas. Nos haya gustado o no; es el riesgo de la democracia, sistema político, que ya se sabe, es menos peor de todos.

La democracia, siempre imperfecta, se construye día a día, y siempre está amenazada por aquellos que se sienten poderosos. Es responsabilidad de los ciudadanos defenderla todos los días.

Esta vez, como nunca, los ciudadanos mexicanos tienen frente a la boleta electoral dos opciones: la continuidad o el cambio en la forma de gobernar.

La decisión está en manos de los electores; de nadie más. Ellos, nosotros, seremos los responsables de nuestro futuro como país, en el que vimos y vivirán nuestros hijos y nuestros nietos.

Es una oportunidad única. El voto emitido tendrá, como siempre, consecuencias en la vida diaria.

Así.

Entonces, nuestra responsabilidad es acudir a las urnas, votar por cualquiera de las opciones que se ofrecen y que hoy son muy claras. Nadie podrá decir: cómo iba a saberse.

No hay de otra: hay que votar, por la opción que cada uno prefiera, pero votar. Votar es el sustento de la democracia.

No se requiere ser jurista o ser experto en filosofía del derecho para saber que el derecho y obligación del voto es el resumen más evidente del ejercicio de varios derechos en un sistema democrático.

En México esos derechos individuales y colectivos están consagrados por la Constitución para todos y cada uno de los ciudadanos. Y son producto de luchas históricas de millones de mexicanos a lo largo de 214 años.

A través del voto libre y secreto se ejercen y se hacen realidad derechos como los de las libertades de expresión, de manifestación, de creencias políticas, de asociación, de elección de las autoridades y de representación en el Congreso; en suma, de ser miembros de la comunidad nacional con voz y poder de decisión. Esos derechos y otros más, que también están en la Constitución, son el sustento primario de un sistema democrático.

Es claro que no se requiere ser miembro, ni siquiera simpatizante, de un partido político para ejercer el derecho y la obligación constitucionales del sufragio libre.

El próximo domingo 2 de junio se celebrarán las lecciones más grandes en la historia del país: casi 99 millones de mexicanos tienen la oportunidad de votar por para elegir a 20 mil 708 cargos de elección popular, entre ellos la presidencia de la República, la renovación de la cámara de Diputados y Senadores: ocho gubernaturas (Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán) y la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México; 31 de 32 congresos estatales; mil 802 presidentes municipales; 14 mil 764 regidurías, mil 975 sindicaturas y 431 cargos auxiliares. En los hechos, la renovación del país.

Es cierto que la elección presidencial es la más atractiva y la que provoca mayor polarización; somos todavía un país presidencialista, pero ya se sabe que la conformación del Congreso de la Unión también es muy importante: un contrapeso al presidencialismo absolutista, el del carro completo, como se decía antes, el de la aplanadora del viejo PRI. No es un asunto menor.

Desde hace 30 años, los mexicanos estamos acostumbrados a que el voto popular cuenta y se cuenta y los gobernantes han sido producto de elecciones legales y legítimas. Nos haya gustado o no; es el riesgo de la democracia, sistema político, que ya se sabe, es menos peor de todos.

La democracia, siempre imperfecta, se construye día a día, y siempre está amenazada por aquellos que se sienten poderosos. Es responsabilidad de los ciudadanos defenderla todos los días.

Esta vez, como nunca, los ciudadanos mexicanos tienen frente a la boleta electoral dos opciones: la continuidad o el cambio en la forma de gobernar.

La decisión está en manos de los electores; de nadie más. Ellos, nosotros, seremos los responsables de nuestro futuro como país, en el que vimos y vivirán nuestros hijos y nuestros nietos.

Es una oportunidad única. El voto emitido tendrá, como siempre, consecuencias en la vida diaria.

Así.

Entonces, nuestra responsabilidad es acudir a las urnas, votar por cualquiera de las opciones que se ofrecen y que hoy son muy claras. Nadie podrá decir: cómo iba a saberse.

No hay de otra: hay que votar, por la opción que cada uno prefiera, pero votar. Votar es el sustento de la democracia.