/ viernes 8 de diciembre de 2017

Simulaciones electorales

Debemos recordar que México siempre ha tenido un problema con la confianza de sus ciudadanos en el sistema electoral que administra a nuestra democracia. Desde tiempos pasados, en nuestro país las elecciones se compraban, se arreglaban o se ajustaban de acuerdo al mejor postor o al gobernante en turno. El ganador estaba anunciado desde mucho antes que las elecciones acontecieran y la participación de los partidos de oposición era más bien un asunto simbólico, casi testimonial.

Pero las cosas cambiaron y cuando la alternancia llegó al poder (en el ámbito federal, porque en las entidades federativas y los municipios siguen existiendo núcleos impenetrables de gobierno de los mismos partidos de siempre) la democracia comenzó -valga la redundancia- a democratizarse. Me explico: México dejó de ser el partido de la “democracia” arreglada (la “Dictadura Perfecta”, le llamó Mario Vargas Llosa). La democracia comenzó a ser una realidad, y no una mera excusa para legitimar un sistema que, a pesar de ello, seguía comprando elecciones. Pero el costo no fue bajo: la desconfianza fue su precio más alto. Los mexicanos, casi por definición, no confiamos en nuestro sistema electoral y tenemos grandes problemas con dejar en manos de quien sea la administración de las elecciones. Tenemos este síndrome que nos obliga siempre a poner trabas para que nadie abuse. Y el problema no es solamente de los ciudadanos, sino de los políticos. Los partidos también desconfían unos de otros; la diferencia es que ellos -si acaso encuentran un resquicio para burlar la ley - lo harán sin temor alguno.

Tenemos reglas electorales (muchas de ellas, no todas) ridículas, basadas en ese sistema democrático de desconfianza generalizada ciudadana. Por ejemplo, los precandidatos únicos no podrán disponer de tiempos oficiales para su precampaña. Pero entonces eso obligará a muchos partidos a registrar candidatos “falsos” para que haya pretexto para usar entonces los tiempos en radio y televisión. ¿No sería mejor que este tipo de reglas fuesen menos estrictas y que, después de todo, estuvieran más adaptadas a la realidad? Al final del día, lo que tenemos es un sistema de reglas democráticas y electorales que aspiran a que seamos diferentes, pero que están completamente desconectadas de lo que en realidad somos, y por ende, nadie las sigue o bien, todos buscan la manera y la forma de evadirlas. Todos se encargan de encontrar los laberintos legales por los cuales pueden escapar de un sistema legal que simplemente no hace sentido con la realidad. Y esto es algo que nos daña a todos.

De cara a las campañas electorales que están ya muy próximas y a la elección federal (y algunas locales) del año que viene, tenemos que ser honestos con nosotros mismos y darnos cuenta que muchas de nuestras reglas electorales para administrar nuestros comicios y sus actividades relacionadas, simplemente no están funcionando. Habría que ser realistas y ver de qué forma podemos adaptar nuestro sistema electoral para -sin dejar de lado que debemos tener reglas que se cumplan- sean lo suficientemente alcanzables para que todos las reconozcan como legítimas. La ética personal y de los partidos se pondrá a prueba en tanto eso sucede.

 

@fedeling

Debemos recordar que México siempre ha tenido un problema con la confianza de sus ciudadanos en el sistema electoral que administra a nuestra democracia. Desde tiempos pasados, en nuestro país las elecciones se compraban, se arreglaban o se ajustaban de acuerdo al mejor postor o al gobernante en turno. El ganador estaba anunciado desde mucho antes que las elecciones acontecieran y la participación de los partidos de oposición era más bien un asunto simbólico, casi testimonial.

Pero las cosas cambiaron y cuando la alternancia llegó al poder (en el ámbito federal, porque en las entidades federativas y los municipios siguen existiendo núcleos impenetrables de gobierno de los mismos partidos de siempre) la democracia comenzó -valga la redundancia- a democratizarse. Me explico: México dejó de ser el partido de la “democracia” arreglada (la “Dictadura Perfecta”, le llamó Mario Vargas Llosa). La democracia comenzó a ser una realidad, y no una mera excusa para legitimar un sistema que, a pesar de ello, seguía comprando elecciones. Pero el costo no fue bajo: la desconfianza fue su precio más alto. Los mexicanos, casi por definición, no confiamos en nuestro sistema electoral y tenemos grandes problemas con dejar en manos de quien sea la administración de las elecciones. Tenemos este síndrome que nos obliga siempre a poner trabas para que nadie abuse. Y el problema no es solamente de los ciudadanos, sino de los políticos. Los partidos también desconfían unos de otros; la diferencia es que ellos -si acaso encuentran un resquicio para burlar la ley - lo harán sin temor alguno.

Tenemos reglas electorales (muchas de ellas, no todas) ridículas, basadas en ese sistema democrático de desconfianza generalizada ciudadana. Por ejemplo, los precandidatos únicos no podrán disponer de tiempos oficiales para su precampaña. Pero entonces eso obligará a muchos partidos a registrar candidatos “falsos” para que haya pretexto para usar entonces los tiempos en radio y televisión. ¿No sería mejor que este tipo de reglas fuesen menos estrictas y que, después de todo, estuvieran más adaptadas a la realidad? Al final del día, lo que tenemos es un sistema de reglas democráticas y electorales que aspiran a que seamos diferentes, pero que están completamente desconectadas de lo que en realidad somos, y por ende, nadie las sigue o bien, todos buscan la manera y la forma de evadirlas. Todos se encargan de encontrar los laberintos legales por los cuales pueden escapar de un sistema legal que simplemente no hace sentido con la realidad. Y esto es algo que nos daña a todos.

De cara a las campañas electorales que están ya muy próximas y a la elección federal (y algunas locales) del año que viene, tenemos que ser honestos con nosotros mismos y darnos cuenta que muchas de nuestras reglas electorales para administrar nuestros comicios y sus actividades relacionadas, simplemente no están funcionando. Habría que ser realistas y ver de qué forma podemos adaptar nuestro sistema electoral para -sin dejar de lado que debemos tener reglas que se cumplan- sean lo suficientemente alcanzables para que todos las reconozcan como legítimas. La ética personal y de los partidos se pondrá a prueba en tanto eso sucede.

 

@fedeling