/ lunes 30 de agosto de 2021

Sin democracia no hay representatividad

Los organismos empresariales surgieron para representar los intereses legítimos de las empresas que opera en México, para promover las ideas de la libre empresa, para hacer saber a las autoridades correspondientes las inquietudes y necesidades del sector productivo del país. En suma, para que haya interlocución y concertación entre quienes regulan el mercado (las autoridades) y quienes generan empleos y valor (las empresas).

En México se ha construido una sofisticada red de organismos empresariales donde participan Consejos, Confederaciones, Cámaras, Asociaciones y Uniones, que actúan como organismos de consulta del gobierno, emiten opiniones técnicas, participan en la creación y modificación de Normas, emiten posicionamientos sobre Leyes e influyen en la creación de políticas públicas. Incluso, algunas tienen interlocución con organizaciones internacionales de corte laboral y económico.

Con este grado de acercamiento al poder público, es evidente que son asociaciones políticas, aunque apartidistas y que, por lo tanto, deben contar con una directiva y con liderazgos nacionales rotativos que alcen la voz por sus agremiados y los defiendan. Por ello, los organismos empresariales cuentan con estatutos y hacen una vida democrática donde la representatividad debe ser central, de lo contrario no es útil.

Para contextualizar la idea anterior, recordemos que las empresas se afilian a cámaras, asociaciones y uniones; las cuales se afilian a Confederaciones, las cuales participan en Consejos; es decir que hasta la empresa más pequeña cuenta con una representación en los organismos cupulares para defender sus intereses frente a las autoridades. Por ello la importancia de exigir a las organizaciones empresariales transparencia, adaptación a los nuevos tiempos y mejorar sus mecanismos internos de elección para permitir la participación equitativa de sus miembros.

Cuando los organismos empresariales tienen una vida democrática opaca y arcaica, pasa lo mismo que cuando un diputado no trabaja para el distrito que lo eligió: pierde sentido y cabe cuestionarle para qué está allí y a quién representa realmente pues, lejos de ayudar a sus afiliados, les perjudica porque empieza a comportarse como un grupo anquilosado que busca mantenerse a toda costa en el poder, ¿por qué los sectores productivos del país permitiríamos ese comportamiento en los organismos que deberían representarnos?, ¿no es incongruente exigirle al gobierno transparencia y alternancia pero no hacer lo mismo con nuestras propias organizaciones?

Es por esto que hoy toca reiterar las exigencias de años atrás y defender las instituciones que nos hacen fuertes como sector empresarial, con la misma fuerza con la que exigimos democracia en los espacios de poder público.

Las razones son claras: el trabajo de los organismos empresariales es sumamente importante y eso les ha permitido perdurar durante el siglo XX y lo que va del XXI, pues no es tarea menor generar relaciones más equilibradas entre autoridad y empresa, pues cuando éste equilibrio se rompe, la plataforma productiva del país es la que paga el precio. Y para las empresas, ese precio puede ser incluso la quiebra.

Los organismos empresariales surgieron para representar los intereses legítimos de las empresas que opera en México, para promover las ideas de la libre empresa, para hacer saber a las autoridades correspondientes las inquietudes y necesidades del sector productivo del país. En suma, para que haya interlocución y concertación entre quienes regulan el mercado (las autoridades) y quienes generan empleos y valor (las empresas).

En México se ha construido una sofisticada red de organismos empresariales donde participan Consejos, Confederaciones, Cámaras, Asociaciones y Uniones, que actúan como organismos de consulta del gobierno, emiten opiniones técnicas, participan en la creación y modificación de Normas, emiten posicionamientos sobre Leyes e influyen en la creación de políticas públicas. Incluso, algunas tienen interlocución con organizaciones internacionales de corte laboral y económico.

Con este grado de acercamiento al poder público, es evidente que son asociaciones políticas, aunque apartidistas y que, por lo tanto, deben contar con una directiva y con liderazgos nacionales rotativos que alcen la voz por sus agremiados y los defiendan. Por ello, los organismos empresariales cuentan con estatutos y hacen una vida democrática donde la representatividad debe ser central, de lo contrario no es útil.

Para contextualizar la idea anterior, recordemos que las empresas se afilian a cámaras, asociaciones y uniones; las cuales se afilian a Confederaciones, las cuales participan en Consejos; es decir que hasta la empresa más pequeña cuenta con una representación en los organismos cupulares para defender sus intereses frente a las autoridades. Por ello la importancia de exigir a las organizaciones empresariales transparencia, adaptación a los nuevos tiempos y mejorar sus mecanismos internos de elección para permitir la participación equitativa de sus miembros.

Cuando los organismos empresariales tienen una vida democrática opaca y arcaica, pasa lo mismo que cuando un diputado no trabaja para el distrito que lo eligió: pierde sentido y cabe cuestionarle para qué está allí y a quién representa realmente pues, lejos de ayudar a sus afiliados, les perjudica porque empieza a comportarse como un grupo anquilosado que busca mantenerse a toda costa en el poder, ¿por qué los sectores productivos del país permitiríamos ese comportamiento en los organismos que deberían representarnos?, ¿no es incongruente exigirle al gobierno transparencia y alternancia pero no hacer lo mismo con nuestras propias organizaciones?

Es por esto que hoy toca reiterar las exigencias de años atrás y defender las instituciones que nos hacen fuertes como sector empresarial, con la misma fuerza con la que exigimos democracia en los espacios de poder público.

Las razones son claras: el trabajo de los organismos empresariales es sumamente importante y eso les ha permitido perdurar durante el siglo XX y lo que va del XXI, pues no es tarea menor generar relaciones más equilibradas entre autoridad y empresa, pues cuando éste equilibrio se rompe, la plataforma productiva del país es la que paga el precio. Y para las empresas, ese precio puede ser incluso la quiebra.