/ jueves 5 de septiembre de 2019

¡Son unos desalmados!

VER

Parece que no tienen alma, pues no tienen corazón, no tienen entrañas, no tienen sentimientos, no tienen compasión. Matan, destrozan, extorsionan, amenazan, roban, descuartizan, incendian locales y personas, secuestran, enrolan jóvenes contra su voluntad, se adjudican territorios por la fuerza armada, y hasta parece que el gobierno teme enfrentárseles, pues deja a los ciudadanos indefensos y sin tener a quién acudir, más que a Dios y a la Virgen.

Unas dos semanas antes de la masacre en el bar de Coatzacoalcos, estuve en esa ciudad, acompañando los ejercicios espirituales de los seminaristas. En dos ocasiones, puede darme una vuelta por la ciudad y me llamó mucho la atención ver varios hoteles, comercios, casas y edificios abandonados. Al preguntar el motivo, me explicaron que muchas personas han abandonado el lugar porque no pueden sobrevivir con las extorsiones, con las exigencias de grupos delincuenciales de pagar “piso” con cobros totalmente injustos; abandonaron la ciudad para escapar de esta racha extorsionadora, pues parece que la gente buena y decente sólo tendría que trabajar para esos grupos. La sociedad se siente sin armas para defenderse.

El gobierno quiere atacar el fondo del problema, procurando trabajo y educación para los jóvenes, lo cual es muy laudable, pero dice no estar dispuesto a seguir la “guerra” contra el narcotráfico en la misma forma que sus antecesores. Mientras tanto, la inseguridad y la violencia crecen, generando una sensación de miedo, de angustia e indefensión.

Cierto que los jóvenes, para no ser enrolados por esos grupos, necesitan escuela y trabajo, y los programas gubernamentales para atender esa prioridad merecen nuestro apoyo; pero el problema es que ya hay muchos adolescentes, jóvenes y adultos enrolados en esos grupos, que disponen de mucho dinero, fruto de su criminalidad, y no van a dejar su oficio con bonitas palabras, con promesas, sino con la única fuerza que es capaz de contenerlos y exterminarlos. Si no le quieren llamar “guerra contra los narcos”, no le llamen así; pero hagan algo más para proteger al pueblo, al cual se deben. Y nosotros incentivemos nuestra pastoral evangelizadora, para ofrecer una formación del corazón que respete los derechos de los demás, a partir del encuentro con Cristo vivo y redentor.

PENSAR

Cuando el Papa Francisco vino a México, advirtió a los gobernantes y políticos: “Un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.

Y a los obispos:

“Les ruego por favor no minusvalorar el desafío ético y anti cívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia” (13-II-2016).

ACTUAR

Oremos por nuestros gobernantes y por la conversión de esos grupos. La oración es un arma muy poderosa. Y desde la familia, hay que educar para el trabajo, para el respeto a los demás, para la solidaridad, no abandonando a los propios hijos, ni destruyendo el propio hogar, porque de familias desintegradas se sirve el demonio para destruir a la sociedad.

VER

Parece que no tienen alma, pues no tienen corazón, no tienen entrañas, no tienen sentimientos, no tienen compasión. Matan, destrozan, extorsionan, amenazan, roban, descuartizan, incendian locales y personas, secuestran, enrolan jóvenes contra su voluntad, se adjudican territorios por la fuerza armada, y hasta parece que el gobierno teme enfrentárseles, pues deja a los ciudadanos indefensos y sin tener a quién acudir, más que a Dios y a la Virgen.

Unas dos semanas antes de la masacre en el bar de Coatzacoalcos, estuve en esa ciudad, acompañando los ejercicios espirituales de los seminaristas. En dos ocasiones, puede darme una vuelta por la ciudad y me llamó mucho la atención ver varios hoteles, comercios, casas y edificios abandonados. Al preguntar el motivo, me explicaron que muchas personas han abandonado el lugar porque no pueden sobrevivir con las extorsiones, con las exigencias de grupos delincuenciales de pagar “piso” con cobros totalmente injustos; abandonaron la ciudad para escapar de esta racha extorsionadora, pues parece que la gente buena y decente sólo tendría que trabajar para esos grupos. La sociedad se siente sin armas para defenderse.

El gobierno quiere atacar el fondo del problema, procurando trabajo y educación para los jóvenes, lo cual es muy laudable, pero dice no estar dispuesto a seguir la “guerra” contra el narcotráfico en la misma forma que sus antecesores. Mientras tanto, la inseguridad y la violencia crecen, generando una sensación de miedo, de angustia e indefensión.

Cierto que los jóvenes, para no ser enrolados por esos grupos, necesitan escuela y trabajo, y los programas gubernamentales para atender esa prioridad merecen nuestro apoyo; pero el problema es que ya hay muchos adolescentes, jóvenes y adultos enrolados en esos grupos, que disponen de mucho dinero, fruto de su criminalidad, y no van a dejar su oficio con bonitas palabras, con promesas, sino con la única fuerza que es capaz de contenerlos y exterminarlos. Si no le quieren llamar “guerra contra los narcos”, no le llamen así; pero hagan algo más para proteger al pueblo, al cual se deben. Y nosotros incentivemos nuestra pastoral evangelizadora, para ofrecer una formación del corazón que respete los derechos de los demás, a partir del encuentro con Cristo vivo y redentor.

PENSAR

Cuando el Papa Francisco vino a México, advirtió a los gobernantes y políticos: “Un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.

Y a los obispos:

“Les ruego por favor no minusvalorar el desafío ético y anti cívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia” (13-II-2016).

ACTUAR

Oremos por nuestros gobernantes y por la conversión de esos grupos. La oración es un arma muy poderosa. Y desde la familia, hay que educar para el trabajo, para el respeto a los demás, para la solidaridad, no abandonando a los propios hijos, ni destruyendo el propio hogar, porque de familias desintegradas se sirve el demonio para destruir a la sociedad.