La conservación de la biodiversidad -entendida como la variabilidad de los genes, las especies de flora y fauna silvestre y los ecosistemas- después de la pandemia COVID-19 ha ha logrado ligeros avances, mismos que vale la pena reconocer.
El primer tema es el relativo a la celebración de la 15ava Conferencia de las Partes del Convenio de Diversidad Biológica (COP15 – CDB) que tuvo lugar a principios de diciembre del 2022, en Montreal Canadá; si bien debió realizarse en 2020, tras haber sido pospuestas dos años las reuniones presenciales, los grupos de trabajo y equipos técnicos continuaron su labor de manera virtual, y después de negociaciones difíciles, dicha labor culminó con la aprobación del Marco Mundial de Diversidad Biológica (MMDB) Kumming – Montreal.
Este nuevo instrumento jurídico se sustenta en el uso de la ciencia para la toma de decisiones y es una guía de acciones encaminadas a salvaguardar la biodiversidad. Ahora, lo más desafiante será la implementación de este plan transformador para 2050.
El MMDB tiene 4 objetivos principales: a) detener la extinción antropogénica de las especies; b) reconocer la contribución de la naturaleza a la sociedad en general; c) considerar los beneficios de la utilización de los recursos genéticos (la información de las secuencias genéticas) y finalmente d) implementar las medidas necesarias con el uso correspondiente de los recursos financieros. También se señalan 23 metas para 2030; sin embargo, se reconoce como prioritario el proteger y conservar al menos el 30% de la biodiversidad terrestre y marina, por lo que se denominó coloquialmente como 30x30.
Por todo lo anterior, ahora más que nunca, las necesidades de conservación se deben de complementar con las de restauración de los ecosistemas.
La biodiversidad es necesaria para la vida; no obstante, los modelos de producción y de consumo que hemos desarrollado nos han llevado a generar un sinfín de problemas ambientales que afectan directamente a la diversidad biológica, me refiero a los impactos directos sobre especies y ecosistemas, ocasionados por la deforestación, la contaminación ambiental, el incremento de las emisiones de los gases de efecto invernadero, la sobrexplotación de las especies y el aumento de mercados ilegales de vida silvestre, entre otros; todos ellos generan cambios en el ciclo de vida y la dinámica sistémica, que repercuten de manera negativa.
Por primera vez, en la comunidad internacional, podemos ver el tema de cambio climático y conservación de la biodiversidad en igualdad de oportunidades con la idea fundamental de evitar el calentamiento en 1.5ºC y disminuir en 10 veces el uso que hacemos de las especies de flora y fauna silvestres y sus ecosistemas.
Biodiversidad y cambio climático van de la mano; las negociaciones internacionales han avanzado y posicionado ambas agendas a fin de frenar los daños y cambiar la lógica de desarrollo que ha imperado hasta ahora. Pero en ambos casos, esto implica corresponsabilidad y que desde nuestras respectivas trincheras estemos trabajando por alcanzar las metas planteadas en las COPs (Conferencias de las partes) respectivamente.
En mi opinión, estamos frente a una ventana de oportunidad para hacer cambios en nuestros hábitos y para que las generaciones presentes y futuras gocen de una verdadera calidad de vida. Una de las enseñanzas más importantes post-pandemia sería el reconocer que sin medio ambiente sano y biodiversidad no hay vida. Es hora de que todes pongamos nuestro granito de arena.