/ martes 30 de julio de 2019

¡Ya basta de mentiras económicas!

A poco más de seis meses de administración se ha logrado lo increíble: pérdida de empleos, fuga de empresas ante la incertidumbre de invertir en un país que no otorga garantías y aumento en las tasas de interés, así como en la inflación.

Una recesión se manifiesta con una caída general de la economía, es decir, en todos sus rubros, tomando como referencia de medición los dos últimos trimestres contabilizados. Hoy, dadas las circunstancias, México se encuentra de frente a una recesión que no será nada fácil de sortear con las circunstancias alrededor de ella.

Por un lado, nos encontramos con toma de decisiones apresuradas, infundadas, carentes de inteligencia y con un desdén absoluto por la economía del país, pensando en medidas que mantengan la popularidad por encima de la tranquilidad financiera de cada una de las y los mexicanos.

Esto, desde luego, deja de ser un ataque político sin sentido tomando en consideración el número de renuncias dentro del primer círculo del Gabinete Presidencial, siendo la más grave la del Secretario de Hacienda y Crédito Público, no sólo por la relevancia que tiene este cargo para la vida económica de un país, sino por la forma en que ocurrió, a través de señalamientos de amiguismo, corrupción y decisiones absurdas.

Por otro lado, no es viable recurrir a la circunstancia de una recesión provocada a nivel mundial o, incluso, tomando como referencia a los Estados Unidos de América.

No cabe duda, el foso económico en el que estamos metidos, y en el que podíamos caer aún más de forma por demás gravosa, es consecuencia de las malas decisiones de un gobierno que no tiene rumbo, que evita sus responsabilidades y que se encuentra hinchado por la soberbia y populismo; sí, ese populismo que se señaló hace muchos años y que se asumió como una falacia política.

Ya no sirven los discursos de odio; ya no valen las acusaciones ligeras; ya no es escudo la división entre pobres y ricos. Hoy, estamos a punto de generar más pobres y de lastimar a un país que entregó su esperanza a una mentira económica. Esta es, quizá, la última llamada para actuar como estadistas, como lo que no han sabido ser.

A poco más de seis meses de administración se ha logrado lo increíble: pérdida de empleos, fuga de empresas ante la incertidumbre de invertir en un país que no otorga garantías y aumento en las tasas de interés, así como en la inflación.

Una recesión se manifiesta con una caída general de la economía, es decir, en todos sus rubros, tomando como referencia de medición los dos últimos trimestres contabilizados. Hoy, dadas las circunstancias, México se encuentra de frente a una recesión que no será nada fácil de sortear con las circunstancias alrededor de ella.

Por un lado, nos encontramos con toma de decisiones apresuradas, infundadas, carentes de inteligencia y con un desdén absoluto por la economía del país, pensando en medidas que mantengan la popularidad por encima de la tranquilidad financiera de cada una de las y los mexicanos.

Esto, desde luego, deja de ser un ataque político sin sentido tomando en consideración el número de renuncias dentro del primer círculo del Gabinete Presidencial, siendo la más grave la del Secretario de Hacienda y Crédito Público, no sólo por la relevancia que tiene este cargo para la vida económica de un país, sino por la forma en que ocurrió, a través de señalamientos de amiguismo, corrupción y decisiones absurdas.

Por otro lado, no es viable recurrir a la circunstancia de una recesión provocada a nivel mundial o, incluso, tomando como referencia a los Estados Unidos de América.

No cabe duda, el foso económico en el que estamos metidos, y en el que podíamos caer aún más de forma por demás gravosa, es consecuencia de las malas decisiones de un gobierno que no tiene rumbo, que evita sus responsabilidades y que se encuentra hinchado por la soberbia y populismo; sí, ese populismo que se señaló hace muchos años y que se asumió como una falacia política.

Ya no sirven los discursos de odio; ya no valen las acusaciones ligeras; ya no es escudo la división entre pobres y ricos. Hoy, estamos a punto de generar más pobres y de lastimar a un país que entregó su esperanza a una mentira económica. Esta es, quizá, la última llamada para actuar como estadistas, como lo que no han sabido ser.