/ viernes 13 de diciembre de 2019

Diciembre y sus posadas | "...aquí no es mesón... sigan adelante..."

Son días en los que nos encontramos con nuestras propias verdades o mentiras; con los logros y con los fracasos, pero también es tiempo de reconciliación

Estamos en pleno diciembre y el invierno mexicano está a punto de hacer estragos en nuestro cuerpo y en el alma que algunas veces es friolenta, aunque busquemos el calorcito humano para darle color a su transparencia.

Son días en los que nos encontramos con nuestras propias verdades o mentiras; con los logros y con los fracasos, pero también es tiempo de reconciliación y de los mejores propósitos... Una especie de catarsis individual que no necesariamente trasciende a lo colectivo, porque los días de Navidad son colectivos en su iluminación, pero son, sobre todo, individuales: para pensar y recordar en el silencio de nuestro espacio silencioso.

En todo caso, en las zonas urbanas, las grandes ciudades, las grandes poblaciones con iglesia y jardín central, la gente ya comienza a hacer la vida de otra manera. Es como si se transformara y como si este mes fuera el más esperado porque contiene lo mismo intensidad a modo de fiesta –o en tono de melancolía si el alma está puesta de este color también humano-.

Pero ahí está el ambiente festivo a la mano: las esferitas, las luces de colores, el aroma a los abetos ahora tan de moda para colgarles las series intermitentes que suponen una mirada a nuestra ilusión feliz; el inolvidable aroma a mandarinas, a tejocotes, a ponche de frutas, a cacahuates, a colación sencilla, la de colores que se quedan en la lengua y cuyo sabor es inolvidable.

Y son estos días, que duran ocho días, en los que son las posadas, los de las letanías mientras se lleva a los peregrinos, José y María, en busca de un refugio en el que ella dará a luz a Jesús, el niño que luego habló de la hermandad, del amor entre seres humanos, el querernos y querer a los otros, el de ‘lo que es del César, al César, y 'lo que es de Dios, a Dios'... mientras se les ilumina con velitas de colores y letanías cariñosas... “Eeen el nombre del cieeeeelo, ooooos pido posaaaaada... pues no puede andaaaaaar, miiiiiespooooosaamaaaaaaaaaada...”

Cuando finalmente se abre la puerta para dar paso a los Peregrinos comienza la algarabía porque habrá de colocarse la figura del Niño Jesús que habrá nacido y ángeles y querubines comenzarán su canto mientras que los demás se dirigen a romper la piñata que es una estrella que tiene siete picos, exactamente los siete pecados capitales que habrán de ser destruidos para que de su destrozo caiga el placer de las frutas, los dulces, los chocolates...

Y luego... pues eso... a disfrutar ricas viandas, que pueden ser buñuelos con miel de piloncillo y tejocotes, que pueden ser quesadillas que no necesariamente tienen que ser de queso, o pambazos a la vieja usanza, pero sobre todo vendrá el baile al que todos están invitados...

Esto es así. Es la costumbre, sobre todo urbana. En los pueblos pequeños, en los ranchos, en las comunidades breves es más o menos lo mismo, aunque la carga religiosa es mayor, porque casi todo se hace en torno a la iglesia del lugar y con un sentido aún más litúrgico que lúdico.

Creative Commons

Estos días de Navidad han inspirado grandes obras. Un poco para recordarnos su significado como también para reclamarnos lo bueno y lo malo del ser humano que, al final de cuentas se redime y encuentra solución en los días de hermandad y armonía...

Charles Dickens, por ejemplo, escribió su “Cuento de Navidad” en 1843. Y es, digamos, el summum de los valores de la Navidad: ‘El señor Scrooge es un hombre avaro, tacaño y solitario, que no celebra la Navidad, y solo piensa en ganar dinero.

‘La víspera de una Navidad, Scrooge recibe la visita del fantasma de su antiguo socio, muerto años atrás. Este le cuenta que, por haber sido avaro en vida, toda su maldad se ha convertido en una larga y pesada cadena que debe arrastrar por toda la eternidad. Le anuncia que a él le espera un destino aún peor, y le avisa de que tendrá una última oportunidad de cambiar cuando reciba la visita de los tres espíritus de la Navidad.

‘Scrooge no se asusta y desafía la predicción. Esa noche aparecen los tres espíritus navideños: el del Pasado, que le hace recordar a Scrooge su niñez y juventud llena de melancolía y añoranza antes de su adicción por el trabajo y su desmedido afán de dinero.

pixabay.com

‘El del Presente hace ver al avaro la actual situación de la familia de su empleado Bob, que a pesar de su pobreza y de la enfermedad de su hijo Tim, celebra la navidad. También le muestra cómo todas las personas celebran la Navidad; incluso su propio sobrino, Fred, quien lo hace de una manera irónica pero alegre, ya que nadie quiere la presencia del avaro.

‘Antes de desaparecer a medianoche, el espíritu muestra a un par de niños de origen trágicamente humano: la necesidad.

‘El terrible y sombrío Espíritu del Futuro le muestra el destino de los avaros. Su casa saqueada, el recuerdo gris de sus amigos de la Bolsa de Valores, la muerte del pequeño Tim y lo más espantoso: su propia tumba, ante la cual Scrooge se horroriza de tal forma que suplica una nueva oportunidad para cambiar.

‘Entonces, el avaro despierta de su pesadilla y se convierte en un hombre generoso y amable, que celebra la Navidad y ayuda a quienes le rodean.’ Tan-tán. Este cuento de Navidad se ha acabado.

pixabay.com

Y así, también el relato de Oscar Wilde y su “Príncipe feliz”, cuya estatua estaba en la plaza central del lugar: “Toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada...”. ‘Era hermoso y feliz. Aunque desde esa altura podía ver a través de las ventanas de las casas y sus calles, lo que pasaba en el pueblo.

‘Y desde ahí veía los contrastes entre la opulencia de muchos y la gran pobreza de otros, que habrían de comenzar ese crudo invierno y la Navidad sin más que su propia tristeza. Predominaba la necesidad en aquella casa, y en la otra y en la otra.

‘Se posó a sus pies una golondrina que migraba en vista del invierno que ya estaba a punto. El príncipe le pide un favor, que sustraiga de su vestimenta una piedra preciosa y la lleve a aquella casa con tantas necesidades; y luego otra, y otra más de su propio rostro. La golondrina lo hace a regañadientes, pero bondadosa entrega todo. Con esto hará felices a muchos esta Navidad. Sin embargo al término de la tarea, el Príncipe ha quedado desgajado y sin joyas, en tanto que la golondrina que no pudo huir ya del invierno inclemente, muere congelada a sus pies...’ Tan-tán.

Happy Prince de Amu Su en behance.net

En la música también hay obras emblemáticas, como es “El cascanueces” de Piotr Ilich Tchaikowsky y que cada diciembre se representa en todo el mundo, a guisa de recuerdo de días felices en los que los contrastes se enfrentan, pero predomina la bondad y la felicidad, a modo de deseo y de expectativa, de quienes lo escuchan...

Es un pequeño concierto-ballet basado en la adaptación de Alejandro Dumas a una obra de E.T. Hoffman: “El cascanueces y los ratones”. El regalo de Navidad a María: ‘Un cascanueces en forma de príncipe”, por la noche cobra vida y su ejército habrá de luchar en contra del rey de los ratones y sus huestes: ganan los buenos, por supuesto, y María y el Príncipe se van en su trineo al mundo feliz, juntos...’

En México también se cuecen habas. Sor Juana Inés de la Cruz, entre 1676 y 1691,escribió algunos de sus villancicos. Estos se hicieron muy populares y se cantaban durante las posadas y Navidad, afuera delos atrios de las iglesias de la capital de la Nueva España. Son, al mismo tiempo, poemas como cantos religiosos y alabanzas por la inminente llegada de la Navidad.

O la obra emblemática de Ignacio Manuel Altamirano: “La Navidad en las montañas”. La escribió en 1871 y relata el encuentro entre un capitán, que luego de combatir en la Guerra de Reforma (1858-1861), vaga por algún lugar de las serranías de México, y un cura español, quien lleva a la práctica la construcción social en un pueblo perdido en la serranía. Son dos personajes antagónicos, pero con ideales idénticos y quienes se encuentran es la víspera de la navidad, para hablar de todo, y de la solución, que es la creación de un mundo justo, y por lo mismo, feliz.

Pues todo esto es en realidad es un pretexto porque ya están aquí las posadas, y se acerca la Navidad, cuando los seres humanos nos llenamos de ese espíritu de diciembre y nos decimos unos a otros, con el corazón en la mano: “que seas muy feliz... en las ciudades, en las montañas, en los mares, en los desiertos, en la serranía, en los poblados más lejanos, en los ríos; ya lejos, ya cerca... en cualquier lugar de México: todos, juntos en días en los que “te quiero mucho” tiene un significado particular. Ni más, ni menos.


joelhsantiago@gmail.com

Estamos en pleno diciembre y el invierno mexicano está a punto de hacer estragos en nuestro cuerpo y en el alma que algunas veces es friolenta, aunque busquemos el calorcito humano para darle color a su transparencia.

Son días en los que nos encontramos con nuestras propias verdades o mentiras; con los logros y con los fracasos, pero también es tiempo de reconciliación y de los mejores propósitos... Una especie de catarsis individual que no necesariamente trasciende a lo colectivo, porque los días de Navidad son colectivos en su iluminación, pero son, sobre todo, individuales: para pensar y recordar en el silencio de nuestro espacio silencioso.

En todo caso, en las zonas urbanas, las grandes ciudades, las grandes poblaciones con iglesia y jardín central, la gente ya comienza a hacer la vida de otra manera. Es como si se transformara y como si este mes fuera el más esperado porque contiene lo mismo intensidad a modo de fiesta –o en tono de melancolía si el alma está puesta de este color también humano-.

Pero ahí está el ambiente festivo a la mano: las esferitas, las luces de colores, el aroma a los abetos ahora tan de moda para colgarles las series intermitentes que suponen una mirada a nuestra ilusión feliz; el inolvidable aroma a mandarinas, a tejocotes, a ponche de frutas, a cacahuates, a colación sencilla, la de colores que se quedan en la lengua y cuyo sabor es inolvidable.

Y son estos días, que duran ocho días, en los que son las posadas, los de las letanías mientras se lleva a los peregrinos, José y María, en busca de un refugio en el que ella dará a luz a Jesús, el niño que luego habló de la hermandad, del amor entre seres humanos, el querernos y querer a los otros, el de ‘lo que es del César, al César, y 'lo que es de Dios, a Dios'... mientras se les ilumina con velitas de colores y letanías cariñosas... “Eeen el nombre del cieeeeelo, ooooos pido posaaaaada... pues no puede andaaaaaar, miiiiiespooooosaamaaaaaaaaaada...”

Cuando finalmente se abre la puerta para dar paso a los Peregrinos comienza la algarabía porque habrá de colocarse la figura del Niño Jesús que habrá nacido y ángeles y querubines comenzarán su canto mientras que los demás se dirigen a romper la piñata que es una estrella que tiene siete picos, exactamente los siete pecados capitales que habrán de ser destruidos para que de su destrozo caiga el placer de las frutas, los dulces, los chocolates...

Y luego... pues eso... a disfrutar ricas viandas, que pueden ser buñuelos con miel de piloncillo y tejocotes, que pueden ser quesadillas que no necesariamente tienen que ser de queso, o pambazos a la vieja usanza, pero sobre todo vendrá el baile al que todos están invitados...

Esto es así. Es la costumbre, sobre todo urbana. En los pueblos pequeños, en los ranchos, en las comunidades breves es más o menos lo mismo, aunque la carga religiosa es mayor, porque casi todo se hace en torno a la iglesia del lugar y con un sentido aún más litúrgico que lúdico.

Creative Commons

Estos días de Navidad han inspirado grandes obras. Un poco para recordarnos su significado como también para reclamarnos lo bueno y lo malo del ser humano que, al final de cuentas se redime y encuentra solución en los días de hermandad y armonía...

Charles Dickens, por ejemplo, escribió su “Cuento de Navidad” en 1843. Y es, digamos, el summum de los valores de la Navidad: ‘El señor Scrooge es un hombre avaro, tacaño y solitario, que no celebra la Navidad, y solo piensa en ganar dinero.

‘La víspera de una Navidad, Scrooge recibe la visita del fantasma de su antiguo socio, muerto años atrás. Este le cuenta que, por haber sido avaro en vida, toda su maldad se ha convertido en una larga y pesada cadena que debe arrastrar por toda la eternidad. Le anuncia que a él le espera un destino aún peor, y le avisa de que tendrá una última oportunidad de cambiar cuando reciba la visita de los tres espíritus de la Navidad.

‘Scrooge no se asusta y desafía la predicción. Esa noche aparecen los tres espíritus navideños: el del Pasado, que le hace recordar a Scrooge su niñez y juventud llena de melancolía y añoranza antes de su adicción por el trabajo y su desmedido afán de dinero.

pixabay.com

‘El del Presente hace ver al avaro la actual situación de la familia de su empleado Bob, que a pesar de su pobreza y de la enfermedad de su hijo Tim, celebra la navidad. También le muestra cómo todas las personas celebran la Navidad; incluso su propio sobrino, Fred, quien lo hace de una manera irónica pero alegre, ya que nadie quiere la presencia del avaro.

‘Antes de desaparecer a medianoche, el espíritu muestra a un par de niños de origen trágicamente humano: la necesidad.

‘El terrible y sombrío Espíritu del Futuro le muestra el destino de los avaros. Su casa saqueada, el recuerdo gris de sus amigos de la Bolsa de Valores, la muerte del pequeño Tim y lo más espantoso: su propia tumba, ante la cual Scrooge se horroriza de tal forma que suplica una nueva oportunidad para cambiar.

‘Entonces, el avaro despierta de su pesadilla y se convierte en un hombre generoso y amable, que celebra la Navidad y ayuda a quienes le rodean.’ Tan-tán. Este cuento de Navidad se ha acabado.

pixabay.com

Y así, también el relato de Oscar Wilde y su “Príncipe feliz”, cuya estatua estaba en la plaza central del lugar: “Toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada...”. ‘Era hermoso y feliz. Aunque desde esa altura podía ver a través de las ventanas de las casas y sus calles, lo que pasaba en el pueblo.

‘Y desde ahí veía los contrastes entre la opulencia de muchos y la gran pobreza de otros, que habrían de comenzar ese crudo invierno y la Navidad sin más que su propia tristeza. Predominaba la necesidad en aquella casa, y en la otra y en la otra.

‘Se posó a sus pies una golondrina que migraba en vista del invierno que ya estaba a punto. El príncipe le pide un favor, que sustraiga de su vestimenta una piedra preciosa y la lleve a aquella casa con tantas necesidades; y luego otra, y otra más de su propio rostro. La golondrina lo hace a regañadientes, pero bondadosa entrega todo. Con esto hará felices a muchos esta Navidad. Sin embargo al término de la tarea, el Príncipe ha quedado desgajado y sin joyas, en tanto que la golondrina que no pudo huir ya del invierno inclemente, muere congelada a sus pies...’ Tan-tán.

Happy Prince de Amu Su en behance.net

En la música también hay obras emblemáticas, como es “El cascanueces” de Piotr Ilich Tchaikowsky y que cada diciembre se representa en todo el mundo, a guisa de recuerdo de días felices en los que los contrastes se enfrentan, pero predomina la bondad y la felicidad, a modo de deseo y de expectativa, de quienes lo escuchan...

Es un pequeño concierto-ballet basado en la adaptación de Alejandro Dumas a una obra de E.T. Hoffman: “El cascanueces y los ratones”. El regalo de Navidad a María: ‘Un cascanueces en forma de príncipe”, por la noche cobra vida y su ejército habrá de luchar en contra del rey de los ratones y sus huestes: ganan los buenos, por supuesto, y María y el Príncipe se van en su trineo al mundo feliz, juntos...’

En México también se cuecen habas. Sor Juana Inés de la Cruz, entre 1676 y 1691,escribió algunos de sus villancicos. Estos se hicieron muy populares y se cantaban durante las posadas y Navidad, afuera delos atrios de las iglesias de la capital de la Nueva España. Son, al mismo tiempo, poemas como cantos religiosos y alabanzas por la inminente llegada de la Navidad.

O la obra emblemática de Ignacio Manuel Altamirano: “La Navidad en las montañas”. La escribió en 1871 y relata el encuentro entre un capitán, que luego de combatir en la Guerra de Reforma (1858-1861), vaga por algún lugar de las serranías de México, y un cura español, quien lleva a la práctica la construcción social en un pueblo perdido en la serranía. Son dos personajes antagónicos, pero con ideales idénticos y quienes se encuentran es la víspera de la navidad, para hablar de todo, y de la solución, que es la creación de un mundo justo, y por lo mismo, feliz.

Pues todo esto es en realidad es un pretexto porque ya están aquí las posadas, y se acerca la Navidad, cuando los seres humanos nos llenamos de ese espíritu de diciembre y nos decimos unos a otros, con el corazón en la mano: “que seas muy feliz... en las ciudades, en las montañas, en los mares, en los desiertos, en la serranía, en los poblados más lejanos, en los ríos; ya lejos, ya cerca... en cualquier lugar de México: todos, juntos en días en los que “te quiero mucho” tiene un significado particular. Ni más, ni menos.


joelhsantiago@gmail.com

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