El tiempo parece haberse detenido. Cuántos recuerdos dejaste en las calles de tu querida Aguascalientes, cuando todo el mundo te decía, “Miguelito”. Muchos momentos se agolpan en el pecho que parece nos va explotar.
Un hecho es verdadero: seguirás vivo hasta el fin de los tiempos.
La madrugada de ayer ha sido la más eterna, no es lo mismo tenerte inerte en un funeral que derrochando alegría, como siempre te caracterizaste. No es lo mismo, pues la negación de saber que te fuiste acaba de aterrizar y no se querrá ir quien sabe hasta cuando.
A las seis de la mañana en punto se cumplió la palabra del señor: Polvo eres y en polvo te convertirás.
No hace falta decir lo diferente que amaneció Aguascalientes, o será que el trinar de los pájaros se descompuso, tal vez el sol no es tan brillante como otros días. No lo sé, podría ser mi corazón que en estos momentos también ha dejado de latir, no escucha, no siente.
Escucho sin escuchar a la gente que grita tu hombre mientras avanza el cortejo fúnebre con la urna de mármol blanco que guardó tus cenizas, a tu paso quedan desoladas esas calles que, te digo, alguna vez te vieron caminar hasta convertirte en un hombre.
“¡Torero, torero, torero!”
Tus fieles aficionados, los que te vitorearon en aquellas tardes de gloria, desgranan sus gargantas para ensalzarte por última vez. Cuántas veces no pasaste por las mismas veredas enfundado en luces, con el miedo de enfrentar a tu gran amigo el toro; o bien de regreso con la sonrisa del triunfo, o con la amargura de haber fracasado. ¡Cuantas veces, Miguel!
Son las 15:45, allá asoma Palacio de Gobierno, allá espera el homenaje, de esos que más pesan y que nos hacen recordar la frase de Amado Nervo: En vida hermano, en vida.
El camino a la última morada se acorta, los hombros pesan más que de costumbre, pero que gusto da ver a todos tus amigos presentes, acompañándote en este, tú último adiós, lo cual mitiga este corazón marchitado.
Y como si no fuera suficiente, cual dagas que se clavan en mi alma parecen los repiques de las campanas de catedral que guarda para bendecir tu espíritu. Finalmente, Miguel, las puertas del paraíso ya están enfrente. La liturgia, esta vez religiosa, nos habla de resignación y que los tiempos de Dios son los más sabios; hágase su voluntad.
Espera un poco más, aguanta corazón no seas cobarde.
¡Qué Miguel tiene que dar su última vuelta al ruedo de la Monumental!
Ese cortejo fúnebre que contrasta con la alegría de esta tierra debe terminar.
Sigue dejando esbozos de tus historia a cada metro que queda atrás, apuntes que de pronto me llegan a la mente de instantes dentro y fuera de los rudos. Hay tanto de ti, Miguel, en esta ciudad, que tu vida me pasó por la cabeza como película a cámara lenta mientras proseguimos como parte del cortejo. Lenta, como lenta era tu mano izquierda al torear.
Ya el ocaso alista sus mejores ropas, negras, tenían que ser, como negros vamos todos vestidos detrás de ti. La Monumental abrió sus puertas a las 17:15 horas.
¡Ahí viene el maestro!
¡Ole, torero!
¡Vuelta al ruedo pletórica, apoteósica!
¡Aplausos al gran Armilla!
¡Se va un grande!
¡Se fue por la Puerta Grande!