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¿Se acuerdan a qué edad dijeron su primera grosería? ¿Cuándo formaron parte central de tu vocabulario? ¿Les pasa, como a nosotros, que hay cosas que ya no puedes decir, sin groserías? Ahora, lo más importante: ¿tus hijos dicen? ¿Te consta o lo sospechas?
En un país donde la mayoría de la gente se comunica a través de groserías y donde la FIFA tuvo que amenazar con imponer castigos por el uso de una palabra excluyente, los papás estamos inmersos en la gran dicotomía de enseñar, explicar y dejar que nuestros hijos construyan su propio criterio sin imposiciones doctrinales.
Diego y Carlos hablan entre ellos como muchos amigos. Libremente y -aparentemente- inmunes a las groserías que llevan diciendo desde la primaria (Carlos desde 2°, Diego no se acuerda porque su hermano mayor las dice desde que tiene memoria).
El reto para ambos ya es otro: sus hijos comienzan a hablar y, como buenos bebés, repiten todo como grabadora. Esta semana comparten su experiencia, postura y recomendaciones en torno a las palabras que nos definen como mexicanos, partiendo de la noción general -no sabemos si correcta- de que un niño grosero “se escucha horrible”.