/ viernes 3 de diciembre de 2021

Iguanas, la casa del rock en Tijuana

El escenario, a unos pasos de la garita internacional con San Diego, California, tuvo entre otros a Red Hot Chilli Peppers, Nine Inch Nails (NIN), Dr. Dree, Sepultura y The Ramones, aunque quizás la banda más recordada es Nirvana

“Se veía nada más como un cubote grande. Me acuerdo que estaba pintado de blanco por fuera, y nomás tenía un letrero de Iguanas. Era todo”.

Así recuerda Gerardo León Barrios al bar que en Tijuana recibió entre 1989 y 1994 a un sinnúmero de exponentes de rock, punk, algo de metal y someramente hip-hop, que años después alcanzarían fama internacional.

➡️El pesado pasado de los conciertos de heavy metal

El escenario, a unos pasos de la garita internacional con San Diego, California, tuvo entre otros a Red Hot Chilli Peppers, Nine Inch Nails (NIN), Dr. Dree, Sepultura y The Ramones, aunque quizás la banda más recordada es Nirvana.

La voz de Kurt Cobain, rasgada y melancólicamente furiosa igual que el sonido que arrancaba a las cuerdas de su guitarra, impresionaron a Gerardo León, que entonces rondaba los 20 años de edad.

Cobain tirado, retorciéndose sin perder nunca los acordes, Cobain y el bajista Kris Novoselic lanzando al aire y contra el escenario sus instrumentos ante un lugar atiborrado.

“No eran los super famosos, pero ya los identificaba muy bien”, cuenta Gerardo con inconfundible acento de la Ciudad de México.

A 30 años de distancia, sentado ante una mesa de concreto en medio de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UABC en Tijuana, intenta describir aquella noche, la segunda en que Nirvana y Kurt visitaron esta ciudad.

“Era un figurón. Esa figura como muy autista, una cosa así. Pero muy intenso, entonces transmitía esa atmósfera (...) Era muy callado, no interactuaba mucho con el público. Ya andaba en su viaje yo creo”, continúa.

La primera vez que la banda estuvo en Tijuana ya había grabado su álbum Bleach, el primero de su breve discografía que empezó antes de los 90.

En 1991 llegó Nevermind, el trabajo que los inmortalizaría, aunque en el video que hoy conserva la web de la presentación fechada en 1990, la banda toca Breed, una de las piezas de ese segundo disco.

León Barrios, ahora profesor investigador en la carrera de Comunicación, reconoce que mudarse a Tijuana con sus 17 años de edad le permitió vivir la música que por entonces en Ciudad de México únicamente se conseguía cara y escasamente en discos.

Los viajes previos a esta frontera con su padre fueron otra ventana que le permitieron entender el vínculo de esta ciudad con el rock, la música que conoció en su infancia por algunas influencias familiares y de conocidos.

“Sabía que en Tijuana había una relación, una influencia de lo que pasaba en California por amigos que venían, compraban música y regresaban”, cuenta.

Ya viviendo en la frontera frecuentó Iguanas entre 1989 y 1991, así que escuchó a bandas como The Ramones, NIN, Social Distortion, Soundgarden, Rage against the machine y L.A. Guns.

“Luego empecé a entender que Tijuana había sido una plataforma de rock muy importante, que fue influencia para el centro de México, con el mismo Javier Bátiz”, dice.

EL IGUANAS

El Iguanas, con su pasillo alumbrado por luces neón, sobrevive apenas en una vívida crónica del periodista John D´Agostino publicada por el L.A. Times en 1991; en la videograbación de Nirvana en 1990 y en algunos afiches de presentaciones rescatados digitalmente.

Era una estructura de tres niveles con balcones que conectaba por una escalera a un patio en el que los asistentes se reunían a beber cerveza tranquilamente (también se vendía durante el concierto), antes de sumergirse en la experiencia que hoy es casi una leyenda.

Un escenario, una pista y una fiesta con tintes de caos.

“Adentro era todo pintado de negro, no había nada, nada (...) Sonaban súper bien. Hacia los tres pisos tenían las bocinas, el escenario se veía muy bien. Se hizo para un patio de este tipo, un patio rock”, dice Gerardo León.

Acaso, agrega, algunas sillas de plástico que en los momentos más eufóricos eran arrojadas a los aires por los asistentes, en su mayoría norteamericanos que cruzaban la frontera para convertirse en mayores de edad desde los 18 años, no a los 21 como manda Estados Unidos.

“Venían muchos morros y se ponían hasta el copete”, dice el profesor de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC).

Los prohibidos y temerarios saltos desde los balcones hacia el público en el nivel inferior, impedidos por el rudo personal de seguridad cuando alcanzaba a hacerlo, también nutren la historia de un sitio peligroso y atractivo donde prevalecía la furia juvenil.

“Estaba pensado netamente para los norteamericanos”, agrega Gerardo, quien como hijo de un empleado del Grupo Caliente, propietario de la Plaza Pueblo Amigo donde fue habilitado el bar, conseguía pases para entrar a los conciertos.

Él, su hermano y algunos amigos se contaban entre los pocos mexicanos que visitaban el bar los sábados para escuchar música en vivo de bandas que por entonces comenzaban su carrera y se animaban a tocar donde hubiera oportunidad.

LA FIESTA IT’S OVER

Cuando el rock sonaba en el bar Iguanas, el resto de la oferta nocturna en Tijuana, además de sus casi míticos burdeles y cantinas, se concentraba en las discotecas.

Crónicas periodísticas dan cuenta incluso de que éstas eran comúnmente frecuentadas por miembros del Cártel Arellano Félix, el de la familia que en las últimas dos décadas del siglo pasado creó en este rincón de México un imperio de sangre y millones de dólares con el narcotráfico.

Esa violencia es uno de los motivos que comúnmente se da para explicar el fin del Iguanas, pero Gerardo León cree que también influyeron otras cosas como una oferta en San Diego para competir con Tijuana.

Otra de las historias detrás del fin es que uno o dos jóvenes habrían muerto durante un concierto de la banda brasileña Sepultura, aunque no hay rastros fidedignos sobre eso.

“No recuerdo, porque hubiera sido un escándalo que se hubieran muerto allí. Sí se lastimaban mucho y a veces llegaban a caer hasta en el piso, brazos rotos y así, pero no recuerdo sinceramente que haya caído y se haya muerto uno”, dice Gerardo.

Solo sabe que la asistencia comenzó a ser cada vez más reducida y que los dueños llevaron otras propuestas musicales quizá en un intento por seguir adelante, pero la hoguera se apagó.

Y el mismo año en que dejó de escucharse el sistema de sonido en el Iguanas, Kurt Cobain fue hallado en su casa de Seattle con un disparo de escopeta en la cabeza, luego de un frenético, fugaz y doloroso episodio como celebridad.

Gerardo en ese entonces estudiaba la universidad, y aunque no volvió a ver a Nirvana en concierto, supo de sus andanzas.

Aquel cubo enorme a espaldas de lo que hoy es el Hotel Pueblo Amigo se convirtió entonces en un lugar de conciertos que visitaron bandas de rock en español y más tarde en una discoteca.

Para este último proyecto, la mole fue revestida simulando una construcción prehispánica alumbrada por focos de colores cálidos y hoy es un table dance que conserva esa misma estructura ajena a su origen y a su historia.

Al final, Gerardo sostiene que no hubo tal cosa como un “efecto Iguanas” en Tijuana porque era un lugar pensado para la juventud norteamericana, pero aunque así haya sido, su influencia y su leyenda seguramente no lo dejarán morir.

“Se veía nada más como un cubote grande. Me acuerdo que estaba pintado de blanco por fuera, y nomás tenía un letrero de Iguanas. Era todo”.

Así recuerda Gerardo León Barrios al bar que en Tijuana recibió entre 1989 y 1994 a un sinnúmero de exponentes de rock, punk, algo de metal y someramente hip-hop, que años después alcanzarían fama internacional.

➡️El pesado pasado de los conciertos de heavy metal

El escenario, a unos pasos de la garita internacional con San Diego, California, tuvo entre otros a Red Hot Chilli Peppers, Nine Inch Nails (NIN), Dr. Dree, Sepultura y The Ramones, aunque quizás la banda más recordada es Nirvana.

La voz de Kurt Cobain, rasgada y melancólicamente furiosa igual que el sonido que arrancaba a las cuerdas de su guitarra, impresionaron a Gerardo León, que entonces rondaba los 20 años de edad.

Cobain tirado, retorciéndose sin perder nunca los acordes, Cobain y el bajista Kris Novoselic lanzando al aire y contra el escenario sus instrumentos ante un lugar atiborrado.

“No eran los super famosos, pero ya los identificaba muy bien”, cuenta Gerardo con inconfundible acento de la Ciudad de México.

A 30 años de distancia, sentado ante una mesa de concreto en medio de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UABC en Tijuana, intenta describir aquella noche, la segunda en que Nirvana y Kurt visitaron esta ciudad.

“Era un figurón. Esa figura como muy autista, una cosa así. Pero muy intenso, entonces transmitía esa atmósfera (...) Era muy callado, no interactuaba mucho con el público. Ya andaba en su viaje yo creo”, continúa.

La primera vez que la banda estuvo en Tijuana ya había grabado su álbum Bleach, el primero de su breve discografía que empezó antes de los 90.

En 1991 llegó Nevermind, el trabajo que los inmortalizaría, aunque en el video que hoy conserva la web de la presentación fechada en 1990, la banda toca Breed, una de las piezas de ese segundo disco.

León Barrios, ahora profesor investigador en la carrera de Comunicación, reconoce que mudarse a Tijuana con sus 17 años de edad le permitió vivir la música que por entonces en Ciudad de México únicamente se conseguía cara y escasamente en discos.

Los viajes previos a esta frontera con su padre fueron otra ventana que le permitieron entender el vínculo de esta ciudad con el rock, la música que conoció en su infancia por algunas influencias familiares y de conocidos.

“Sabía que en Tijuana había una relación, una influencia de lo que pasaba en California por amigos que venían, compraban música y regresaban”, cuenta.

Ya viviendo en la frontera frecuentó Iguanas entre 1989 y 1991, así que escuchó a bandas como The Ramones, NIN, Social Distortion, Soundgarden, Rage against the machine y L.A. Guns.

“Luego empecé a entender que Tijuana había sido una plataforma de rock muy importante, que fue influencia para el centro de México, con el mismo Javier Bátiz”, dice.

EL IGUANAS

El Iguanas, con su pasillo alumbrado por luces neón, sobrevive apenas en una vívida crónica del periodista John D´Agostino publicada por el L.A. Times en 1991; en la videograbación de Nirvana en 1990 y en algunos afiches de presentaciones rescatados digitalmente.

Era una estructura de tres niveles con balcones que conectaba por una escalera a un patio en el que los asistentes se reunían a beber cerveza tranquilamente (también se vendía durante el concierto), antes de sumergirse en la experiencia que hoy es casi una leyenda.

Un escenario, una pista y una fiesta con tintes de caos.

“Adentro era todo pintado de negro, no había nada, nada (...) Sonaban súper bien. Hacia los tres pisos tenían las bocinas, el escenario se veía muy bien. Se hizo para un patio de este tipo, un patio rock”, dice Gerardo León.

Acaso, agrega, algunas sillas de plástico que en los momentos más eufóricos eran arrojadas a los aires por los asistentes, en su mayoría norteamericanos que cruzaban la frontera para convertirse en mayores de edad desde los 18 años, no a los 21 como manda Estados Unidos.

“Venían muchos morros y se ponían hasta el copete”, dice el profesor de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC).

Los prohibidos y temerarios saltos desde los balcones hacia el público en el nivel inferior, impedidos por el rudo personal de seguridad cuando alcanzaba a hacerlo, también nutren la historia de un sitio peligroso y atractivo donde prevalecía la furia juvenil.

“Estaba pensado netamente para los norteamericanos”, agrega Gerardo, quien como hijo de un empleado del Grupo Caliente, propietario de la Plaza Pueblo Amigo donde fue habilitado el bar, conseguía pases para entrar a los conciertos.

Él, su hermano y algunos amigos se contaban entre los pocos mexicanos que visitaban el bar los sábados para escuchar música en vivo de bandas que por entonces comenzaban su carrera y se animaban a tocar donde hubiera oportunidad.

LA FIESTA IT’S OVER

Cuando el rock sonaba en el bar Iguanas, el resto de la oferta nocturna en Tijuana, además de sus casi míticos burdeles y cantinas, se concentraba en las discotecas.

Crónicas periodísticas dan cuenta incluso de que éstas eran comúnmente frecuentadas por miembros del Cártel Arellano Félix, el de la familia que en las últimas dos décadas del siglo pasado creó en este rincón de México un imperio de sangre y millones de dólares con el narcotráfico.

Esa violencia es uno de los motivos que comúnmente se da para explicar el fin del Iguanas, pero Gerardo León cree que también influyeron otras cosas como una oferta en San Diego para competir con Tijuana.

Otra de las historias detrás del fin es que uno o dos jóvenes habrían muerto durante un concierto de la banda brasileña Sepultura, aunque no hay rastros fidedignos sobre eso.

“No recuerdo, porque hubiera sido un escándalo que se hubieran muerto allí. Sí se lastimaban mucho y a veces llegaban a caer hasta en el piso, brazos rotos y así, pero no recuerdo sinceramente que haya caído y se haya muerto uno”, dice Gerardo.

Solo sabe que la asistencia comenzó a ser cada vez más reducida y que los dueños llevaron otras propuestas musicales quizá en un intento por seguir adelante, pero la hoguera se apagó.

Y el mismo año en que dejó de escucharse el sistema de sonido en el Iguanas, Kurt Cobain fue hallado en su casa de Seattle con un disparo de escopeta en la cabeza, luego de un frenético, fugaz y doloroso episodio como celebridad.

Gerardo en ese entonces estudiaba la universidad, y aunque no volvió a ver a Nirvana en concierto, supo de sus andanzas.

Aquel cubo enorme a espaldas de lo que hoy es el Hotel Pueblo Amigo se convirtió entonces en un lugar de conciertos que visitaron bandas de rock en español y más tarde en una discoteca.

Para este último proyecto, la mole fue revestida simulando una construcción prehispánica alumbrada por focos de colores cálidos y hoy es un table dance que conserva esa misma estructura ajena a su origen y a su historia.

Al final, Gerardo sostiene que no hubo tal cosa como un “efecto Iguanas” en Tijuana porque era un lugar pensado para la juventud norteamericana, pero aunque así haya sido, su influencia y su leyenda seguramente no lo dejarán morir.

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