/ sábado 22 de octubre de 2022

Guns N' Roses, la banda más peligrosa del mundo 

Guns N Roses saltó la noche del viernes al escenario con casi su alineación original. Sólo quedan vestigios, hay que decirlo, de aquel Axl Rose sex symbol

En los años 80, un visor de Geffen Records, Tom Zutaut, recibió una orden de su jefe, el multimillonario David Geffen: “ve a las cloacas y tráeme una banda”.

Esa banda fue Guns N Roses.

Considerada durante varios años como el grupo de rock más peligroso del mundo por los disturbios violentos que provocaban sus conciertos, esta banda fue impregnada de una mitología que en 2022 sigue moviendo masas. Pocas cosas tan atractivas como la crudeza digerible y tarareable. Música rasposa que puede corearse, dedicarse, presumirse. Eso sucedió esta noche en el viejo Estadio Azul, ahora llamado Estadio de la Ciudad de los Deportes, un nombre que le viene bien al hogar que este 22 de octubre albergó la gran adrenalina que sigue representando Guns N Roses: escucharlos es llevar al límite la energía hasta el cansancio que dejan las horas del gimnasio. Sudor y dolor muscular. El rock and roll en su lado más salvaje, sin dejar lo pop.

Guns N Roses saltó la noche del viernes al escenario con casi su alineación original. Sólo quedan vestigios, hay que decirlo, de aquel Axl Rose sex symbol, con su lado redneck que tanta polémica propició. Su voz se escucha cansada, pero los coros y la superproduccion le hicieron un gran favor: por momentos, muy pocos, el público recordó a ese Axl que protagonizó tantos posters.

Slash. Su forma de tocar sigue impecable. Sucia. Sencilla y bluesera. Toca su Gibson mejor que nunca. Su ímpetu, sin embargo, es menor que en aquellos años de Los Ángeles, cuando la banda se conformaba con heroína, alcohol o cocaína como sueldo. La banda, naturalmente, ya no se queda en hoteles de paso.

El bajista Duff McKagan es un hilo. Todo en él es delgado menos el bajo, que suena denso, que reverbera en cada rincón del estadio. Él fue quien quiso salvar a Kurt Cobain (vocalistay guitarrista de Nirvana) del suicidio. No pudo. Él sí se salvó. Fue adicto a la heroína por más de una década. También vio morir a Scott Weiland, gran ídolo del grande.

El concierto transcurre. Venden cerveza. Helados de limón. Hace 30 años no vendían esto. Guns en el escenario. Comienza Welcome to the jungle.

“En cuanto los vi, supe que tenían algo, que conservaban esa esencia del rock, esa rebeldía que ya estaba perdida entre tanto glam”, confesaría años después Zutaut en una entrevista con The New York Times en 2005.n

Esa banda fue Guns N Roses, que cerró con ma recta final: Sweet Child o Mine. Y luego, Paradise City, que puede ser Los Angeles, donde nacieron ellos. O Ciudad de México, donde estamos ahora.

En los años 80, un visor de Geffen Records, Tom Zutaut, recibió una orden de su jefe, el multimillonario David Geffen: “ve a las cloacas y tráeme una banda”.

Esa banda fue Guns N Roses.

Considerada durante varios años como el grupo de rock más peligroso del mundo por los disturbios violentos que provocaban sus conciertos, esta banda fue impregnada de una mitología que en 2022 sigue moviendo masas. Pocas cosas tan atractivas como la crudeza digerible y tarareable. Música rasposa que puede corearse, dedicarse, presumirse. Eso sucedió esta noche en el viejo Estadio Azul, ahora llamado Estadio de la Ciudad de los Deportes, un nombre que le viene bien al hogar que este 22 de octubre albergó la gran adrenalina que sigue representando Guns N Roses: escucharlos es llevar al límite la energía hasta el cansancio que dejan las horas del gimnasio. Sudor y dolor muscular. El rock and roll en su lado más salvaje, sin dejar lo pop.

Guns N Roses saltó la noche del viernes al escenario con casi su alineación original. Sólo quedan vestigios, hay que decirlo, de aquel Axl Rose sex symbol, con su lado redneck que tanta polémica propició. Su voz se escucha cansada, pero los coros y la superproduccion le hicieron un gran favor: por momentos, muy pocos, el público recordó a ese Axl que protagonizó tantos posters.

Slash. Su forma de tocar sigue impecable. Sucia. Sencilla y bluesera. Toca su Gibson mejor que nunca. Su ímpetu, sin embargo, es menor que en aquellos años de Los Ángeles, cuando la banda se conformaba con heroína, alcohol o cocaína como sueldo. La banda, naturalmente, ya no se queda en hoteles de paso.

El bajista Duff McKagan es un hilo. Todo en él es delgado menos el bajo, que suena denso, que reverbera en cada rincón del estadio. Él fue quien quiso salvar a Kurt Cobain (vocalistay guitarrista de Nirvana) del suicidio. No pudo. Él sí se salvó. Fue adicto a la heroína por más de una década. También vio morir a Scott Weiland, gran ídolo del grande.

El concierto transcurre. Venden cerveza. Helados de limón. Hace 30 años no vendían esto. Guns en el escenario. Comienza Welcome to the jungle.

“En cuanto los vi, supe que tenían algo, que conservaban esa esencia del rock, esa rebeldía que ya estaba perdida entre tanto glam”, confesaría años después Zutaut en una entrevista con The New York Times en 2005.n

Esa banda fue Guns N Roses, que cerró con ma recta final: Sweet Child o Mine. Y luego, Paradise City, que puede ser Los Angeles, donde nacieron ellos. O Ciudad de México, donde estamos ahora.

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