/ sábado 7 de julio de 2018

Acordanza

Morir escribiendo. En recuerdo a María Luisa Mendoza

Me dicen que todavía el martes anterior a su muerte, ocurrida el viernes 29 de junio, María Luisa, la querida, exaltada, barroca, pispireta, divertida, inteligente, aguda China Mendoza, ya en el hospital de Nutrición, dictó su último artículo que se publicaría el sábado en el Excélsior, el diario donde colaboraba.

En el periódico El Zócalo, nació al periodismo siendo una joven que traía como bagaje en su cabeza llena de pájaros, macetas de helechos, frescos corredores que daban al patio, tías tan antiguas como el siglo XIX, abanicos de plumas, muñecas de porcelana, herrajes artísticos de balcones hacia la calle, cortinas de terciopelo, santos o niños de Atocha de las casonas de la ciudad de Guanajuato, donde vio la luz primera, los libros leídos en la carrera de Letras Modernas de la Universidad Nacional Autónoma de México, como los de su amado e inspirador Marcel Proust; y las teatralidades, con sus personas y personajes, sus escenografías, sus directores y dramaturgos estudiados en la carrera de Teatro del INBA. Fue allí donde se hizo amiguísima de Héctor Azar, uno de los grandes impulsores de nuestros escenarios-.

La conocí personalmente aquí, en la redacción de nuestro Sol de México, en la década de los setenta, cuando colaboraba en las páginas editoriales que dirigía su entonces esposo, el escritor Edmundo Domínguez Aragonés.

Era una mujer expansiva, cálida, fácil para hacer amigos y más si se trataba de una colega mujer y joven.

Cuando me invitó a su casa de la calle de Sabino, en la colonia San Rafael, quedé admirada porque el barroquismo de su lenguaje y de la sintaxis de su prosa, se reflejaba en ese gusto ecléctico, donde lo minúsculo como porcelanas, soldaditos de plomo, souvenirs de viaje, se hablaba de tú con los cuadros de Coronel, de Corzas, de Gironella…

Entonces la China estaba en la cúspide de su fama: era la periodista y escritora más famosa de México, amiga de Carlos Fuentes y de Gabriel García Márquez, la única mujer comentarista del programa “24 horas” de Zabludowsky, premiada y múltiples veces laureada… Sin embargo, al correr el tiempo las academias de Letras, con su elitismo, las nuevas investigadoras universitarias, y quizá el público, la olvidaron, la pusieron en el estante de la literatura femenina, como un bibelot de porcelana perdido en una antigua vitrina… Pero sus libros magníficos allí están, esperando a que los leamos: su biografía sobre Carmen Serdán, Tris de Sol; sus novelas: Con él, conmigo, con nosotros tres; De Ausencia;El Perro de la Escribana: las antologías de sus artículos: La O por lo redondo y Trompo a la Uña. El delicioso libro de Las Cosas, donde trenza memorias, ocurrencias y juegos de lenguaje a propósito de eso que llamamos “cosas” y que tienen que ver tanto con las de uso cotidiano, objetivas como una taza, una mecedora, una máquina de coser, subjetivas como: el olvido, la memoria, los sueños… Tomo de este libro un parrafito de “Los agujeros” : “El alma tiene agujeros, no hay vuelta de hoja, ¿podrían ser los ojos, la boca, las orejas y la nariz? El almerío habita su propia casa del cuerpo con seis balcones a la calle y una puerta privada. Los desgarrones del alma no cuentan, son de nacencia y se van agrandando con la vida. Todos llevamos remiendos en los hoyos de adentro. Lo malo es agujerar el corazón”.

Morir escribiendo. En recuerdo a María Luisa Mendoza

Me dicen que todavía el martes anterior a su muerte, ocurrida el viernes 29 de junio, María Luisa, la querida, exaltada, barroca, pispireta, divertida, inteligente, aguda China Mendoza, ya en el hospital de Nutrición, dictó su último artículo que se publicaría el sábado en el Excélsior, el diario donde colaboraba.

En el periódico El Zócalo, nació al periodismo siendo una joven que traía como bagaje en su cabeza llena de pájaros, macetas de helechos, frescos corredores que daban al patio, tías tan antiguas como el siglo XIX, abanicos de plumas, muñecas de porcelana, herrajes artísticos de balcones hacia la calle, cortinas de terciopelo, santos o niños de Atocha de las casonas de la ciudad de Guanajuato, donde vio la luz primera, los libros leídos en la carrera de Letras Modernas de la Universidad Nacional Autónoma de México, como los de su amado e inspirador Marcel Proust; y las teatralidades, con sus personas y personajes, sus escenografías, sus directores y dramaturgos estudiados en la carrera de Teatro del INBA. Fue allí donde se hizo amiguísima de Héctor Azar, uno de los grandes impulsores de nuestros escenarios-.

La conocí personalmente aquí, en la redacción de nuestro Sol de México, en la década de los setenta, cuando colaboraba en las páginas editoriales que dirigía su entonces esposo, el escritor Edmundo Domínguez Aragonés.

Era una mujer expansiva, cálida, fácil para hacer amigos y más si se trataba de una colega mujer y joven.

Cuando me invitó a su casa de la calle de Sabino, en la colonia San Rafael, quedé admirada porque el barroquismo de su lenguaje y de la sintaxis de su prosa, se reflejaba en ese gusto ecléctico, donde lo minúsculo como porcelanas, soldaditos de plomo, souvenirs de viaje, se hablaba de tú con los cuadros de Coronel, de Corzas, de Gironella…

Entonces la China estaba en la cúspide de su fama: era la periodista y escritora más famosa de México, amiga de Carlos Fuentes y de Gabriel García Márquez, la única mujer comentarista del programa “24 horas” de Zabludowsky, premiada y múltiples veces laureada… Sin embargo, al correr el tiempo las academias de Letras, con su elitismo, las nuevas investigadoras universitarias, y quizá el público, la olvidaron, la pusieron en el estante de la literatura femenina, como un bibelot de porcelana perdido en una antigua vitrina… Pero sus libros magníficos allí están, esperando a que los leamos: su biografía sobre Carmen Serdán, Tris de Sol; sus novelas: Con él, conmigo, con nosotros tres; De Ausencia;El Perro de la Escribana: las antologías de sus artículos: La O por lo redondo y Trompo a la Uña. El delicioso libro de Las Cosas, donde trenza memorias, ocurrencias y juegos de lenguaje a propósito de eso que llamamos “cosas” y que tienen que ver tanto con las de uso cotidiano, objetivas como una taza, una mecedora, una máquina de coser, subjetivas como: el olvido, la memoria, los sueños… Tomo de este libro un parrafito de “Los agujeros” : “El alma tiene agujeros, no hay vuelta de hoja, ¿podrían ser los ojos, la boca, las orejas y la nariz? El almerío habita su propia casa del cuerpo con seis balcones a la calle y una puerta privada. Los desgarrones del alma no cuentan, son de nacencia y se van agrandando con la vida. Todos llevamos remiendos en los hoyos de adentro. Lo malo es agujerar el corazón”.

ÚLTIMASCOLUMNAS
domingo 20 de diciembre de 2020

Acordanza

Tere Ponce

domingo 29 de noviembre de 2020

Acordanza

Tere Ponce

domingo 15 de noviembre de 2020

Acordanza

Tere Ponce

domingo 08 de noviembre de 2020

Acordanza

Tere Ponce

domingo 01 de noviembre de 2020

Acordanza

Tere Ponce

domingo 25 de octubre de 2020

Acordanza

Tere Ponce

domingo 18 de octubre de 2020

Acordanza

Tere Ponce

Cargar Más