/ domingo 22 de octubre de 2023

Arabia antes y después de Mahoma (II)

La toma de La Meca en 630 por Mahoma y sus seguidores representa para el naciente credo un paso fundamental: significará la unificación política, cultural y religiosa (luego de las llamadas guerras de la apostasía o “ridda”) de las diversas tribus árabes coexistentes en aquel entonces a través de la imposición formal de la nueva fe religiosa monoteísta mediante el establecimiento de una Comunidad originaria de nuevos Creyentes (“Umma”) a la que la muerte del profeta en 632, lejos de desestabilizar, fortificó, dando lugar al nacimiento de los primeros “califatos”, los “rashidun”. Cargo vicarial en el que durante los próximos 30 años habrán de sucederse cuatro de los discípulos más cercanos al Profeta: Abu Bakr as-Siddiq, Úmar Ibn-al-Jattab, Uthmán ibn Affán y Ali ibn Abi Tálib, siendo durante el periodo de Uthmán en el que habría de redactarse su hoy milenario documento fundacional: el “Corán”.

Sin embargo, el fenómeno que habrá de causar mayor expectación será la sorprendentemente veloz expansión militar que desplegaron, en gran medida detonada por la muerte de Mahoma y favorecida a su vez por la crisis generalizada en la que estaban inmensos en aquellos años el Imperio Romano de Oriente -debido a las fuertes luchas ideológicas intestinas que lo sacudían-, así como el imperio Sasánida, que no tardó en sucumbir ante el embate árabe. Una década le bastó a los árabes para hacerse de los territorios comprendidos entre los límites con el Asia Central y Egipto, comprendido el Cercano Oriente y la península arábiga, pero lograr el control de esta enorme porción geográfica del mundo antiguo no les era suficiente. Querían más.

El siguiente objetivo de su expansión era lograr ocupar Europa, pero en vez de penetrar rumbo al corazón del Imperio Bizantino, decidieron ir hacia el Occidente, avanzando por zonas que le eran más vulnerables, esto es, a lo largo de toda la porción norte del continente africano para de ahí conquistar casi toda la península hispánica hasta ser detenidos en 711 en Poitiers por Pipino el Breve. Periplo a través del cual, como bien lo han advertido los estudiosos del tema y el gran historiador francés Henri Pirenne en particular, se gestó un doble proceso cultural: por un lado, el de arabización, por el otro, el de la islamización. El primero, implicando la adopción en diversas poblaciones a su paso de la lengua y costumbres árabes. El segundo, el de la conversión social hacia la nueva fe.

Proceso dual al que debe agregarse uno más, extra árabe y extra islámico: el de haber recuperado y devuelto a Occidente, tras su migración mediterránea desde el Oriente, gran parte del saber grecolatino que -derivado de las invasiones barbáricas y posterior caída del Imperio Romano de Occidente- había quedado olvidado. Un bagaje cultural del que el mismo pueblo árabe había abrevado y al que habría de nutrir en aquel momento histórico en diversos campos del conocimiento, particularmente en medicina, filosofía, derecho, astronomía y matemáticas.

Derivado de ello, una pregunta que podría hacerse es la siguiente: ¿cómo concebían o se explicaban los diferentes pueblos esta ola árabe? La respuesta no es sencilla, sobre todo porque las fuentes son escasas, y más lo son por cuanto a informar sobre la región del Hiyaz (donde se ubicaban Medina y La Meca), pero hacia los siglos VII y VIII, muchas de ellas coinciden en que la avanzada árabe era un castigo divino frente a los diversos excesos cometidos por los jerarcas en turno y ante las desgastantes luchas religiosas. Pero también es cierto que para muchos en Oriente la nueva fe y el nuevo Dios no eran ajenos a la fe de Moisés y al Dios de Abraham.

Eduardo Manzano aporta un testimonio del siglo IX por demás elocuente, procedente de Dionisio de Tellmahré. En él, se da cuenta de que Mahoma mismo, luego de haber entablado relación con los judíos de Palestina, no sólo había reconocido la rigidez de su monoteísmo, sino también el hecho de que de ellos había aceptado la Torah y los Evangelios. Otro caso sería el de algunos autores griegos que a los árabes llaman “magaritai”, como deformación de “bnay Hagar” o “hijos de Hagar”, en alusión a la concubina de Abraham y madre de Ismael. En pocas palabras, no había duda de que los vasos genéticos de ambos credos estaban intercomunicados y, por lo tanto, no eran ajenos uno del otro: se sabían procedentes de un mismo tronco religioso. Y algo más, de especial importancia: entre los siglos VII y IX, las crónicas no hablan tanto de una expansión musulmana sino de las conquistas de los árabes, haciendo mayor referencia a sus avances militares que a su conquista religiosa.

¿Cómo entender entonces al fenómeno islámico? ¿Fue tan receptivo? ¿Por qué dejó de expandirse? Manzano invoca una hipótesis explicativa sugerente, la de Sacheddina, según la cual la noción del Islam “fue anterior en su proyección política a su proyección religiosa”. El problema es “cómo y por qué se creó tal entidad política”. (Continuará)

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

La toma de La Meca en 630 por Mahoma y sus seguidores representa para el naciente credo un paso fundamental: significará la unificación política, cultural y religiosa (luego de las llamadas guerras de la apostasía o “ridda”) de las diversas tribus árabes coexistentes en aquel entonces a través de la imposición formal de la nueva fe religiosa monoteísta mediante el establecimiento de una Comunidad originaria de nuevos Creyentes (“Umma”) a la que la muerte del profeta en 632, lejos de desestabilizar, fortificó, dando lugar al nacimiento de los primeros “califatos”, los “rashidun”. Cargo vicarial en el que durante los próximos 30 años habrán de sucederse cuatro de los discípulos más cercanos al Profeta: Abu Bakr as-Siddiq, Úmar Ibn-al-Jattab, Uthmán ibn Affán y Ali ibn Abi Tálib, siendo durante el periodo de Uthmán en el que habría de redactarse su hoy milenario documento fundacional: el “Corán”.

Sin embargo, el fenómeno que habrá de causar mayor expectación será la sorprendentemente veloz expansión militar que desplegaron, en gran medida detonada por la muerte de Mahoma y favorecida a su vez por la crisis generalizada en la que estaban inmensos en aquellos años el Imperio Romano de Oriente -debido a las fuertes luchas ideológicas intestinas que lo sacudían-, así como el imperio Sasánida, que no tardó en sucumbir ante el embate árabe. Una década le bastó a los árabes para hacerse de los territorios comprendidos entre los límites con el Asia Central y Egipto, comprendido el Cercano Oriente y la península arábiga, pero lograr el control de esta enorme porción geográfica del mundo antiguo no les era suficiente. Querían más.

El siguiente objetivo de su expansión era lograr ocupar Europa, pero en vez de penetrar rumbo al corazón del Imperio Bizantino, decidieron ir hacia el Occidente, avanzando por zonas que le eran más vulnerables, esto es, a lo largo de toda la porción norte del continente africano para de ahí conquistar casi toda la península hispánica hasta ser detenidos en 711 en Poitiers por Pipino el Breve. Periplo a través del cual, como bien lo han advertido los estudiosos del tema y el gran historiador francés Henri Pirenne en particular, se gestó un doble proceso cultural: por un lado, el de arabización, por el otro, el de la islamización. El primero, implicando la adopción en diversas poblaciones a su paso de la lengua y costumbres árabes. El segundo, el de la conversión social hacia la nueva fe.

Proceso dual al que debe agregarse uno más, extra árabe y extra islámico: el de haber recuperado y devuelto a Occidente, tras su migración mediterránea desde el Oriente, gran parte del saber grecolatino que -derivado de las invasiones barbáricas y posterior caída del Imperio Romano de Occidente- había quedado olvidado. Un bagaje cultural del que el mismo pueblo árabe había abrevado y al que habría de nutrir en aquel momento histórico en diversos campos del conocimiento, particularmente en medicina, filosofía, derecho, astronomía y matemáticas.

Derivado de ello, una pregunta que podría hacerse es la siguiente: ¿cómo concebían o se explicaban los diferentes pueblos esta ola árabe? La respuesta no es sencilla, sobre todo porque las fuentes son escasas, y más lo son por cuanto a informar sobre la región del Hiyaz (donde se ubicaban Medina y La Meca), pero hacia los siglos VII y VIII, muchas de ellas coinciden en que la avanzada árabe era un castigo divino frente a los diversos excesos cometidos por los jerarcas en turno y ante las desgastantes luchas religiosas. Pero también es cierto que para muchos en Oriente la nueva fe y el nuevo Dios no eran ajenos a la fe de Moisés y al Dios de Abraham.

Eduardo Manzano aporta un testimonio del siglo IX por demás elocuente, procedente de Dionisio de Tellmahré. En él, se da cuenta de que Mahoma mismo, luego de haber entablado relación con los judíos de Palestina, no sólo había reconocido la rigidez de su monoteísmo, sino también el hecho de que de ellos había aceptado la Torah y los Evangelios. Otro caso sería el de algunos autores griegos que a los árabes llaman “magaritai”, como deformación de “bnay Hagar” o “hijos de Hagar”, en alusión a la concubina de Abraham y madre de Ismael. En pocas palabras, no había duda de que los vasos genéticos de ambos credos estaban intercomunicados y, por lo tanto, no eran ajenos uno del otro: se sabían procedentes de un mismo tronco religioso. Y algo más, de especial importancia: entre los siglos VII y IX, las crónicas no hablan tanto de una expansión musulmana sino de las conquistas de los árabes, haciendo mayor referencia a sus avances militares que a su conquista religiosa.

¿Cómo entender entonces al fenómeno islámico? ¿Fue tan receptivo? ¿Por qué dejó de expandirse? Manzano invoca una hipótesis explicativa sugerente, la de Sacheddina, según la cual la noción del Islam “fue anterior en su proyección política a su proyección religiosa”. El problema es “cómo y por qué se creó tal entidad política”. (Continuará)

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli