/ viernes 13 de noviembre de 2020

Biden

Nunca me cayó bien Trump, representa y significa mucho de lo despreciable en la política: la frivolidad, el egocentrismo, la falta de convicciones y un odio prácticamente hacia todo con lo el que no se identifica. No puedo dejar de expresar que me genera gran alegría su derrota, sobre todo por una posición de congruencia, desde el Senado tuvimos una posición crítica y combativa a sus constantes insultos a México.

A pesar de la derrota de Trump, dista mucho que el triunfo de Biden sea motivo para festejar por sí mismo. Sorprende que muchos analistas políticos en México vean la victoria de Joe Biden como propia, un hecho de reivindicación civilizatoria o como naturalmente positivo para los mexicanos, cuando aún no se tiene evidencia. En el lapso en que Biden fue vicepresidente durante la administración de Obama, si bien en el discurso se apoyaba a los migrantes, en los primeros 3 años de su gobierno se realizaron más de 1 millón de deportaciones, cifra que supera por mucho a las 650 mil deportaciones realizadas en los 3 primeros años del gobierno de Trump. En pocas palabras, hubo más deportados con Biden que con Trump. Es cierto que la relación con Obama-Biden era de cortesía, pero no exenta de tensiones. Otro impacto de su presidencia podrá provocarse si busca concluir la guerra comercial con China, lo que será benéfico para Estados Unidos, pero profundizará contradicciones con México.

El discurso de Biden sin duda da señales esperanzadoras: reconciliación, diálogo, civilidad y con un sentido de progreso que Trump nunca tuvo. Además, que al único sector que mencionó explícitamente en su mensaje de victoria fue a los docentes. Pero hay que distinguir las actitudes y cortesía con los hechos políticos, por lo que la nueva administración podría convertirse en un puño de hierro dentro de un guante de seda.

Al parecer, Biden proporcionará un liderazgo más institucional, centrado y sensato, con una dirección más clara, que recuerda el papado de transición del Papa Juan XXIII, que se caracterizó por ser breve en gran parte por la edad al asumir el cargo, 77 años, misma edad de Biden y el cual mencionó “No puedo mirar demasiado lejos en el tiempo”. De primera instancia es difícil que busque un segundo mandato, continuar su agenda política o tenga ambiciones personales más allá de la presidencial, lo que le permitirá centrarse en la estabilidad y el principal reto, revertir la gran exclusión y desigualdad derivada del Neoliberalismo que potenció a Trump, al mismo tiempo dará estabilidad y certeza al stablishment. Pero de eso a que necesariamente sea algo bueno para México, habrá que ser prudentes y esperar.

Nunca me cayó bien Trump, representa y significa mucho de lo despreciable en la política: la frivolidad, el egocentrismo, la falta de convicciones y un odio prácticamente hacia todo con lo el que no se identifica. No puedo dejar de expresar que me genera gran alegría su derrota, sobre todo por una posición de congruencia, desde el Senado tuvimos una posición crítica y combativa a sus constantes insultos a México.

A pesar de la derrota de Trump, dista mucho que el triunfo de Biden sea motivo para festejar por sí mismo. Sorprende que muchos analistas políticos en México vean la victoria de Joe Biden como propia, un hecho de reivindicación civilizatoria o como naturalmente positivo para los mexicanos, cuando aún no se tiene evidencia. En el lapso en que Biden fue vicepresidente durante la administración de Obama, si bien en el discurso se apoyaba a los migrantes, en los primeros 3 años de su gobierno se realizaron más de 1 millón de deportaciones, cifra que supera por mucho a las 650 mil deportaciones realizadas en los 3 primeros años del gobierno de Trump. En pocas palabras, hubo más deportados con Biden que con Trump. Es cierto que la relación con Obama-Biden era de cortesía, pero no exenta de tensiones. Otro impacto de su presidencia podrá provocarse si busca concluir la guerra comercial con China, lo que será benéfico para Estados Unidos, pero profundizará contradicciones con México.

El discurso de Biden sin duda da señales esperanzadoras: reconciliación, diálogo, civilidad y con un sentido de progreso que Trump nunca tuvo. Además, que al único sector que mencionó explícitamente en su mensaje de victoria fue a los docentes. Pero hay que distinguir las actitudes y cortesía con los hechos políticos, por lo que la nueva administración podría convertirse en un puño de hierro dentro de un guante de seda.

Al parecer, Biden proporcionará un liderazgo más institucional, centrado y sensato, con una dirección más clara, que recuerda el papado de transición del Papa Juan XXIII, que se caracterizó por ser breve en gran parte por la edad al asumir el cargo, 77 años, misma edad de Biden y el cual mencionó “No puedo mirar demasiado lejos en el tiempo”. De primera instancia es difícil que busque un segundo mandato, continuar su agenda política o tenga ambiciones personales más allá de la presidencial, lo que le permitirá centrarse en la estabilidad y el principal reto, revertir la gran exclusión y desigualdad derivada del Neoliberalismo que potenció a Trump, al mismo tiempo dará estabilidad y certeza al stablishment. Pero de eso a que necesariamente sea algo bueno para México, habrá que ser prudentes y esperar.