/ viernes 23 de febrero de 2024

¿Construcción de paz o de democracia? 

por Andrea Chavarría Reyes


“Queremos vivir en una verdadera democracia”. Así fueron las consignas ciudadanas demandadas por miles de mexicanos y mexicanas el pasado domingo 18 de febrero, con motivo de la Marcha por la Democracia. En aquella mañana atravesada por la efervescencia política que vive el país, las exigencias de la marea rosa giraron en torno a elecciones libres y transparentes en dirección al próximo 2 de junio, así como el respeto a las instituciones democráticas, cuyos quehaceres son fundamentales para el equilibrio entre poderes y la vigencia de los pesos y contrapesos.

Dicha movilización ciudadana aconteció en un momento crítico para el complejo escenario político y social gestado en el país. Tan solo unos días previos a la manifestación, el presidente López Obrador afirmó que, de cara a las elecciones de este año, “no hay ningún riesgo, el país está en paz, hay tranquilidad, hay gobernabilidad”. Sin embargo, el Índice de Paz México 2023 proyecta que el país ha estado experimentando un deterioro en paz positiva, el cual ha sido impulsado por el empeoramiento del dominio de las Instituciones, que mide la eficacia de las organizaciones administrativas, y el dominio de las Actitudes, que captura la forma en que se interrelacionan los ciudadanos y los grupos sociales.

Estas tendencias nos obligan a examinar la relación bidireccional entre paz y democracia, en donde la ausencia de uno pone en peligro al otro. En este sentido, la fragmentación de la democracia mexicana (incentivada por la polarización, las múltiples violencias, las instituciones debilitadas, y el anhelo presidencial de realizar cambios de fondo en los poderes Judicial y Legislativo, así como la eliminación de organismos constitucionales autónomos), conlleva graves repercusiones para el desarrollo y la construcción de paz dentro y entre la sociedad.

Hoy más que nunca es esencial concebir que la base para una sociedad democrática y pacífica es la convivencia regulada por principios categóricos (Rendón, 2013), por estructuras institucionales eficientes capaces de canalizar las demandas ciudadanas y la frustración social. Por esta razón, es necesario que tanto la paz como la democracia sean construidas de manera paralela e interseccional para la edificación de una sociedad equitativa y resiliente, en donde todas las personas puedan alcanzar su potencial. La pasada Marcha por la Democracia representa el rayo de esperanza para transicionar hacia ese camino; es un recordatorio de que, a pesar de los enormes desafíos, el espíritu de la democracia y el anhelo por la paz siguen vivos entre los corazones de los mexicanos y mexicanas.

por Andrea Chavarría Reyes


“Queremos vivir en una verdadera democracia”. Así fueron las consignas ciudadanas demandadas por miles de mexicanos y mexicanas el pasado domingo 18 de febrero, con motivo de la Marcha por la Democracia. En aquella mañana atravesada por la efervescencia política que vive el país, las exigencias de la marea rosa giraron en torno a elecciones libres y transparentes en dirección al próximo 2 de junio, así como el respeto a las instituciones democráticas, cuyos quehaceres son fundamentales para el equilibrio entre poderes y la vigencia de los pesos y contrapesos.

Dicha movilización ciudadana aconteció en un momento crítico para el complejo escenario político y social gestado en el país. Tan solo unos días previos a la manifestación, el presidente López Obrador afirmó que, de cara a las elecciones de este año, “no hay ningún riesgo, el país está en paz, hay tranquilidad, hay gobernabilidad”. Sin embargo, el Índice de Paz México 2023 proyecta que el país ha estado experimentando un deterioro en paz positiva, el cual ha sido impulsado por el empeoramiento del dominio de las Instituciones, que mide la eficacia de las organizaciones administrativas, y el dominio de las Actitudes, que captura la forma en que se interrelacionan los ciudadanos y los grupos sociales.

Estas tendencias nos obligan a examinar la relación bidireccional entre paz y democracia, en donde la ausencia de uno pone en peligro al otro. En este sentido, la fragmentación de la democracia mexicana (incentivada por la polarización, las múltiples violencias, las instituciones debilitadas, y el anhelo presidencial de realizar cambios de fondo en los poderes Judicial y Legislativo, así como la eliminación de organismos constitucionales autónomos), conlleva graves repercusiones para el desarrollo y la construcción de paz dentro y entre la sociedad.

Hoy más que nunca es esencial concebir que la base para una sociedad democrática y pacífica es la convivencia regulada por principios categóricos (Rendón, 2013), por estructuras institucionales eficientes capaces de canalizar las demandas ciudadanas y la frustración social. Por esta razón, es necesario que tanto la paz como la democracia sean construidas de manera paralela e interseccional para la edificación de una sociedad equitativa y resiliente, en donde todas las personas puedan alcanzar su potencial. La pasada Marcha por la Democracia representa el rayo de esperanza para transicionar hacia ese camino; es un recordatorio de que, a pesar de los enormes desafíos, el espíritu de la democracia y el anhelo por la paz siguen vivos entre los corazones de los mexicanos y mexicanas.