/ viernes 15 de octubre de 2021

Construir paz viendo para atrás 

Por Arturo Duque

El pasado es una cuestión extrañísima. Lo que pasó, pasó y nada puede cambiarlo. La historia está escrita y las identidades, construidas a partir de ella, se desarrollan en una carretera de un solo sentido y sin retornos. No hay forma de volver atrás, lo único que nos queda es lo que permanece a la vista de nuestros espejos retrovisores. En cada vehículo se montan individuos, familias, grupos sociales, etnias, religiones, nacionalidades... Sin importar el tamaño del vehículo, los espejos permanecen ajustados a las necesidades de quién conduce, inamovibles.

El pasado (lo acontecido) no puede cambiar, sin embargo, hemos visto recientemente que la historia sí. La historia, como lo propone Peter Burke (What is Cultural History?, 2004), implica el estudio del pasado y la preocupación por lo simbólico y su interpretación, aspectos que dotan de flexibilidad a la disciplina histórica. La consideración de lo que Mijail Bajtin nombró como polifonía, todas las voces que pueden oírse en un mismo texto; la función que juega el discurso, el lenguaje y el control del pensamiento que ejercen instituciones en el poder a partir de la exclusión (lo que Foucault llama la microfísica del poder) son algunos de los elementos a considerar en el quehacer de la historia. Una consideración en la que las relaciones que tiene la sociedad con lo histórico pueden estar sujetas a discusión, porque lo que siempre ha sido, no tiene que siempre ser.

El pasado 12 de octubre (una fecha cargada de una gran relevancia histórica) la Jefa de Gobierno anunció que será una réplica de la escultura de la joven de Amajac la que ocupará el lugar que ha dejado la estatua de Cristóbal Colón en el Paseo de la Reforma. La modificación del espacio público es una muestra simbólica de lo que conlleva la revisión de nuestro pasado común. Revisar nuestro pasado no implica un desapego a las identidades que se han construido a lo largo de generaciones.

No se pretende dar vuelta en U por el camino recorrido en la construcción de nuestras identidades; sino brindarles movilidad a esos espejos retrovisores para comprender mejor las otras miradas. Voltear a ver los caminos recorridos por otros para que las identidades que desarrollemos hacia adelante puedan converger con mayor empatía y menor temor hacia ese Otro que no va en nuestro vehículo, buscando que al menos podamos compartir el camino. No busca cambiar quienes fuimos, sino entender mejor quiénes son los demás para encaminarnos hacia un futuro que considere el quién seremos y cómo seremos mejores.\u0009\u0009

Por Arturo Duque

El pasado es una cuestión extrañísima. Lo que pasó, pasó y nada puede cambiarlo. La historia está escrita y las identidades, construidas a partir de ella, se desarrollan en una carretera de un solo sentido y sin retornos. No hay forma de volver atrás, lo único que nos queda es lo que permanece a la vista de nuestros espejos retrovisores. En cada vehículo se montan individuos, familias, grupos sociales, etnias, religiones, nacionalidades... Sin importar el tamaño del vehículo, los espejos permanecen ajustados a las necesidades de quién conduce, inamovibles.

El pasado (lo acontecido) no puede cambiar, sin embargo, hemos visto recientemente que la historia sí. La historia, como lo propone Peter Burke (What is Cultural History?, 2004), implica el estudio del pasado y la preocupación por lo simbólico y su interpretación, aspectos que dotan de flexibilidad a la disciplina histórica. La consideración de lo que Mijail Bajtin nombró como polifonía, todas las voces que pueden oírse en un mismo texto; la función que juega el discurso, el lenguaje y el control del pensamiento que ejercen instituciones en el poder a partir de la exclusión (lo que Foucault llama la microfísica del poder) son algunos de los elementos a considerar en el quehacer de la historia. Una consideración en la que las relaciones que tiene la sociedad con lo histórico pueden estar sujetas a discusión, porque lo que siempre ha sido, no tiene que siempre ser.

El pasado 12 de octubre (una fecha cargada de una gran relevancia histórica) la Jefa de Gobierno anunció que será una réplica de la escultura de la joven de Amajac la que ocupará el lugar que ha dejado la estatua de Cristóbal Colón en el Paseo de la Reforma. La modificación del espacio público es una muestra simbólica de lo que conlleva la revisión de nuestro pasado común. Revisar nuestro pasado no implica un desapego a las identidades que se han construido a lo largo de generaciones.

No se pretende dar vuelta en U por el camino recorrido en la construcción de nuestras identidades; sino brindarles movilidad a esos espejos retrovisores para comprender mejor las otras miradas. Voltear a ver los caminos recorridos por otros para que las identidades que desarrollemos hacia adelante puedan converger con mayor empatía y menor temor hacia ese Otro que no va en nuestro vehículo, buscando que al menos podamos compartir el camino. No busca cambiar quienes fuimos, sino entender mejor quiénes son los demás para encaminarnos hacia un futuro que considere el quién seremos y cómo seremos mejores.\u0009\u0009