/ miércoles 3 de enero de 2018

Contienda y salud mental

La normalidad, la plena estabilidad difícilmente se encuentran en la mayoría de las personas. En nuestro desarrollo, en nuestra actividad, en la relación con los demás existe siempre un grado de exaltación del temperamento. La normalidad, además de aburrida, sería hermana del conformismo, la quietud física e intelectual que impide o inhibe la imaginación y la creatividad. Los grandes hombres, los artistas, los pensadores, los innovadores, políticos y jefes de Estado tuvieron rasgos que salen de lo común analizados y definidos en la distancia y el tiempo. Juan Sebastian Bach, Beethoven, pero también Shakespeare, Cervantes o Einstein no fueron sólo seres superdotados, mentes brillantes, sino exaltados creadores y renovadores, críticos e inconformes con lo establecido.

Los hombres del poder han sido también, en mayor o menor grado individuos anormales si se los compara con la generalidad. En El Poder en la Enfermedad, David Owen, analiza la mentalidad, natural o desarrollada del líder político, el dirigente, el jefe de Estado, sus inclinaciones que llegan, en sus aspectos negativos a la paranoia, a la alucinación o a la fantasía, y en algunos casos a la violencia. El hombre de estado presenta también extraordinarias capacidad y aspiración al dominio, a la imposición de su voluntad, de sus principios y convicciones. No todo en el político, en el líder o el dirigente es negativo, pero es habitual referirse a dictadores o políticos  que ejercieron un gran poder como ejemplos de perversidad. José Stalin, Adolfo Hitler, Francisco Franco o Augusto Pinochet aparecen entre los malos, los opresores. Pero en su libro, Owen se refiere también a hombres o mujeres que en el ejercicio del poder han contribuido a las mejores causas de la Humanidad. John F. Kennedy, Charles de Gaulle, Francois Mitterrand y otros no nombrados pero evidentemente  factores que han contribuido al progreso de la civilización y la organización social.

Exacerbados en el afán de poder, algunos grandes líderes incurren en el autoritarismo, la injusticia, la opresión  y hasta el crimen. Pero hay también, ha habido quienes con esos grados de anormalidad,  de una mentalidad fuera de lo común, han ejercido o ejercen el poder para bien. Innovar, crear para el bienestar de sus semejantes son características de la política entendida como la práctica de lo posible sin olvidar los principios y los ideales que la animan.

El aún precandidato del PRI-PVEM-Nueva Alianza, José Antonio Meade, propone exámenes de salud física y mental, de capacidad y preparación a los aspirantes a la Presidencia de la República. Él mismo ofrece hacer públicos los resultados de su situación rumbo al primero de julio. En apariencia la propuesta de Meade resultaría innecesaria y sobrante si se tiene en cuenta que ni en la generalidad del ser humano ni en la personalidad del dirigente político es deseable encontrar la absoluta normalidad. Sin embargo, la propuesta de Meade resulta pertinente y oportuna, no en busca de la estéril plena  salud según los estándares de la siquiatría o los juicios sobre trayectorias, intereses o capacidades de la persona. Se trata, sí, de la posibilidad de salir al paso de ejemplos de clara e indudable perturbación de la personalidad y la mente en algunos casos recientes o presentes que caracterizan a ciertos hombres del poder. Si se hubiera hecho un examen siquiátrico a hombres como Donald Trump, la población de los Estados Unidos y de buena parte del mundo no estarían preguntándose si al votar por el actual presidente no eligieron al poseedor de una mentalidad  y de una serie de deformaciones que constituyen un peligro y una amenaza para la comunidad. Lejos de rechazarla, la oferta del candidato del PRI debería ser ponderada y puesta en práctica para bien de nuestra sociedad.

srio28@prodigy.net-mx

La normalidad, la plena estabilidad difícilmente se encuentran en la mayoría de las personas. En nuestro desarrollo, en nuestra actividad, en la relación con los demás existe siempre un grado de exaltación del temperamento. La normalidad, además de aburrida, sería hermana del conformismo, la quietud física e intelectual que impide o inhibe la imaginación y la creatividad. Los grandes hombres, los artistas, los pensadores, los innovadores, políticos y jefes de Estado tuvieron rasgos que salen de lo común analizados y definidos en la distancia y el tiempo. Juan Sebastian Bach, Beethoven, pero también Shakespeare, Cervantes o Einstein no fueron sólo seres superdotados, mentes brillantes, sino exaltados creadores y renovadores, críticos e inconformes con lo establecido.

Los hombres del poder han sido también, en mayor o menor grado individuos anormales si se los compara con la generalidad. En El Poder en la Enfermedad, David Owen, analiza la mentalidad, natural o desarrollada del líder político, el dirigente, el jefe de Estado, sus inclinaciones que llegan, en sus aspectos negativos a la paranoia, a la alucinación o a la fantasía, y en algunos casos a la violencia. El hombre de estado presenta también extraordinarias capacidad y aspiración al dominio, a la imposición de su voluntad, de sus principios y convicciones. No todo en el político, en el líder o el dirigente es negativo, pero es habitual referirse a dictadores o políticos  que ejercieron un gran poder como ejemplos de perversidad. José Stalin, Adolfo Hitler, Francisco Franco o Augusto Pinochet aparecen entre los malos, los opresores. Pero en su libro, Owen se refiere también a hombres o mujeres que en el ejercicio del poder han contribuido a las mejores causas de la Humanidad. John F. Kennedy, Charles de Gaulle, Francois Mitterrand y otros no nombrados pero evidentemente  factores que han contribuido al progreso de la civilización y la organización social.

Exacerbados en el afán de poder, algunos grandes líderes incurren en el autoritarismo, la injusticia, la opresión  y hasta el crimen. Pero hay también, ha habido quienes con esos grados de anormalidad,  de una mentalidad fuera de lo común, han ejercido o ejercen el poder para bien. Innovar, crear para el bienestar de sus semejantes son características de la política entendida como la práctica de lo posible sin olvidar los principios y los ideales que la animan.

El aún precandidato del PRI-PVEM-Nueva Alianza, José Antonio Meade, propone exámenes de salud física y mental, de capacidad y preparación a los aspirantes a la Presidencia de la República. Él mismo ofrece hacer públicos los resultados de su situación rumbo al primero de julio. En apariencia la propuesta de Meade resultaría innecesaria y sobrante si se tiene en cuenta que ni en la generalidad del ser humano ni en la personalidad del dirigente político es deseable encontrar la absoluta normalidad. Sin embargo, la propuesta de Meade resulta pertinente y oportuna, no en busca de la estéril plena  salud según los estándares de la siquiatría o los juicios sobre trayectorias, intereses o capacidades de la persona. Se trata, sí, de la posibilidad de salir al paso de ejemplos de clara e indudable perturbación de la personalidad y la mente en algunos casos recientes o presentes que caracterizan a ciertos hombres del poder. Si se hubiera hecho un examen siquiátrico a hombres como Donald Trump, la población de los Estados Unidos y de buena parte del mundo no estarían preguntándose si al votar por el actual presidente no eligieron al poseedor de una mentalidad  y de una serie de deformaciones que constituyen un peligro y una amenaza para la comunidad. Lejos de rechazarla, la oferta del candidato del PRI debería ser ponderada y puesta en práctica para bien de nuestra sociedad.

srio28@prodigy.net-mx